2/18/2009

Ya se ha dicho

Yo sé que ya se dijo. De todas las maneras, en todos los tonos.
Pero una cosa es decir y otra cosa es entender lo que se dice (ambos, emisor y receptor del mensaje).
La situación de Tartagal es catastrófica.
La situación de Tartagal ha puesto en marcha, una vez más, el tan mentado –y sobrevalorado– motor de la solidaridad argentina. Hay campañas por todos lados y en todos lados se alienta a colaborar y se difunden las maneras de hacerlo.
Más allá de responder a la urgencia y a la necesidad, legítimas por cierto, podríamos reflexionar un momento acerca de lo que significa, cada tanto, tener que ser solidarios frente a situaciones trágicas (la mayoría de las veces evitables).
Allí donde la solidaridad debe manifestarse de manera masiva, intensa, compulsiva y temporaria, algo del entramado social e institucional ha fallado. Esas cataratas de amor al prójimo traducidas en colaboraciones one shot implican muchas veces que el conjunto de la sociedad le había estado dando la espalda –por comodidad, por conveniencia o por ignorancia– a situaciones previsiblemente riesgosas.
Cuando se habla de desmonte, de accidentes viales, de inseguridad (por sólo nombrar algunos de los males que nos aquejan), pareciera que se habla de un grupo lejano e indefinido de gente –ya un indefinido de por sí. Cuando las tragedias empiezan a tener rostros, en ocasiones rostros cercanos, las conciencias necesitan aplacarse. Ahí es donde surge la solidaridad que acalla bajo la forma de una donación cuyo mensaje será un provisorio "¡Qué terrible!", un encendido "¡Justicia!" y un rápido "Aquí no ha pasado nada".

2/12/2009

Alquimia

Cada desatino.
Finísimas lonjas de piel.
Mañanas desorientadas.
Ropa en desuso.
Una idea que brilla
en un bosque de sombras.
Zapatos caminados
desde el fondo del placard.
La eternidad hecha tic-tac.
Soles y lunas.
Errores sin lágrimas.
Triunfos sin sonrisas.
El dulce sobrevuelo
del olvido.
Todo en el crisol
hirviendo a borbotones.
Y luego
vaciado en mí.

2/05/2009

Sequía

Parece sencillo comprender cuáles son los efectos de la sequía que afecta a casi toda la zona agroganadera argentina. A diario, los noticieros transmiten imágenes desoladoras de animales muertos y sembradíos que deberían verse tupidos, verdes y florecientes y, en cambio, están raleados y empobrecidos.
Todos entendemos, además, que las lluvias inminentes no solucionarán el problema. La cosecha será, sin dudas, magra. Lo sucedido –o lo no sucedido– en el momento preciso, ha dejado consecuencias irreversibles para esta temporada y, en algunos casos, para varias más.
¿Adónde voy con esto?
Bien: hoy vi una reseña periodística en la que se mostraban girasoles raquíticos, creciendo a duras penas en la tierra resquebrajada por la sequía, espaciados, casi solitarios. Pensé en el campo y me dio pena. Pero no pude detenerme mucho ahí porque, de repente, surgió en mí la idea de la desnutrición.
Los chicos mal alimentados padecen exactamente lo mismo que esos girasoles. Su natural desarrollo se detiene y las consecuencias son, una vez más, irreversibles.
Si la sequía afecta al esquema productivo del país, la desnutrición infantil afecta de manera trágica nuestro futuro. Pero, claro, como el plazo en el cual se verán los resultados es de años y no de meses, no nos preocupamos todo lo que deberíamos. Estamos constantemente devorados por la inmediatez. Intentando construir un castillo sobre un pantano cuando nuestra preocupación debería orientarse a los cimientos. Y los cimientos son todos esos chicos que no tienen acceso a una buena alimentación, a la educación y a la salud, que no son otra cosa que sus derechos.
Por cierto, la situación del campo es lamentable. También es cierto que no la podemos controlar porque no está dentro de nuestras posibilidades hacer llover.
Sí podemos trabajar para que los derechos de los chicos sean mucho más que una bienintencionada declaración. De otro modo, aunque hoy no seamos conscientes de ello, en el futuro, su situación será igual a la de los girasoles que hoy se veían en la televisión y, sin posibilidad de echarle la culpa a la naturaleza, deberemos hacernos cargo de que esa cosecha fracasó.