10/24/2011

Elecciones 2011 – Game over

Finalmente, ayer se llevaron a cabo las elecciones presidenciales. Los porteños votamos este año por cuarta vez, una prueba incuestionable de compromiso cívico.
El resultado de los comicios no provocó sorpresas, de modo que cualquier análisis que pueda hacerse estará enfocado en los pequeños grandes gestos que denuncian miseria, grandeza, dignidad, resignación o mezquindad.
En todo caso, para mí, vale destacar los dos polos de una historia que escribimos día a día, junto con los dirigentes que nos representan. Esos polos son la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y la diputada Elisa Carrió.
Tal como lo viene mostrando desde hace un tiempo, la presidenta se expresó de una manera justa, inteligente y conciliadora. En sus alocuciones al público, tanto la realizada desde el bunker como la que tuvo lugar en la Plaza de Mayo, además de llamar a la unión nacional, CFK marcó un territorio en el cual reconoce la existencia de interlocutores políticos con los cuales acordar y confrontar. Hasta no hace mucho tiempo, las permanentes batallas con algunos medios de comunicación habían excluido del escenario a los dirigentes de partidos de la oposición. Nadie puede pensar que sus menciones de ayer a Mauricio Macri y a Hermes Binner fueron azarosas. Aun desde la superioridad que le dan los resultados, Cristina definió una virtual mesa de pares, mostrando que pudo revertir la situación que rechazaba fuertemente parte del segmento opositor del electorado. 
Del otro lado de la línea, Lilita Carrió reconoció rápidamente que había repetido la peor elección de su historia como dirigente política. Sin embargo, lejos de expresarse con la dignidad de una buena perdedora, redobló la apuesta y proclamó a su diezmada fuerza como la impulsora de la "resistencia contra el régimen", una barbaridad que, en principio, desconoce la voluntad de un pueblo que renovó su confianza en la presidenta y, además, mostró su casi irracional persistencia en la actitud que le valió el castigo de no ser votada. No fue un desliz verbal sino un grosero y repetido error político. 
Es fácil advertir que Cristina viene haciendo lo que se debe hacer. Que escucha. Que cambia, se adapta y suaviza su expresión. Poco importa si luego esto no se verifica en los hechos. En todo caso, la política en estas tierras tiene mucho de seducción y la presidenta hace gala de su capacidad de cautivar al electorado. Carrió, mientras tanto, insiste en decir lo que nadie quiere escuchar. En gritar una verdad que, podríamos afirmar, sólo cree el 2% de la población en edad de elegir. Su imposibilidad de, sin renunciar a sus ideas, adaptar el mensaje a las necesidades y deseos de los votantes termina poniéndola en ridículo, haciéndola objeto de burlas y, sobre todo, de rechazo. 
Hace unos años, estas dos mujeres compartían el espacio legislativo. Una era líder y mensajera de la verdad y de los principios. La otra, apenas representante de una provincia patagónica. Ambas tenían una notable capacidad oratoria, fuerza, carácter y decisión. A las dos, a su turno, se les aplicó el calificativo de "locas". Michel Foucault decía que la locura es la ausencia de obra. Cristina transformó esa "locura" en acciones que, estemos de acuerdo o no, SON OBRA. Lilita abrazó su "locura" y se dejó devorar por ella. 
Las elecciones presidenciales terminaron. Game over. Hasta 2015.