La publicación de las notas en el sitio web despertó cataratas de comentarios en favor y en contra. Los primeros fueron expuestos; los segundos, cuidadosamente omitidos. También se recibieron numerosas solicitudes de trabajo, cosa común cuando algunos advierten que un viejo amigo está a punto de acceder a una posición legislativa y deciden reavivar un vínculo agonizante para sacar, ellos también, su tajada de la tajada ajena. El gesto del candidato al leer los pedidos de empleo no dejaba lugar a dudas: jamás les haría lugar. Para terminar de mostrar la hilacha, una confusión de nombres hizo que llegara a mi casilla de e-mail la respuesta a un correo enviado por un viejo amor en el cual el señor felizmente casado exponía sus armas de seducción invitándome –en realidad invitaba a la dama con mi nombre– a un encuentro furtivo que le diera cauce al exceso de adrenalina que produce el proceso electoral.
La funcionaria, en cambio, hizo un súbito giro en su actitud y desistió, sin que mediara explicación, de todos los emprendimientos que teníamos planificados. Los folletos, que ya habían sido impresos, se transformaron en una montaña de papel inservible. La fabricación de los kits para la ancianidad pudo ser detenida sin mayores costos. Y el matarial fílmico quedó arrumbado en un rincón. Apenas un mes más tarde, los medios informaron de un acuerdo entre la abanderada de los gerontes y un viejo zorro del partido gobernante. Las fotos los mostraban alzando las manos eufóricamente en señal de victoria.
Mis recuerdos entrecruzados dicen que dos historias diferentes pueden no ser tan diferentes y tener un mismo final. Ambos funcionarios lograron su cometido. El señor del ente ocupó su banca en el Congreso. La benefactora de los viejitos siguió escalando posiciones, esta vez bajo el ala de otro cacique.
La funcionaria, en cambio, hizo un súbito giro en su actitud y desistió, sin que mediara explicación, de todos los emprendimientos que teníamos planificados. Los folletos, que ya habían sido impresos, se transformaron en una montaña de papel inservible. La fabricación de los kits para la ancianidad pudo ser detenida sin mayores costos. Y el matarial fílmico quedó arrumbado en un rincón. Apenas un mes más tarde, los medios informaron de un acuerdo entre la abanderada de los gerontes y un viejo zorro del partido gobernante. Las fotos los mostraban alzando las manos eufóricamente en señal de victoria.
Mis recuerdos entrecruzados dicen que dos historias diferentes pueden no ser tan diferentes y tener un mismo final. Ambos funcionarios lograron su cometido. El señor del ente ocupó su banca en el Congreso. La benefactora de los viejitos siguió escalando posiciones, esta vez bajo el ala de otro cacique.
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