Pienso –a veces pienso– en el objetivo de este espacio y, por exensión, de SEUO. Me pregunto –suelo poner en cuestión mis elecciones– si cumplen con ciertas reglas, tal vez no escritas pero recomendadas. Investigo –sin demasiadas pretensiones– lo que hay bajo este sol además de mi humanidad. Pruebo. Ensayo. Cambio. Vuelvo a cambiar. Me muevo. Regreso. Concluyo.
Que no cumplo con las reglas –escritas o tácitas– del medio.
Que, dado que para este medio no se registra género universal, no me atañe caber en un subgénero.
Que, salvo los días en que mi autoestima visita algún subsuelo y mi devaluado yo reclama factores externos que la traigan a la superficie, poco importan las estadísticas, por contingentes y provisorias. Tan contingentes y provisorias como los vaivenes de la autoestima.
Que el caos de voces que se lee da cuenta de una búsqueda. La misma que se dibuja en los cambios de temas, registros, estilos y formatos.
Que si bien hay mucho de mí en cada palabra, nada de mí queda en ellas una vez puesto el punto final.
Que cuando me asomo a lo que hay bajo este sol, veo lo que no soy y redefino lo que no quiero ser.
Que estos cambios, idas, vueltas y movimientos no son otra cosa que ejercicios vocales.
Y que estos espacios son las salas de ensayo donde mi voz se afina, prueba rangos más o menos amplios, ensancha o estrecha su caudal, se replica o innova.
Lo demás es silencio.
Que no cumplo con las reglas –escritas o tácitas– del medio.
Que, dado que para este medio no se registra género universal, no me atañe caber en un subgénero.
Que, salvo los días en que mi autoestima visita algún subsuelo y mi devaluado yo reclama factores externos que la traigan a la superficie, poco importan las estadísticas, por contingentes y provisorias. Tan contingentes y provisorias como los vaivenes de la autoestima.
Que el caos de voces que se lee da cuenta de una búsqueda. La misma que se dibuja en los cambios de temas, registros, estilos y formatos.
Que si bien hay mucho de mí en cada palabra, nada de mí queda en ellas una vez puesto el punto final.
Que cuando me asomo a lo que hay bajo este sol, veo lo que no soy y redefino lo que no quiero ser.
Que estos cambios, idas, vueltas y movimientos no son otra cosa que ejercicios vocales.
Y que estos espacios son las salas de ensayo donde mi voz se afina, prueba rangos más o menos amplios, ensancha o estrecha su caudal, se replica o innova.
Lo demás es silencio.