En ciertos momentos añoro los tiempos en que, cómodamente sentada en mi casa, mantenía fuertes discusiones con los medios masivos de comunicación. Tanto se tratase de los diarios como de la televisión, aunque con los primeros eran más silenciosas y con la segunda, a viva voz.
Uno de mis más usuales contendientes fue Bernardo Neustadt. La manera en que presentaba sus para mí insufribles opiniones desafiaba mi inteligencia y me obligaba a argumentar con firmeza.
¿Por qué yo, que no soy especialmente afecta al "todo tiempo pasado fue mejor" (sino más bien lo contrario), extraño esa época?
La respuesta es sencilla: leo los comentarios de los diarios online o, más bien, los padezco.
Aunque muchos de los mejores columnistas –que deben sentir lo mismo que yo– no habilitan comentarios en sus notas, los que sí lo hacen abren una suerte de caja de Pandora en la que se percibe con claridad la ausencia de un debate consistente o aun, en muchas ocasiones, la de un mínimo de sentido común.
Es que el espacio de los comentarios en los medios digitales se parece a una burda pelea de feria –con perdón de los feriantes– en la cual los integrantes de dos bandos se insultan mutuamente sin solución de continuidad hasta llegar al punto de entablar una batalla que deja de lado el contenido de la nota que le dio origen.
Palabras groseras, errores de ortografía, horrores de redacción, descalificaciones; todo vale en ese territorio que, de un modo u otro, le da a quienes lo pueblan unos segundos de vida pública, aun cuando sea la vida pública de los seudónimos bajo los cuales se esconden.
Todo conspira para la chatura. Los medios alientan este mecanismo empobrecedor en pos del tráfico. El ciberactivismo toma rehenes en ambos bandos. El espacio adquiere el formato de un foro berreta. Y si –por casualidad o por ingenuidad– a algún lector se le ocurre comentar "en serio" es sistemáticamente ignorado porque la ignorancia reina y porque es, también, silenciosa asesina del pensamiento.
¿Se entiende por qué yo, que no soy muy dada a las añoranzas, extraño esos viejos tiempos?
Uno de mis más usuales contendientes fue Bernardo Neustadt. La manera en que presentaba sus para mí insufribles opiniones desafiaba mi inteligencia y me obligaba a argumentar con firmeza.
¿Por qué yo, que no soy especialmente afecta al "todo tiempo pasado fue mejor" (sino más bien lo contrario), extraño esa época?
La respuesta es sencilla: leo los comentarios de los diarios online o, más bien, los padezco.
Aunque muchos de los mejores columnistas –que deben sentir lo mismo que yo– no habilitan comentarios en sus notas, los que sí lo hacen abren una suerte de caja de Pandora en la que se percibe con claridad la ausencia de un debate consistente o aun, en muchas ocasiones, la de un mínimo de sentido común.
Es que el espacio de los comentarios en los medios digitales se parece a una burda pelea de feria –con perdón de los feriantes– en la cual los integrantes de dos bandos se insultan mutuamente sin solución de continuidad hasta llegar al punto de entablar una batalla que deja de lado el contenido de la nota que le dio origen.
Palabras groseras, errores de ortografía, horrores de redacción, descalificaciones; todo vale en ese territorio que, de un modo u otro, le da a quienes lo pueblan unos segundos de vida pública, aun cuando sea la vida pública de los seudónimos bajo los cuales se esconden.
Todo conspira para la chatura. Los medios alientan este mecanismo empobrecedor en pos del tráfico. El ciberactivismo toma rehenes en ambos bandos. El espacio adquiere el formato de un foro berreta. Y si –por casualidad o por ingenuidad– a algún lector se le ocurre comentar "en serio" es sistemáticamente ignorado porque la ignorancia reina y porque es, también, silenciosa asesina del pensamiento.
¿Se entiende por qué yo, que no soy muy dada a las añoranzas, extraño esos viejos tiempos?
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