7/23/2008

Pasión, política y ajedrez

Al contrario de lo que suele proclamar la percepción generalizada, la palabra pasión, en las primeras acepciones del Diccionario de la RAE, remite no al ánimo encendido y fuertemente inclinado hacia algo o alguien sino a la acción de padecer, al estado pasivo del sujeto y a la ausencia de acción. Recién la quinta entrada hace referencia a la perturbación o desorden del estado de ánimo, y la sexta y séptima a lo que con mayor frecuencia entendemos por pasión: el apetito vehemente hacia algo o la viva preferencia de una persona enfocada hacia otra.
Me quedo, empero, con lo viejo conocido.
En primer lugar, porque si hay algo que sin dudas me apasiona, es mi trabajo que, por otra parte, nada tiene que ver con la pasividad, el padecimiento o la inacción y, por el contrario, exige una incansable actividad mental.
Pensar es apasionante.
Pensar es abordar el desafío de ingresar a un laberinto que se va construyendo con cada elección y del cual no saldremos los mismos que éramos al dar el primer paso.
Pensar es no perder la calma porque –verdad de perogrullo– la ira, el descontrol, el desborde impiden pensar.
En numerosas oportunidades he tenido, por cuestiones laborales, estrecho contacto con dirigentes políticos de las más diversas ideologías. A la vista del camino recorrido, aquellos que tuvieron más éxito en el logro de sus aspiraciones, en su gestión y en la transmisión de sus ideas fueron los que preservaron por sobre todas las cosas la calma para pensar y decidir con la frialdad que se requiere en estos casos. Los que, en cambio, terminaron rápidamente estrellados contra el impiadoso paredón de la impopularidad fueron los que, presas del descontrol, tomaron decisiones irreflexivas, caprichosas o –valga la irreverencia a la RAE– dominadas por la violencia de la pasión.
Traducido al lenguaje popular, esto podría expresarse como "político que se calienta, pierde".
En todo caso, la pasión política debería parecerse a la que siente un ajedrecista por el juego. Una pasión que, por cierto, raras veces lo impulsa a terminar la partida pateando el tablero y, en cambio, lo incita a seguir pensando, con calma, cuál es la mejor jugada posible, la que ponga al adversario en jaque y lo obligue a, nuevamente, pensar y superarse en su estrategia.
Al igual que en el ajedrez, en la política cualquier movimiento genera un nuevo escenario y abre nuevas alternativas de juego.
Al igual que en el ajedrez, en la política todo momento de estabilidad es el instante provisorio y fugaz entre un movimiento y otro.
Se trata, entonces, de aprovechar ese hiato de precaria calma para prefigurar los próximos escenarios devenidos del nuevo estado del tablero. Por supuesto, sin perder de vista el objetivo final y mayor que es ganar la partida.
Y de paso, si hablamos de ajedrez, ¿por qué, frente a un ataque llevado adelante por piezas menores, se decidió sacrificar a la Dama?

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