En esta última semana, luego de las elecciones, más que nunca se confirmó que las cosas se ven según el color del cristal a través del cual se miran.
Para algunos, las elecciones se perdieron (las perdieron/las perdimos) "por poquito" y, ahora más que nunca, hay que profundizar el modelo. Otros, en cambio dicen que el pueblo se expresó en las urnas contra la soberbia y el autoritarismo, y que los resultados fueron una muestra del rechazo a ese mismo modelo que los primeros están decididos a profundizar.
Mientras unos pedían cambios en el gabinete de ministros, los otros –la otra, indeed– declaraba que no veía en la gestión de sus ministros razón alguna para hacer cambios.
La renuncia –largamente anunciada en susurros– de la ministra de salud se debió para el oficialismo al desgaste. Sin embargo, el periodismo coincide en que la ahora ex funcionaria recomendó a la primera mandataria la suspensión de los comicios como medida precautoria frente a la pandemia de gripe H1N1, medida que, como todos sabemos, no fue tomada y nos llevó mansamente a las escuelas que, dos días más tarde, el nuevo ministro cerró.
Siguiendo con la gripe, recién ahora nos enteramos de que los barbijos sólo se indican para personas que ya están infectadas o que sospechan estarlo. También hemos descubierto que se hizo tarde para la mayoría de las medidas preventivas que el estado debería haber tomado y que, a la fecha, el cuidado y la prevención están en manos de la responsabilidad individual de cada ciudadano. Del mismo modo, corren diferentes versiones acerca de la conveniencia o inconveniencia del cierre masivo de comercios y otros lugares de reunión. Además, no hay información fidedigna sobre casos mortales y cantidad de infectados. Una de las primeras declaraciones del flamante ministro de salud confirmó la existencia de cerca de 100.000 casos. La primera mandataria desmintió rápidamente. Y el ministro replicó que había dado la información cumpliendo con el pedido expreso de su jefa de decir la verdad (¿pues, entonces, quién lo tiene? Aparición con vida del Gran Bonete).
Por otro lado, el ex presidente de la Nación –para la oposición derrotado, para sí mismo un poquito derrotado (que es lo mismo que decir que una mujer está un poquito embarazada)– renunció a la presidencia del Partido Justicialista dejando en su lugar al vicepresidente, otro "testimonial" derrotado que ya confirmó que no asumirá la banca para la que fue elegido (¿alguien sabe, por casualidad, qué harán los restantes testimoniales?). Ni lerdos ni perezosos, los bendecidos por el sufragio, saltaron en reclamo del sitial. Victoriosos –y no tanto– gobernadores, senadores y diputados buscan con afano su lugar bajo el sol peronista, cada uno con argumentos más potentes y más legítimos que los restantes. Y ya que estaban, con el mismo ahínco pusieron a cocinar el guiso 2011, entonces ahora tenemos precandidatos a presidente, a cual más ubicuo, como para cinco o seis naciones (avisen que si necesitan los mandamos).
Mientras todo esto sucedía, la primera mandataria sacó a pasear a algunos presidentes latinoamericanos en el avión presidencial, very concerned about Honduras y los procesos políticos de la región (más contagiosos que la gripe H1N1), según algunos y a la caza de la foto con Obama según otros.
Yo digo, ya que no podemos conciliar las opiniones, ¿no podríamos unficar los anteojos con que miramos la realidad?
Para algunos, las elecciones se perdieron (las perdieron/las perdimos) "por poquito" y, ahora más que nunca, hay que profundizar el modelo. Otros, en cambio dicen que el pueblo se expresó en las urnas contra la soberbia y el autoritarismo, y que los resultados fueron una muestra del rechazo a ese mismo modelo que los primeros están decididos a profundizar.
Mientras unos pedían cambios en el gabinete de ministros, los otros –la otra, indeed– declaraba que no veía en la gestión de sus ministros razón alguna para hacer cambios.
La renuncia –largamente anunciada en susurros– de la ministra de salud se debió para el oficialismo al desgaste. Sin embargo, el periodismo coincide en que la ahora ex funcionaria recomendó a la primera mandataria la suspensión de los comicios como medida precautoria frente a la pandemia de gripe H1N1, medida que, como todos sabemos, no fue tomada y nos llevó mansamente a las escuelas que, dos días más tarde, el nuevo ministro cerró.
Siguiendo con la gripe, recién ahora nos enteramos de que los barbijos sólo se indican para personas que ya están infectadas o que sospechan estarlo. También hemos descubierto que se hizo tarde para la mayoría de las medidas preventivas que el estado debería haber tomado y que, a la fecha, el cuidado y la prevención están en manos de la responsabilidad individual de cada ciudadano. Del mismo modo, corren diferentes versiones acerca de la conveniencia o inconveniencia del cierre masivo de comercios y otros lugares de reunión. Además, no hay información fidedigna sobre casos mortales y cantidad de infectados. Una de las primeras declaraciones del flamante ministro de salud confirmó la existencia de cerca de 100.000 casos. La primera mandataria desmintió rápidamente. Y el ministro replicó que había dado la información cumpliendo con el pedido expreso de su jefa de decir la verdad (¿pues, entonces, quién lo tiene? Aparición con vida del Gran Bonete).
Por otro lado, el ex presidente de la Nación –para la oposición derrotado, para sí mismo un poquito derrotado (que es lo mismo que decir que una mujer está un poquito embarazada)– renunció a la presidencia del Partido Justicialista dejando en su lugar al vicepresidente, otro "testimonial" derrotado que ya confirmó que no asumirá la banca para la que fue elegido (¿alguien sabe, por casualidad, qué harán los restantes testimoniales?). Ni lerdos ni perezosos, los bendecidos por el sufragio, saltaron en reclamo del sitial. Victoriosos –y no tanto– gobernadores, senadores y diputados buscan con afano su lugar bajo el sol peronista, cada uno con argumentos más potentes y más legítimos que los restantes. Y ya que estaban, con el mismo ahínco pusieron a cocinar el guiso 2011, entonces ahora tenemos precandidatos a presidente, a cual más ubicuo, como para cinco o seis naciones (avisen que si necesitan los mandamos).
Mientras todo esto sucedía, la primera mandataria sacó a pasear a algunos presidentes latinoamericanos en el avión presidencial, very concerned about Honduras y los procesos políticos de la región (más contagiosos que la gripe H1N1), según algunos y a la caza de la foto con Obama según otros.
Yo digo, ya que no podemos conciliar las opiniones, ¿no podríamos unficar los anteojos con que miramos la realidad?