Ayer, Marcela y Felipe Noble Herrera presentaron un escrito en el cual solicitan la extracción de muestras para comparar su ADN con el de todos los almacenados en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Esta decisión pone fin a casi diez años de batalla legal iniciada a partir de la sospecha de que al menos uno de los dos herederos del fundador del diario Clarín puede ser un menor apropiado en la época de la dictadura.
Es indudable que deberían haberlo hecho antes.
También es cierto que la renuncia a seguir litigando no se produce en un momento cualquiera sino justamente cuando el discurso acerca de los Derechos Humanos –cooptado por el oficialismo– está siendo cuestionado a partir de los desmanejos en la organización Madres de Plaza de Mayo.
Durante la Santa Inquisición, las mujeres sospechadas de brujas debían probar que no lo eran. Si no lo hacían, eran condenadas a la hoguera porque la autoridad infería que estaban eludiendo autoincriminarse. Si lo hacían, eran condenadas a la hoguera porque conocer los medios de prueba implicaba el conocimiento de la brujería.
Salvando las distancias, este caso parece tener una lógica similar: si el ADN de Marcela y Felipe coincide con el de alguna de las familias registradas en el BNDG, ambos serán condenados por haberse negado a la identificación. Si, en cambio, no coincide, el resultado será sospechado de manipulación y descalificado. Si sólo coincide el de uno de los hermanos Noble Herrera, el otro no podrá escapar a las dudas.
Es lamentable advertir que, de cualquier manera, ambos jóvenes son víctimas. Lo son si se confirma que les fueron sustraídas sus identidades porque eso significa haber sido objeto de una increíble crueldad y de un gravísimo delito. Lo son también si pasaron por una década de persecución y el resultado de la comparación de datos es negativo, aunque en este último caso ellos han sido corresponsables por dilatar el estudio de ADN.
Más allá de las observaciones relacionadas con la actualidad, las teorías conspirativas echadas a correr en las últimas horas no sólo son irrespetuosas sino que desnudan aspectos miserables –o "canallas", como le gusta decir al oficialismo– de nuestra sociedad. Muestran que quienes desde hace años sostienen que los Noble Herrera son menores apropiados no aceptarán otro resultado que el que confirme su suposición.
Buena parte de la sociedad visualiza a Marcela y a Felipe como dos pequeños indefensos. Otro sector los considera emisarios de una corriente maligna y perversa.
Ni una cosa ni la otra. Son personas. Como yo y como quien está leyendo este texto. Personas a las que una idea –no un ideal– transformó en botín de guerra, en moneda de cambio, en ícono en el cual cada quien ve lo que quiere ver.
Tal vez sea hora de revisar esa idea que nos hizo olvidar que quien tenemos frente a nosotros, aun en la vereda de enfrente y en franca oposición, es un ser humano.
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