2/18/2009

Ya se ha dicho

Yo sé que ya se dijo. De todas las maneras, en todos los tonos.
Pero una cosa es decir y otra cosa es entender lo que se dice (ambos, emisor y receptor del mensaje).
La situación de Tartagal es catastrófica.
La situación de Tartagal ha puesto en marcha, una vez más, el tan mentado –y sobrevalorado– motor de la solidaridad argentina. Hay campañas por todos lados y en todos lados se alienta a colaborar y se difunden las maneras de hacerlo.
Más allá de responder a la urgencia y a la necesidad, legítimas por cierto, podríamos reflexionar un momento acerca de lo que significa, cada tanto, tener que ser solidarios frente a situaciones trágicas (la mayoría de las veces evitables).
Allí donde la solidaridad debe manifestarse de manera masiva, intensa, compulsiva y temporaria, algo del entramado social e institucional ha fallado. Esas cataratas de amor al prójimo traducidas en colaboraciones one shot implican muchas veces que el conjunto de la sociedad le había estado dando la espalda –por comodidad, por conveniencia o por ignorancia– a situaciones previsiblemente riesgosas.
Cuando se habla de desmonte, de accidentes viales, de inseguridad (por sólo nombrar algunos de los males que nos aquejan), pareciera que se habla de un grupo lejano e indefinido de gente –ya un indefinido de por sí. Cuando las tragedias empiezan a tener rostros, en ocasiones rostros cercanos, las conciencias necesitan aplacarse. Ahí es donde surge la solidaridad que acalla bajo la forma de una donación cuyo mensaje será un provisorio "¡Qué terrible!", un encendido "¡Justicia!" y un rápido "Aquí no ha pasado nada".

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