El teléfono deja de sonar. La lluvia no repiquetea en las veredas. Las hojas de los árboles están quietas. La heladera detiene su zumbido. Las palabras se ahogan. Los diálogos se cortan. Todo entra en una calma espesa y tensa. Todo es humo blanco o frío de cristal. Miradas mudas. Fuego que es brasa y no crepita. Gritos proferidos en el vacío de un laboratorio. Como ensayo. Como prueba. Sin error. Corazones acallados, detenidos. Relojes digitales. Latidos y tic-tacs que ya no son. Las bocas y el aire coinciden: no emitir, no transmitir. Entonces lastima, como una fiera, el silencio.
5/30/2008
Aclaración
Ayer, de puro curiosa, hice en Google la búsqueda de "la vida en cien palabras". Descubrí entonces que existe alguien que incluso publicó un libro a partir de la iniciativa. Igual, a mí me parece un gratificante desafío seguir tratando de retratar algunas cosas en cien palabras que, según como se las mire, pueden ser muy pocas o demasiadas.
5/27/2008
Sin suministro
Hay un corte de luz en mi manzana.
Es como si el mundo se acabara en la vereda.
Desde el sillón veo el espectáculo de las vidas vecinas.
El anciano de enfrente asiste a su mujer inválida
al igual que todas las noches pero hoy,
amparada en la oscuridad, veo en sus pasos y en sus gestos
el amor y la resignación.
Un grupo de muchachos canta en la puerta de la fiambrería,
sin más realidad que los viejos vinagres,
sin más horizonte que Luca y el vidrio marrón de la cerveza.
Se escuchan sirenas y perros y los pasos agitados de los vecinos
que van y vienen sobre la escalera de metal.
¿Qué pensará la pareja de holandeses que vive aquí al lado
de esta ciudad donde la luz es esquiva y el silencio hace cuerpo en la noche?
Cada tanto, un auto ilumina la calle y el reflejo es esperanza
de visión recuperada.
Mi nombre es Edgar, ¿en qué puedo ayudarla?
dijo amablemente y le expliqué que estoy sin luz.
Necesitó saber desde qué lugar de este infierno desconectado
estaba hablándole.
Sí, respondió con voz automática y sabiduría de recóndito call center,
tenemos un problema en la línea de megatensión
y el servicio estará restablecido en tres horas
aproximadamente, señora.
Agradecí.
Y ahora escribo porque sé que la llegada de la luz
suspenderá esta pausa obligada en la que mis pensamientos hablan.
Que en poco tiempo habrá otra vez ese orden invariable
de mis noches azules de televisión.
Y escribo porque sé que, de no hacerlo,
lamentaré haber perdido estas palabras,
que los ojos volverán a engañarme,
que estaré, otra vez, sin suministro.
Es como si el mundo se acabara en la vereda.
Desde el sillón veo el espectáculo de las vidas vecinas.
El anciano de enfrente asiste a su mujer inválida
al igual que todas las noches pero hoy,
amparada en la oscuridad, veo en sus pasos y en sus gestos
el amor y la resignación.
Un grupo de muchachos canta en la puerta de la fiambrería,
sin más realidad que los viejos vinagres,
sin más horizonte que Luca y el vidrio marrón de la cerveza.
Se escuchan sirenas y perros y los pasos agitados de los vecinos
que van y vienen sobre la escalera de metal.
¿Qué pensará la pareja de holandeses que vive aquí al lado
de esta ciudad donde la luz es esquiva y el silencio hace cuerpo en la noche?
Cada tanto, un auto ilumina la calle y el reflejo es esperanza
de visión recuperada.
Mi nombre es Edgar, ¿en qué puedo ayudarla?
dijo amablemente y le expliqué que estoy sin luz.
Necesitó saber desde qué lugar de este infierno desconectado
estaba hablándole.
Sí, respondió con voz automática y sabiduría de recóndito call center,
tenemos un problema en la línea de megatensión
y el servicio estará restablecido en tres horas
aproximadamente, señora.
Agradecí.
Y ahora escribo porque sé que la llegada de la luz
suspenderá esta pausa obligada en la que mis pensamientos hablan.
Que en poco tiempo habrá otra vez ese orden invariable
de mis noches azules de televisión.
Y escribo porque sé que, de no hacerlo,
lamentaré haber perdido estas palabras,
que los ojos volverán a engañarme,
que estaré, otra vez, sin suministro.
5/24/2008
La vida en cien palabras – La cena
Lava, corta, ordena, pica, planifica, vuelve a lavar, va hacia la heladera, saca un nuevo ingrediente, lava, corta, ordena, pica, planifica. Llora cebollas. Ríe albahaca. Los dedos ágiles. La luna en la ventana. Y zambulle todo en la olla. Huele suspiros de golosa plenitud. Sonríe. Revuelve. Revuelve. Sonríe. Respira los borbotones de la salsa. Y revuelve. Y sonríe. Imagina los pasos ansiosos, el tintineo de las copas, el choque metálico de los cubiertos. Servilletas como palomas. Pan y vino. La sencilla alegría de una cena que aún no ha comenzado pero que ella lleva largo tiempo preparando en su corazón.
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ficción verdadera,
la vida en 100 palabras
La vida en cien palabras – Amor
Sólo recuerda el perfume persistente de la lluvia. Y la lejana claridad de un amanecer. Habían estado hablando durante horas. De todo. De nada. Del tiempo. De la eternidad. Hasta que súbitamente ella se puso de pie y dejó la habitación. Entonces él se sintió solo. Aún sabiéndola del otro lado de la puerta. Aún consciente de que volvería en apenas minutos tal vez con una nueva copa de vino, tal vez sonriendo, tal vez… Pero él había conocido esa soledad instantánea y profunda. Y supo que no quería en su vida ese sentimiento helado. Y supo cuánto la amaba.
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5/23/2008
No entiendo
Mis ojos se niegan a la luz.
Mi voz se ahoga en el vacío.
Y sin mirada y sin palabra
no soy nada.
Mi voz se ahoga en el vacío.
Y sin mirada y sin palabra
no soy nada.
5/18/2008
Te necesito
Recién llamó. Su voz, aunque quebrada, iluminó por un instante el gris de mi vida. Su inocultable angustia me hizo sentir súbitamente bien. Sólo dijo dos palabras, apenas dos palabras que dieron vuelta mi universo: “te necesito”. Entonces la deseé. La deseé como hacía tiempo que no la deseaba. Como nunca, creo, la había deseado. La vi cabalgando en mi cintura, montada sobre mí. Y yo perdido entre sus piernas. Gozando de su cuerpo completamente por primera vez. Hundido en ella. Dueño de ella. Atado a ella por un deseo animal, sin nombre y sin tiempo. La supe entregada, frágil, casi vencida. Justo ella, que no se deja vencer por nada. Justo ella, que siempre se pone de pie y mira el mañana con esperanza. Justo ella, tan distinta, tan opuesta a mí. Y tuve ganas de correr y abrazarla. Tuve ganas de recorrer su cuerpo sin mapa, sin rumbo, sin apuro. Tuve ganas de besarla con pasión, con ternura, brutal y salvajemente, hasta caer rendido. Sólo porque había dicho esas dos palabras que nunca antes había pronunciado. Porque se estaba mostrando vulnerable y era una presa fácil para mi deseo. Pero yo no sólo soy un cobarde, soy, además, un cobarde con principios. Entonces, traté de que en mi voz no se notara el arrebato de mi corazón. Traté de que no se trasluciera mi emoción, mi sensación de triunfo y ese sentimiento tan parecido a la felicidad y, con el mismo tono neutro de siempre, le dije: “Ahora no puedo, estoy ocupado”, y volví al camino de mi intrascendente y mediocre existencia.
5/13/2008
Soy ceniza
El recuerdo de una nena asustada.
El pelo largo y lacio.
Los ojos curiosos.
Las risas sin motivos.
Olor a pasto. Olor a lluvia.
Olor a tiempo.
El cielo del campo.
Escarcha bajo los pies.
El recuerdo de una adolescente asustada.
Palabras crepitando en la fogata.
Si la lengua no traiciona,
las ideas duermen a salvo en la cabeza
a la espera de un viento mejor
mientras el día a día sólo trae
gritos, cascos, botas, armas.
El recuerdo de una joven asustada.
Viviendo en la clausura,
disfrazada de mamá.
Tomar el té y jugar a las muñecas.
Un oficio mudo que no alcanza
a ocultar el gesto de dolor.
El recuerdo viene en láminas de hielo.
En chispas de una hoguera.
En capas de ceniza.
En papeles ajados.
En fotos recobradas.
El recuerdo viene como un leve
polvo gris.
El pelo largo y lacio.
Los ojos curiosos.
Las risas sin motivos.
Olor a pasto. Olor a lluvia.
Olor a tiempo.
El cielo del campo.
Escarcha bajo los pies.
El recuerdo de una adolescente asustada.
Palabras crepitando en la fogata.
Si la lengua no traiciona,
las ideas duermen a salvo en la cabeza
a la espera de un viento mejor
mientras el día a día sólo trae
gritos, cascos, botas, armas.
El recuerdo de una joven asustada.
Viviendo en la clausura,
disfrazada de mamá.
Tomar el té y jugar a las muñecas.
Un oficio mudo que no alcanza
a ocultar el gesto de dolor.
El recuerdo viene en láminas de hielo.
En chispas de una hoguera.
En capas de ceniza.
En papeles ajados.
En fotos recobradas.
El recuerdo viene como un leve
polvo gris.
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