El próximo 9 de noviembre tendrá lugar el primer Rosario Blog Day.
Gracias a una iniciativa de Marta Repupilli, Federico Picone y María Julia Gutiérrez, el CEC –Centro de Expresiones Contemporáneas– se llenará de un público ansioso por escuchar a los disertantes y descubrir los secretos de la blogósfera.
Asomarse al universo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación supone ingresar a un mundo hiperconectado, atravesado por múltiples conversaciones simultáneas, en el cual la distancia y el tiempo pierden su tradicional estatuto de parámetros para dejar lugar a nuevas coordenadas, unidades de medida relacionadas con la velocidad de transmisión o la capacidad de almacenamiento de los datos. Implica, también, comprender que el carácter de estas tecnologías es el de herramientas; que, como tales, sirven a propósitos y objetivos mayores y que, así como el uso del martillo no convierte al usuario en carpintero, la utilización de las TICs no nos hace necesariamente profesionales.
Servirnos de estas herramientas nos permite relacionarnos con el mundo como un todo, tender redes colaborativas, compartir puntos de vista. Generar un potente entramado comunicacional. Borrar fronteras para establecer nuevos vínculos. Sumar para multiplicar. Pero sin olvidar que, como cualquier construcción humana, la web innova sobre la base de lo preexistente. Es decir que, en última instancia, replica los modelos de relación del mundo real. Si no fuera así, ¿por qué la proliferación de reuniones, encuentros, "camps" y otros formatos en los cuales todos aprovechamos para enriquecer los vínculos con un "cara a cara"?
Mucho se ha hablado –y se seguirá hablando– de la ilusión de existencia que genera el hecho de "estar en la web"; de la permanente actualización de la información vertida en ella -y la consecuente fugacidad–; de la incesante multiplicación del mismo contenido, abordado desde innumerables perspectivas, repetido hasta el hartazgo o, lo que es peor, hasta que se ha vaciado de significado. Estas preocupaciones son legítimas y merecen ser tomadas en cuenta.
Lo cierto es que la web no garantiza la existencia, la fama ni la popularidad. Lejos de eso, por ser un territorio superpoblado, son muy pocos los que se destacan entre la multitud. Y casi podría asegurarse que son los mismos que, de elegirlo, se destacarían en el mundo real.
La fugacidad y la inmediatez son males que nos aquejan más allá de las fronteras de la virtualidad, y el vaciamiento del sentido es una materia sobre la que no hemos agotado la instancia de reflexión.
Sin embargo, Internet en general y la blogósfera en particular sí garantizan algo muy importante: la democratización de la expresión. Siempre hay un martillo disponible para quien quiera utilizarlo.
¡Nos vemos en Rosario!
Gracias a una iniciativa de Marta Repupilli, Federico Picone y María Julia Gutiérrez, el CEC –Centro de Expresiones Contemporáneas– se llenará de un público ansioso por escuchar a los disertantes y descubrir los secretos de la blogósfera.
Asomarse al universo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación supone ingresar a un mundo hiperconectado, atravesado por múltiples conversaciones simultáneas, en el cual la distancia y el tiempo pierden su tradicional estatuto de parámetros para dejar lugar a nuevas coordenadas, unidades de medida relacionadas con la velocidad de transmisión o la capacidad de almacenamiento de los datos. Implica, también, comprender que el carácter de estas tecnologías es el de herramientas; que, como tales, sirven a propósitos y objetivos mayores y que, así como el uso del martillo no convierte al usuario en carpintero, la utilización de las TICs no nos hace necesariamente profesionales.
Servirnos de estas herramientas nos permite relacionarnos con el mundo como un todo, tender redes colaborativas, compartir puntos de vista. Generar un potente entramado comunicacional. Borrar fronteras para establecer nuevos vínculos. Sumar para multiplicar. Pero sin olvidar que, como cualquier construcción humana, la web innova sobre la base de lo preexistente. Es decir que, en última instancia, replica los modelos de relación del mundo real. Si no fuera así, ¿por qué la proliferación de reuniones, encuentros, "camps" y otros formatos en los cuales todos aprovechamos para enriquecer los vínculos con un "cara a cara"?
Mucho se ha hablado –y se seguirá hablando– de la ilusión de existencia que genera el hecho de "estar en la web"; de la permanente actualización de la información vertida en ella -y la consecuente fugacidad–; de la incesante multiplicación del mismo contenido, abordado desde innumerables perspectivas, repetido hasta el hartazgo o, lo que es peor, hasta que se ha vaciado de significado. Estas preocupaciones son legítimas y merecen ser tomadas en cuenta.
Lo cierto es que la web no garantiza la existencia, la fama ni la popularidad. Lejos de eso, por ser un territorio superpoblado, son muy pocos los que se destacan entre la multitud. Y casi podría asegurarse que son los mismos que, de elegirlo, se destacarían en el mundo real.
La fugacidad y la inmediatez son males que nos aquejan más allá de las fronteras de la virtualidad, y el vaciamiento del sentido es una materia sobre la que no hemos agotado la instancia de reflexión.
Sin embargo, Internet en general y la blogósfera en particular sí garantizan algo muy importante: la democratización de la expresión. Siempre hay un martillo disponible para quien quiera utilizarlo.
¡Nos vemos en Rosario!