Una parte destila bronca. La otra celebra con inocultable satisfacción revanchista. No importan los protagonistas ni su signo, tendencia o ideología (palabra vieja si las hay), la escena es la misma y refleja igual autoritarismo, igual olvido de esos intereses comunes en nombre de los cuales todos dicen obrar.
Es tan igual que ellos pelean y nosotros miramos, tan igual que se confunden las camisetas, tan igual que una de las partes debe estar pensando que le dieron el libreto equivocado porque hasta ayer encarnaba la voz del fuerte y hoy le tocan la impotencia y el silencio.
Parece difícil, sin embargo, pensar que los hoy fuertes seguirán siéndolo porque tienen muy poco (o nada) en común y su única fortaleza reside en oponerse a quienes otrora ejercían el poder.
Todos van por todo. Entre desafíos y juramentos, entre amenazas e intimidaciones se lleva a cabo una guerra mediocre y estéril que lo único que intenta satisfacer son intereses personales, narcisismos heridos y devaluados egos hipertróficos.
¿Sentarse a hablar? Ni pensarlo. ¿Acordar? Menos que menos. ¿Diseñar un plan destinado no ya a demostrar quién la tiene más larga sino a hacer crecer a un país que, según muchos, está condenado al éxito? Imposible.
En esta guerra santa berreta, los herejes se calzan las capuchas de los inquisidores. En esta cruzada de cuarta, los caballeros lotean Jerusalén y se disputan las mejores parcelas. En esta lógica binaria de los buenos y los malos, el Talión está por encima de todo.
Da miedo. Da pena. Da vergüenza.
Es tan igual que ellos pelean y nosotros miramos, tan igual que se confunden las camisetas, tan igual que una de las partes debe estar pensando que le dieron el libreto equivocado porque hasta ayer encarnaba la voz del fuerte y hoy le tocan la impotencia y el silencio.
Parece difícil, sin embargo, pensar que los hoy fuertes seguirán siéndolo porque tienen muy poco (o nada) en común y su única fortaleza reside en oponerse a quienes otrora ejercían el poder.
Todos van por todo. Entre desafíos y juramentos, entre amenazas e intimidaciones se lleva a cabo una guerra mediocre y estéril que lo único que intenta satisfacer son intereses personales, narcisismos heridos y devaluados egos hipertróficos.
¿Sentarse a hablar? Ni pensarlo. ¿Acordar? Menos que menos. ¿Diseñar un plan destinado no ya a demostrar quién la tiene más larga sino a hacer crecer a un país que, según muchos, está condenado al éxito? Imposible.
En esta guerra santa berreta, los herejes se calzan las capuchas de los inquisidores. En esta cruzada de cuarta, los caballeros lotean Jerusalén y se disputan las mejores parcelas. En esta lógica binaria de los buenos y los malos, el Talión está por encima de todo.
Da miedo. Da pena. Da vergüenza.
1 comentario:
Uf, buen relato!
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