2/14/2010

En los medios

En los últimos días y a causa de un hecho penoso –penoso desde donde se lo mire y cualesquiera hayan sido sus verdaderas alternativas–, fui convocada por numerosos medios para dar mi testimonio sobre los protagonistas, a los que conocí en un momento particular de nuestras vidas y con los que compartí un tiempo acotado en función de un objetivo preciso.
Desde que
Callejeros en primera persona vio la luz, respondí a casi todas las entrevistas que me solicitaron, aun cuando sabía que el perfil del medio o del programa que me contactaba era absoluta y, en ocasiones, enconadamente contrario a la posición que yo expresaba en el libro.
Así como agradezco el respeto que muchos periodistas y conductores mostraron hacia mi trabajo y hacia la situación, también quiero decir que otros profesionales de los medios sembraron nuestros diálogos de provocaciones y chicanas.
Frases como: "No podía esperarse otra cosa de este personaje", acentuando peyorativamente la palabra 'personaje', o la información de que determinada persona había declarado que "los odia (a los músicos)" y que el libro es "aberrante" son apenas una muestra de cómo quien enarbola un micrófono puede intentar llevar el curso de una entrevista hacia zonas en las que el respeto por el otro se pierde de manera irremediable.
Asimismo, la invitación a la hipótesis, a la opinión personal infundada, a la generalización inescrupulosa y a la psicología barata (con o sin zapatos de goma) fueron una constante en varias de las charlas.
Por supuesto que hubiese podido negarme al contacto con medios inequívocamente hostiles. Es un derecho. Pero es un derecho que decidí no ejercer porque estoy convencida de que, aun para disentir, toda opinión merece ser escuchada.
Aquí, un resumen de lo que yo pienso y que fui diciendo en el curso de las entrevistas:
  • Mi relación con los integrantes de la banda Callejeros se mantuvo durante cuatro meses previos al juicio oral por el incendio de Cromañón. Si bien el vínculo tuvo momentos de intensidad, una vez finalizado el trabajo perdí todo contacto con los músicos, sus familias y su círculo de amistades.
  • Dicho de otra manera, los testimonios vertidos en el libro corresponden a un período acotado de tiempo, posterior a la tragedia y anterior al juicio en el que resultaron absueltos en primera instancia. Esto hace que sea imposible para mí tener una opinión acerca de su vida actual. En este sentido, cualquier manifestación que pretenda traspolar sus testimonios de hace dos años e insertarlos en el contexto presente sería no sólo una falta de respeto sino también una irresponsabilidad.
  • El suceso por el cual me convocaron los medios fue un hecho que tuvo lugar en la privacidad del hogar de dos personas. Sea cual fuere la índole del mismo, los únicos que saben la verdad son los involucrados. Formular hipótesis acerca de lo sucedido es, también, profundamente irrespetuoso.
  • Como seres humanos no deberíamos perder de vista que, se trate de un accidente desgraciado o de un hecho de violencia doméstica, lo sucedido es una tragedia cuyos protagonistas son personas y no personajes; que hay una mujer que lucha por su vida, un hombre que estará detenido hasta que la justicia se expida sobre su responsabilidad, y tres niños que padecen la ausencia de sus padres.
  • Condeno sin atenuantes la violencia de cualquier origen y signo. Y, en especial, la violencia ejercida en el seno del hogar.
  • En casi todas las entrevistas se me interrogó acerca de si el hecho me había sorprendido. El constante uso de la palabra para reflejar la realidad de la manera más ajustada posible me avala para afirmar que "sorpresa" es un término que, a mi modo de ver, no describe acertadamente lo que sentí. Estupor y tristeza sí. Sorpresa no. Y no es que prefigurara, previera o anticipara una nueva situación trágica en la vida de los integrantes de Callejeros. Muy por el contrario, si hubiese dado en imaginar sus vidas presentes –cosa que no hice–, me habría inclinado por cierto alivio y por la posibilidad de un nuevo comienzo que, sin eludir las marcas de lo vivido, les permitiera algo de tranquilidad.
  • Jamás –y en esto quiero ser muy enfática– objetaría el parecer, el sentimiento o la opinión de personas que han sufrido una pérdida de la magnitud que significa la muerte de un hijo. No lo haría por la sencilla razón de que, aunque pudiese aproximarme a la intensidad de su dolor, sé que no podría comprenderlo acabadamente. Lo que sí puedo comprender –y admiro y valoro– es su coraje para transformar ese dolor en una cruzada por la justicia. Y aun el odio, el resentimiento, el rencor y el encono son entendibles en quien cada mañana enfrenta el día con una ausencia irreparable.