10/10/2006

Elogio de mi ombligo

Le escribo a mi ombligo. Él, como todos los de su especie, ha sido, durante años, injustamente asociado a otros compañeros de ser que, aunque intangibles, existen en mí como entidades reales y necesarias como el ego, el yo y el superyo.
De una persona egoísta y centrada en sí misma suele decirse que "vive mirándose el ombligo". Pues yo he pasado muchas valiosísimas horas de mi existencia contemplando su imperfecta redondez, conociendo sus pliegues y recovecos, recorriendo sus bordes suaves que se funden con mi vientre. Lo he visto tensarse hasta lo imposible, volviéndose hacia el exterior, con el progreso de cada embarazo. Agitarse cada vez que, por diversos motivos, tuve retortijones. Transformarse en un accidente distintivo de la geografía plana de mi abdomen.
Conocerlo ha sido un largo viaje de toda la vida en el que hemos entablado una comunicación mucho más profunda que su escaso centímetro y medio.
Reconocer su singularidad, su carácter único en el universo umbilical, implicó aceptar la mía y, con ello, también la de quienes me rodean.
Sus historias me remitieron a mi historia. Su permanente y silenciosa compañía me reconfortó en los momentos difíciles. Las veces que lo olvidé, también me había olvidado de mí misma, y volver a advertirlo fue retornar a un lugar familiar, allí donde es factible sentir el calor de un abrazo fraterno.
Lejos de tornarme egoísta, la estrecha convivencia con mi ombligo ha ampliado mis horizontes, ha suavizado mi percepción de los demás.
Con simpleza, mi ombligo me recuerda quién soy y de dónde vengo. Con humildad, me acompaña hacia donde voy.

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