6/18/2011

Seres humanos

Ayer, Marcela y Felipe Noble Herrera presentaron un escrito en el cual solicitan la extracción de muestras para comparar su ADN con el de todos los almacenados en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Esta decisión pone fin a casi diez años de batalla legal iniciada a partir de la sospecha de que al menos uno de los dos herederos del fundador del diario Clarín puede ser un menor apropiado en la época de la dictadura. 
Es indudable que deberían haberlo hecho antes. 
También es cierto que la renuncia a seguir litigando no se produce en un momento cualquiera sino justamente cuando el discurso acerca de los Derechos Humanos –cooptado por el oficialismo– está siendo cuestionado a partir de los desmanejos en la organización Madres de Plaza de Mayo.
Durante la Santa Inquisición, las mujeres sospechadas de brujas debían probar que no lo eran. Si no lo hacían, eran condenadas a la hoguera porque la autoridad infería que estaban eludiendo autoincriminarse. Si lo hacían, eran condenadas a la hoguera porque conocer los medios de prueba implicaba el conocimiento de la brujería. 
Salvando las distancias, este caso parece tener una lógica similar: si el ADN de Marcela y Felipe coincide con el de alguna de las familias registradas en el BNDG, ambos serán condenados por haberse negado a la identificación. Si, en cambio, no coincide, el resultado será sospechado de manipulación y descalificado. Si sólo coincide el de uno de los hermanos Noble Herrera, el otro no podrá escapar a las dudas. 
Es lamentable advertir que, de cualquier manera, ambos jóvenes son víctimas. Lo son si se confirma que les fueron sustraídas sus identidades porque eso significa haber sido objeto de una increíble crueldad y de un gravísimo delito. Lo son también si pasaron por una década de persecución y el resultado de la comparación de datos es negativo, aunque en este último caso ellos han sido corresponsables por dilatar el estudio de ADN.
Más allá de las observaciones relacionadas con la actualidad, las teorías conspirativas echadas a correr en las últimas horas no sólo son irrespetuosas sino que desnudan aspectos miserables –o "canallas", como le gusta decir al oficialismo– de nuestra sociedad. Muestran que quienes desde hace años sostienen que los Noble Herrera son menores apropiados no aceptarán otro resultado que el que confirme su suposición. 
Buena parte de la sociedad visualiza a Marcela y a Felipe como dos pequeños indefensos. Otro sector los considera emisarios de una corriente maligna y perversa.
Ni una cosa ni la otra. Son personas. Como yo y como quien está leyendo este texto. Personas a las que una idea –no un ideal– transformó en botín de guerra, en moneda de cambio, en ícono en el cual cada quien ve lo que quiere ver. 
Tal vez sea hora de revisar esa idea que nos hizo olvidar que quien tenemos frente a nosotros, aun en la vereda de enfrente y en franca oposición, es un ser humano. 

6/10/2011

Dedo acusador

Hace ya tiempo escribí –porque lo pensaba y lo sentía– que Madres y Abuelas habían dilapidado su capital de credibilidad acercándose al gobierno de la manera en que lo hicieron. 
Por supuesto, hubo una catarata de críticas sobre mi irreverente afirmación. De alguna manera, me había alineado con los escasos herejes que denunciaban sin ser escuchados o que se permitían una discreta pero firme disidencia. 
No caben dudas de que el rol protagónico que Madres de Plaza de Mayo le dio en su organización a los hermanos Schoklender representa, por ahora al menos, un grosero error. 
No se trata aquí de hacer psicología barata –del matricidio nadie vuelve– ni de apelar al sino trágico incomparablemente expresado por los griegos –de la tragedia nadie escapa. Tras la interpretación de café o la lectura lineal de Edipo se diluirían las dudas sobre el destino de millones de pesos, aviones, autos de lujo, barcos suntuosos, viajes de ensueño.
Pero tampoco se trata de aprovechar la ocasión para hacer leña del árbol caído.  Es difícil creer que Hebe, esa mujer aguerrida, terminante, valiente y puteadora, no tenga la más mínima idea de los desmanejos de su hijo putativo y sus secuaces. 
Pero así como es poco probable que Hebe de Bonafini no estuviese al tanto de los desatinos y excesos de Sergio, también es poco probable que quienes hasta ayer compartían los mismos actos en los mismos lugares de privilegio –y hoy salen a "despegarse" y huyen de Hebe como de la peste– ignorasen las irregularidades que estaban teniendo lugar en la organización Madres de Plaza de Mayo. 
Por lo tanto, ¿por qué no hablaron antes? ¿Por qué no pusieron, con su palabra, un límite a tanto descontrol? ¿Por qué no se diferenciaron a tiempo de esa administración cuestionable? ¿No pensaron que un escándalo de esta índole podía poner en juego el trabajo honesto y comprometido de más de treinta años? ¿No creyeron que la podredumbre los salpicaría también a ellos? 
Hebe de Bonafini es hoy señalada por infinidad de dedos acusadores. Sin embargo, es posible pensar que Hebe se condenó a sí misma. Fue hace ya tiempo. Cuando su propio dedo acusador censuró a quienes no pensaban como ella. Cuando se autoproclamó dueña de la verdad. Cuando creyó que había llegado el momento de la revancha. Cuando olvidó que si los motivos son equivocados, aunque las acciones sean correctas no conducen sino al error.
El saldo de tanto descontrol es, por ahora, un nuevo slogan: "Los pañuelos no se manchan". Una expresión vacía. Una frase futbolera nacida para justificar la renuncia, el deshonor y la traición a los principios. Un magro consuelo para quienes de verdad han defendido siempre la causa los Derechos Humanos.