Los seres humanos solemos apostar todas nuestras fichas al smooth sailing pero, claro, en ocasiones, las aguas se tornan turbulentas y, en otras, demasiada calma nos aplasta. En ambos casos, se impone un golpe de timón.
Cuando miro atrás, puedo reconocer cada instante preciso en el cual un golpe de timón –a veces un acto mínimo e imperceptible; otras un verdadero terremoto emocional– cambió definitivamente, para la alegría o para el dolor, el rumbo de mi vida. Una tarde de diciembre de 1976 que tuvo la punzante efectividad de la muerte; un mediodía frío y soleado a fines de julio del 82 y otro, ardiente, a principios de marzo del 85, cuando vi la luz de los ojos de mis hijos. Un amanecer en viaje hacia lo desconocido a mediados de 2000, un viaje que prometía la gloria y trajo el infierno. El Viernes Santo de 2005 en que pude huir de una pesadilla que parecía interminable. La noche del 23 de marzo de 2007 cuando un abrazo postergado durante más de 30 años abrió esta etapa que vivo hoy. El 12 de agosto de 2008, una tarde largamente esperada en la que se concretó un sueño.
Uno guarda en su memoria infinidad de escenas de su vida, infinidad de fotos en las que se congela un instante de la historia. Donde el tiempo se detiene y desaparece.
Sin embargo, sólo algunas de esas fotos reflejan los golpes de timón. Sólo unas pocas responden a las preguntas "¿dónde empezó?" o "¿dónde terminó?". Solemos estar más preocupados por responder la perentoria "¿cuándo terminará (la malaria, la penuria, la mala racha)?" o imbuidos en el no menos perentorio ruego "que no se termine nunca (la bonanza, la felicidad)".
Lanzados al control del presente y a la planificación del futuro, nos olvidamos del pasado. De esos momentos en los cuales un golpe de timón nos depositó en la orilla apacible desde la cual hoy miramos la vida o nos encauzó hacia los rápidos que intentamos atravesar sin estrellarnos contra las filosas rocas.
De una manera o de otra, desde la conciencia del dolor o desde la gloriosa celebración de la alegría, encontrar dentro de nosotros esas fotos, reconocer su valor como origen de un viraje –inesperado o no– que dibuja un mapa único e irrepetible –nuestro mapa–, nos recuerda que para estar donde estamos tuvimos que pasar por donde pasamos.
Cuando miro atrás, puedo reconocer cada instante preciso en el cual un golpe de timón –a veces un acto mínimo e imperceptible; otras un verdadero terremoto emocional– cambió definitivamente, para la alegría o para el dolor, el rumbo de mi vida. Una tarde de diciembre de 1976 que tuvo la punzante efectividad de la muerte; un mediodía frío y soleado a fines de julio del 82 y otro, ardiente, a principios de marzo del 85, cuando vi la luz de los ojos de mis hijos. Un amanecer en viaje hacia lo desconocido a mediados de 2000, un viaje que prometía la gloria y trajo el infierno. El Viernes Santo de 2005 en que pude huir de una pesadilla que parecía interminable. La noche del 23 de marzo de 2007 cuando un abrazo postergado durante más de 30 años abrió esta etapa que vivo hoy. El 12 de agosto de 2008, una tarde largamente esperada en la que se concretó un sueño.
Uno guarda en su memoria infinidad de escenas de su vida, infinidad de fotos en las que se congela un instante de la historia. Donde el tiempo se detiene y desaparece.
Sin embargo, sólo algunas de esas fotos reflejan los golpes de timón. Sólo unas pocas responden a las preguntas "¿dónde empezó?" o "¿dónde terminó?". Solemos estar más preocupados por responder la perentoria "¿cuándo terminará (la malaria, la penuria, la mala racha)?" o imbuidos en el no menos perentorio ruego "que no se termine nunca (la bonanza, la felicidad)".
Lanzados al control del presente y a la planificación del futuro, nos olvidamos del pasado. De esos momentos en los cuales un golpe de timón nos depositó en la orilla apacible desde la cual hoy miramos la vida o nos encauzó hacia los rápidos que intentamos atravesar sin estrellarnos contra las filosas rocas.
De una manera o de otra, desde la conciencia del dolor o desde la gloriosa celebración de la alegría, encontrar dentro de nosotros esas fotos, reconocer su valor como origen de un viraje –inesperado o no– que dibuja un mapa único e irrepetible –nuestro mapa–, nos recuerda que para estar donde estamos tuvimos que pasar por donde pasamos.
1 comentario:
¡Cuánta razón tenés!! Es así, nos duela o nos alegre el estado en el cual nos encontramos hoy, deberíamos pensar siempre que para estar donde estamos hoy tuvimos que atravesar por el camino de las penas o de las alegrías que nos condujeron hasta el presente.
Hermosos tus blogs!
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