Con el dinero de esas partidas que habían estado olvidadas, armamos un equipo para producir el material que llevaría a la funcionaria al estrellato. Fotografías en las que se la vería en las calles de su pueblo, rodeada de adeptos de la tercera edad con cara de feliz cumpleaños para ilustrar las portadas de los folletos; un cámara siguiéndola en todo momento para engrosar el material fílmico de archivo que se ofrecería a los medios y que, en un futuro no muy lejano, se editaría para ser aplicado a un video que destacara los logros de su gestión; diseñadores que crearían un kit de manualidades a las mujeres de más de sesenta años y uno de cartas españolas con tanteadores para diversos juegos a los hombres de más de setenta. El día señalado para la producción fotográfica y fílmica, la funcionaria nos recibió en su casa. Llegamos con el auto al portón de hierro, único intervalo en el enorme paredón que aislaba la casa del caserío de chapas circundante; un hombre de mediana edad lo abrió y nos indicó con gestos que siguiéramos hasta el final del camino de cemento. Una vez allí, descendimos. En la puerta de lo que llamó “el quincho” nos esperaba la funcionaria. Se acercó con una enorme sonrisa, copa en mano, haciendo equilibrio sobre los tacos altos. Nos dio la bienvenida y nos invitó a entrar. “El quincho”, construido en ladrillo y con techo de tejas, era un lugar acogedor que despertó nuestra admiración. Fue imposible sustraerse al contraste entre el barrio paupérrimo que rodeaba la casa y el interior suntuoso. Baste decir, para dar una idea del lujo, que en las paredes colgaban cuadros de firmas que provocaban escalofríos y que, a poco de llegar, una mucama de uniforme negro y guantes blancos se acercó a cada uno de los presentes para ofrecernos una copa de lo mismo que bebía la funcionaria: Veuve Clicquot.
Entre risas y burbujas, le preguntamos a la funcionaria si no temía por su seguridad y la de sus bienes, a lo que respondió que “de ninguna manera, los pobres son mi protección”. Un rato después acordamos salir a la zona céntrica del pueblo para hacer unas fotos. Al llegar a la plaza –típica escenografía pueblerina: plaza, iglesia, correo, comisaría y dependencias públicas– un grupo de ancianos se acercó a nosotros. El ánimo era festivo y parecía importarles poco el rigor de la tarde invernal. Intentaban darle un beso o estrechar la mano de la funcionaria. La mayor parte se dirigía a ella llamándola por el apodo familiar: “Mechi”. Y “Mechi” prodigaba sonrisas y abrazos mientras el fotógrafo registraba cada gesto. Viéndola desenvolverse en medio de la gente, sonreír estratégicamente a la cámara que la seguía y derramar expresiones de cariño en el momento exacto de ser fotografiada no quedaba duda alguna acerca de cuál era su modelo de liderazgo. Una mirada algo más atenta permitía advertir cómo, una vez fotografiados, los ancianos se alejaban hacia una suerte de puesto de comidas y bebidas improvisado en la esquina opuesta de la plaza para retirarse munidos de sandwiches y gaseosas. Finalizada la jornada de filmación y con una importante cantidad de tomas fotográficas, volvimos al quincho donde nos esperaba un asado monumental. Ya entrada la madrugada nos retiramos de la casa de la funcionaria. Cuando nuestro auto se alejaba del portón vimos cómo uno de los jardineros sacaba a la calle gran cantidad de sobras de comida y los “protectores” se acercaban rápidamente a cobrar su parte del festín.
Entre risas y burbujas, le preguntamos a la funcionaria si no temía por su seguridad y la de sus bienes, a lo que respondió que “de ninguna manera, los pobres son mi protección”. Un rato después acordamos salir a la zona céntrica del pueblo para hacer unas fotos. Al llegar a la plaza –típica escenografía pueblerina: plaza, iglesia, correo, comisaría y dependencias públicas– un grupo de ancianos se acercó a nosotros. El ánimo era festivo y parecía importarles poco el rigor de la tarde invernal. Intentaban darle un beso o estrechar la mano de la funcionaria. La mayor parte se dirigía a ella llamándola por el apodo familiar: “Mechi”. Y “Mechi” prodigaba sonrisas y abrazos mientras el fotógrafo registraba cada gesto. Viéndola desenvolverse en medio de la gente, sonreír estratégicamente a la cámara que la seguía y derramar expresiones de cariño en el momento exacto de ser fotografiada no quedaba duda alguna acerca de cuál era su modelo de liderazgo. Una mirada algo más atenta permitía advertir cómo, una vez fotografiados, los ancianos se alejaban hacia una suerte de puesto de comidas y bebidas improvisado en la esquina opuesta de la plaza para retirarse munidos de sandwiches y gaseosas. Finalizada la jornada de filmación y con una importante cantidad de tomas fotográficas, volvimos al quincho donde nos esperaba un asado monumental. Ya entrada la madrugada nos retiramos de la casa de la funcionaria. Cuando nuestro auto se alejaba del portón vimos cómo uno de los jardineros sacaba a la calle gran cantidad de sobras de comida y los “protectores” se acercaban rápidamente a cobrar su parte del festín.
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