4/11/2010

Hilda e Hilda

Suelo decir que mi trabajo, además de apasionarme, me da la oportunidad de construir vínculos estrechos con personas a las que, de otro modo, no habría podido llegar a conocer.
En los últimos seis meses tuve el honor trabajar en la edición de Mi verdad. De la Revolución Cubana al desencanto: la historia de una luchadora, el libro en el cual la doctora Hilda Molina cuenta su vida.
Más allá de la historia en sí, atravesada casi en su totalidad por las alternativas del régimen castrista, antes que a la doctora, a la diputada, a la mimada de Fidel Castro, a la científica reconocida internacionalmente o a la directora del afamado Centro de Restauración Neurológica de La Habana, tuve la oportunidad de acercarme a una mujer.
Mientras Hilda construía este recorrido por más de sesenta años en los que enfrentó, antes que nada, sus propias contradicciones, y yo me dedicaba a editar el texto respetando la singular expresión del español de Cuba, varias veces nos encontramos conversando de temas que poco tenían que ver con la labor que compartíamos. Y siempre lo hacíamos frente a la mirada vivaz de la otra Hilda, la madre de la doctora, la señora Hilda Monejón
Ambas me brindaron, durante este tiempo, su afecto y su confianza; su calidez y su ternura.
A medida que avanzábamos en el trabajo y yo iba conociendo los detalles de sus vidas, pude corroborar que la descripción de Hilda Molina sobre sí misma y sobre su madre es completamente ajustada a la realidad.
La doctora es una mujer brillante, con la mente aguda y rigurosa de una científica. Carga con un sinnúmero de penas, tribulaciones y autocuestionamientos que suele expresar de manera descarnada, como si tuviese la secreta necesidad de llegar al fondo para revisar cada bifurcación del camino y comprender cabalmente cada una de sus elecciones. A veces es muy dura consigo misma porque, lejos de considerar que "uno hace lo que puede", cree que "uno debe hacer lo mejor, lo excelente, lo más cercano a la perfección". Sin embargo, al conocerla un poco más, es fácil descubrir que Hilda es una mujer profundamente femenina y de delicada sensibilidad. Una sensibilidad que, como cuenta en su libro, cautivó a Fidel Castro.
Hilda Monejón, por su parte, es una mujer de serena firmeza, de un gran sentido del humor y con una inusual capacidad de transformar el sufrimiento en sabiduría. Su mirada de más de noventa años sigue siendo joven y lúcida.
Sus palabras, chispeantes e inteligentes. Su risa, abierta y contagiosa, no ha sido mellada por el dolor.
Estos meses que compartimos fueron de una intensa labor que hoy se ve reflejada en Mi verdad. Lo que no se ve pero nosotras tres sabemos es de cuánto cariño y gratitud son capaces estas dos mujeres.

1 comentario:

Virginia Prieto dijo...

Felicitaciones laura!!!!