3/24/2010

Memoria. Y balance

Los argentinos, que solemos llamar "revolución" a un golpe de Estado, "héroes" a los jugadores de la selección nacional de fútbol y "legión" a los de tenis que recorren el circuito internacional, tenemos un "Día de la Memoria".
Para quienes, como yo, el 24 de marzo de 1976 ya tenían posibilidad de inscribir el recuerdo de los sucesos y darles un sentido y un significado, ese día se institucionalizaba una de las etapas más violentas y dolorosas de la vida nacional.
Queda claro que el dolor y la violencia habían comenzado antes.
Queda claro, también, que los crímenes cometidos por el Estado son imperdonables porque, aun ilegítimo, ese Estado contaba con la fuerza de la ley a la que renunció cuando instauró el perverso sistema de desaparición de personas y de apropiación de menores; de injustificable tortura y de formas de asesinato dignas del Tercer Reich.
Queda claro que no hay gobierno legítimo o ilegítimo ni grupo armado que pueda hacer una revolución. Porque las revoluciones las hacen los pueblos. Los pueblos que desean cambios, que están dispuestos a jugarse la vida por esos cambios, que no se acomodan a las circunstancias de la vida, que rechazan cualquier forma de opresión.
Queda claro que la mayoría del pueblo argentino "golpeó –aunque sea con la mente– las puertas de los cuarteles" para que se terminara el gobierno de María Estela Martínez de Perón, a cargo de la Presidencia luego de la muerte de Juan Domingo Perón. Y sí, la situación era horrible, peligrosa, violenta y degradada... Sin embargo, lo que vino después no fue mejor sino muchísimo peor y a "Isabelita" le faltaban nueve meses para finalizar el mandato constitucional pero el "Proceso de Reorganización Nacional" duró años.
Y queda claro, por oposición, que la mayoría del pueblo argentino no apoyó, por más justa y benéfica que fuese, la "revolución" que proponían Montoneros y el ERP.
Yo amo la memoria. Quiero y necesito la memoria, esa maestra impiadosa que nos enseña a hacernos cargo de nuestros errores y a no repetirlos.
Quiero la memoria de esos años y de estos años.
Quiero recordar con orgullo el valor de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo antes de que su capital de credibilidad internacional fuese deglutido por el presente gobierno. Y las quiero recordar ahora, cuando la mayoría de ellas no es más que una triste caricatura de lo que fueron, cada jueves, durante los años de silencio y terror.
Quiero recordar a los desaparecidos que se cuentan por miles pero también a quienes, aunque se cuenten por cientos, murieron porque fueron enviados por un general ebrio y decadente a pelear una guerra absurda que no respondía a otra cosa que a su necesidad de permanecer en el poder.
Quiero recordar los días de miedo y horror en los cuales uno podía morir en el fuego cruzado de un "enfrentamiento" o simplemente desaparecer por pensar diferente. Pero también quiero recordar estos días de miedo y horror en los cuales la vida nos puede ser arrebatada por el precio de un teléfono celular.
Quiero recordar el pánico que me causaba ser despertada por la Policía Aeronáutica en plena madrugada porque otra vez allanaban mi casa sin más motivo aparente que realizar un ejercicio de rutina. Pero también quiero recordar que hay formas más sutiles de atemorizar y someter: agitando fantasmas del pasado, apropiándose de los muertos de todos, demonizando a un sector de la sociedad.
Quiero recordar que el rencor y el resentimiento –los de ayer y de hoy– no nos permiten avanzar. Que la utilización maliciosa de los sucesos que marcaron nuestra historia no produce otro efecto que el de malversar esa historia, degradándola y quitándole toda credibilidad no ya para nosotros, los que fuimos testigos y protagonistas, sino para los jóvenes que necesitan esa historia para consolidar su sentido de pertenencia a esta tierra.
Quiero recordar que así como el "Proceso" quiso robarme un montón de palabras: patria, nacionalismo, ser nacional; también ahora intentan sustraerme otras: campo, burguesía, abundancia, derechos humanos. Y que, antes y ahora por igual, tratan de manejar mi vida con slogans, el recurso más eficaz de cualquier gobierno totalitario.
Quiero recordar que, en algún tiempo muy lejano, vestir un uniforme era un orgullo; recordar la gesta sanmartiniana cantando la "Marcha de San Lorenzo", emocionaba; y asistir a un desfile militar no era pecado ni representaba ser "destituyente".
Quiero recordar con absoluta claridad cada vez que el pueblo argentino salió en masa a la calle: en el 45, cuando el coronel Perón era una promesa de bienestar para la clase trabajadora argentina; y en el 83, cuando Raúl Alfonsín nos regalaba esa conmovedora fiesta de esperanza en la democracia. Todo lo demás fue parcial, fragmentario. Todo lo demás no merece ser llamado "popular".
Quiero recordar. Quiero recordarlo todo. Quiero este intento totalizador. Quiero esta memoria sin sesgo, sin recorte y sin omisión. Esta memoria que no sabe de venganza pero que clama justicia. Esta memoria que a veces es contradictoria porque no es ni de Juan ni de Pedro ni de Manuel. Es de todos.

3/05/2010

Miedo, pena y vergüenza

Una parte destila bronca. La otra celebra con inocultable satisfacción revanchista. No importan los protagonistas ni su signo, tendencia o ideología (palabra vieja si las hay), la escena es la misma y refleja igual autoritarismo, igual olvido de esos intereses comunes en nombre de los cuales todos dicen obrar.
Es tan igual que ellos pelean y nosotros miramos, tan igual que se confunden las camisetas, tan igual que una de las partes debe estar pensando que le dieron el libreto equivocado porque hasta ayer encarnaba la voz del fuerte y hoy le tocan la impotencia y el silencio.
Parece difícil, sin embargo, pensar que los hoy fuertes seguirán siéndolo porque tienen muy poco (o nada) en común y su única fortaleza reside en oponerse a quienes otrora ejercían el poder.
Todos van por todo. Entre desafíos y juramentos, entre amenazas e intimidaciones se lleva a cabo una guerra mediocre y estéril que lo único que intenta satisfacer son intereses personales, narcisismos heridos y devaluados egos hipertróficos.
¿Sentarse a hablar? Ni pensarlo. ¿Acordar? Menos que menos. ¿Diseñar un plan destinado no ya a demostrar quién la tiene más larga sino a hacer crecer a un país que, según muchos, está condenado al éxito? Imposible.
En esta guerra santa berreta, los herejes se calzan las capuchas de los inquisidores. En esta cruzada de cuarta, los caballeros lotean Jerusalén y se disputan las mejores parcelas.
En esta lógica binaria de los buenos y los malos, el Talión está por encima de todo.
Da miedo. Da pena. Da vergüenza.