Si la oposición triunfa en las elecciones, la Argentina va a ser una bolsa de gatos.
Clotilde Acosta (a.k.a. Nacha Guevara)
4/29/2009
Nos tapó la lava
Si algo caracteriza a la democracia es la previsibilidad de la dinámica institucional.
Los pueblos construyen sus aciertos y amasan sus errores en términos de años, no de hechos puntuales como puede ser una elección.
¿Sobre qué volcán están sentados nuestros gobernantes para saber a ciencia cierta que si levantan de allí sus reales posaderas el país explotará?
Los pueblos construyen sus aciertos y amasan sus errores en términos de años, no de hechos puntuales como puede ser una elección.
¿Sobre qué volcán están sentados nuestros gobernantes para saber a ciencia cierta que si levantan de allí sus reales posaderas el país explotará?
4/27/2009
Mañana
A partir de una iniciativa de Clarín Blogs y por intermedio de su responsable, la querida Vanina Berghella, mañana martes, a partir de las 17 horas, estaré coordinando una de las charlas del ciclo "La hora de la web participativa" que tiene lugar en la Feria del Libro.
Me tocará el honor de presentar a Omar Genovese y Humberto Acciarressi, autores de los blogs El fantasma y A través del Uniberto, quienes fueron convocados para conversar acerca de blogs, lliteratura y cultura.
Dado que son dos grossos, de seguro no me darán mucho trabajo, lo que me permitirá disfrutar a fondo de sus afilados intercambios.
Me tocará el honor de presentar a Omar Genovese y Humberto Acciarressi, autores de los blogs El fantasma y A través del Uniberto, quienes fueron convocados para conversar acerca de blogs, lliteratura y cultura.
Dado que son dos grossos, de seguro no me darán mucho trabajo, lo que me permitirá disfrutar a fondo de sus afilados intercambios.
Fuera del marco
A veces, de tanto utilizar etiquetas, tengo la sensación de que me transformo en una suerte de repositor de supermercado: fulano es tal cosa y calza en este estante, mengano es tal otra y lo coloco en punta de góndola, o si se trata de objetos, esto es esto y le corresponde el lugar de arriba.
Cuando me doy cuenta de que estoy dejándome llevar por la corriente de ese mecanismo simplificador, trato de pensar fuera del marco.
Desetiquetar es un ejercicio difícil. Mucho más que etiquetar. Desetiquetar es desideologizar el pensamiento restituyéndole a la persona o al objeto su identidad, desnuda de calificativos. Es anular la confusión, más frecuente de lo que sería deseable, que iguala a alguien o a algo con una porción de sí. Es dejar de tomar la parte por el todo.
Pensar fuera del marco implica reconocer la diversidad y la multiplicidad de la mirada, y recuperar la conciencia de que adherimos a cierta ideología porque sintoniza con nuestros valores y no al revés. Es decir que cuando consentimos ponerle un marco ideológico a nuestra vida, lo hacemos porque es el que más se ajusta a nuestro sentido ético, estético y/o moral. Sin embargo, solemos olvidar que ni ese marco ni ningún otro encajan a la perfección ni pueden contener nuestra totalidad y que el elegido sólo es el que más se aproxima.
Con frecuencia, entonces, nos encontramos auto censurando algo por el simple hecho de que no se corresponde con el marco ideológico. Es casi seguro que un examen honesto de dicho marco dejará al descubierto lo que quedó afuera que, aunque sea poco, siempre es relevante. Es probable que por alguna necesidad imperiosa de pertenencia, hayamos desdeñado los sobrantes. Es que, desde adentro, una voz suele dictarnos que ése es el precio del marco: el cercenamiento de las rebabas para garantizar la inclusión completa.
Lo que sucede a continuación es que quedamos presos un dispoositivo que, no nos confundamos, hace más rígido nuestro sistema de creencias pero no por ello lo fortalece. Desarmar el marco y recuperar lo que quedó fuera de él le otorga consistencia al pensamiento. Le restituye la flexibilidad, nos devuelve la máxima libertad a la que podemos aspirar: la libertad de responder a la totalidad de nuestros valores y de lidiar con nuestras propias contradicciones.
Cuando me doy cuenta de que estoy dejándome llevar por la corriente de ese mecanismo simplificador, trato de pensar fuera del marco.
Desetiquetar es un ejercicio difícil. Mucho más que etiquetar. Desetiquetar es desideologizar el pensamiento restituyéndole a la persona o al objeto su identidad, desnuda de calificativos. Es anular la confusión, más frecuente de lo que sería deseable, que iguala a alguien o a algo con una porción de sí. Es dejar de tomar la parte por el todo.
Pensar fuera del marco implica reconocer la diversidad y la multiplicidad de la mirada, y recuperar la conciencia de que adherimos a cierta ideología porque sintoniza con nuestros valores y no al revés. Es decir que cuando consentimos ponerle un marco ideológico a nuestra vida, lo hacemos porque es el que más se ajusta a nuestro sentido ético, estético y/o moral. Sin embargo, solemos olvidar que ni ese marco ni ningún otro encajan a la perfección ni pueden contener nuestra totalidad y que el elegido sólo es el que más se aproxima.
Con frecuencia, entonces, nos encontramos auto censurando algo por el simple hecho de que no se corresponde con el marco ideológico. Es casi seguro que un examen honesto de dicho marco dejará al descubierto lo que quedó afuera que, aunque sea poco, siempre es relevante. Es probable que por alguna necesidad imperiosa de pertenencia, hayamos desdeñado los sobrantes. Es que, desde adentro, una voz suele dictarnos que ése es el precio del marco: el cercenamiento de las rebabas para garantizar la inclusión completa.
Lo que sucede a continuación es que quedamos presos un dispoositivo que, no nos confundamos, hace más rígido nuestro sistema de creencias pero no por ello lo fortalece. Desarmar el marco y recuperar lo que quedó fuera de él le otorga consistencia al pensamiento. Le restituye la flexibilidad, nos devuelve la máxima libertad a la que podemos aspirar: la libertad de responder a la totalidad de nuestros valores y de lidiar con nuestras propias contradicciones.
4/21/2009
El insulto equivocado
Ni al ojo más distraído se le escapa que la Justicia argentina es víctima de una larga crisis. Faltan jueces, sobran juicios. Lo que desde afuera se ve como lentitud, desde adentro se percibe como desborde. Y todo esto sin mencionar las cuestiones que tienen que ver con presuntos hechos de corrupción.
En los últimos tiempos, los reclamos respecto de la falta de seguridad desencadenaron una polémica en la que –como en casi todas las polémicas argentinas– muchos ciudadanos opinamos sin saber: la polémica en torno al "garantismo" de los jueces.
Con cierta ingenuidad, la frase "jueces garantistas" suele aplicarse de manera desdeñosa, como si fuese un insulto. Parecería ser que un juez garantista es el que está del lado de los delincuentes, propone un estilo laxo, vela por los derechos de quienes no lo merecen y colabora con el incremento de la criminalidad.
Un juez garantista es un buen juez. Los jueces deben –para honrar la alta tarea que les ha sido encomendada– ser garantistas.
La tarea de un magistrado es impartir Justicia. Esto se traduce, por sobre todas las cosas, en la sumisión a la Ley fundamental de la Nación: la Constitución Argentina, que es la que GARANTIZA los derechos de los ciudadanos. De modo que un juez garantista es aquel que está profundamente comprometido con esta Norma y, por lo tanto, en cada uno se sus fallos se enfrenta a un dilema que casi ninguno de nosotros comprende: los habitantes de la República Argentina tenemos todos los mismos derechos, las mismas obligaciones y gozamos de las mismas garantías. No importa cuál sea la presión de la sociedad. No importa si somos damnificados o si hemos damnificado a un tercero, somos iguales ante la Ley.
La irritación generalizada –que no se debe sólo a los hechos de criminalidad sino también a factores como la incertidumbre económica e institucional, al grave proceso de desintegración del entramado social y al aumento constante de la brecha entre ricos y pobres– nos ha llevado a insultar a algunos de nuestros jueces llamándolos "garantistas". Deberíamos aceptar que los delincuentes forman parte de la sociedad y, nos guste o no, estamos bajo una misma ley. Deberíamos entender que, en el caso de tener que presentarnos ante un tribunal, querríamos que nuestros derechos estuviesen asegurados por un juez leal a la Constitución. Deberíamos darnos cuenta de que calificar de manera despectiva a un juez con el adjetivo "garantista" es haber elegido el insulto equivocado.
En los últimos tiempos, los reclamos respecto de la falta de seguridad desencadenaron una polémica en la que –como en casi todas las polémicas argentinas– muchos ciudadanos opinamos sin saber: la polémica en torno al "garantismo" de los jueces.
Con cierta ingenuidad, la frase "jueces garantistas" suele aplicarse de manera desdeñosa, como si fuese un insulto. Parecería ser que un juez garantista es el que está del lado de los delincuentes, propone un estilo laxo, vela por los derechos de quienes no lo merecen y colabora con el incremento de la criminalidad.
Un juez garantista es un buen juez. Los jueces deben –para honrar la alta tarea que les ha sido encomendada– ser garantistas.
La tarea de un magistrado es impartir Justicia. Esto se traduce, por sobre todas las cosas, en la sumisión a la Ley fundamental de la Nación: la Constitución Argentina, que es la que GARANTIZA los derechos de los ciudadanos. De modo que un juez garantista es aquel que está profundamente comprometido con esta Norma y, por lo tanto, en cada uno se sus fallos se enfrenta a un dilema que casi ninguno de nosotros comprende: los habitantes de la República Argentina tenemos todos los mismos derechos, las mismas obligaciones y gozamos de las mismas garantías. No importa cuál sea la presión de la sociedad. No importa si somos damnificados o si hemos damnificado a un tercero, somos iguales ante la Ley.
La irritación generalizada –que no se debe sólo a los hechos de criminalidad sino también a factores como la incertidumbre económica e institucional, al grave proceso de desintegración del entramado social y al aumento constante de la brecha entre ricos y pobres– nos ha llevado a insultar a algunos de nuestros jueces llamándolos "garantistas". Deberíamos aceptar que los delincuentes forman parte de la sociedad y, nos guste o no, estamos bajo una misma ley. Deberíamos entender que, en el caso de tener que presentarnos ante un tribunal, querríamos que nuestros derechos estuviesen asegurados por un juez leal a la Constitución. Deberíamos darnos cuenta de que calificar de manera despectiva a un juez con el adjetivo "garantista" es haber elegido el insulto equivocado.
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4/20/2009
Mucho carácter, pocas pulgas
Lo conocí en 1999 cuando llegó al lugar en el que yo trabajaba y se transformó en mi jefe.
Desembarcó con sus propios colaboradores y empezó por hacer un orden riguroso en la distribución de tareas, cambió el estilo de comunicación y tomó a su cargo responsabilidades administrativas que hasta ese momento habían estado dispersas entre varios miembros del plantel.
Por supuesto, no cayó nada simpático.
Yo, que había tenido un diálogo directo y fluido con el jefe anterior y estaba a cargo de un equipo de casi una decena de personas, sentí que la libertad con la que había trabajado hasta ese momento se esfumaba entre reclamos de cumplimiento estricto de horarios y rendiciones de avances.
Además, la puerta del despacho que siempre había estado abierta para consultas e intercambios se cerró y el acceso quedó a criterio de una de sus colaboradoras más cercanas.
Más de una vez entró sorpresivamente en mi oficina a las 8.15 sólo para comprobar si mi equipo y yo estábamos ahí. Era muy difícil hacerle entender que si la mayoría de nosotros habíamos estado trabajando hasta mucho más allá de la hora en que las oficinas quedaban desiertas, yo autorizaba que a la mañana siguiente la jornada se iniciara más tarde.
En una oportunidad, incluso, le dije esto en un tono nada amigable.
El no me caía bien. Y yo no le caía bien.
No voy a juzgar su desempeño como Jefe de Campaña de Acción por la República para las elecciones presidenciales de 1999. No me corresponde porque, además de ser una falta de respeto, sería olvidar que, harta de tanta presión, un mes antes de las elecciones hice uso del "efecto portazo" y renuncié.
Pero él estaba allí, con un notorio acento cordobés y un rígido sistema de trabajo y organización. Con sus poco frecuentes sonrisas y sus muy frecuentes ironías. Por eso, al seguir su desempeño como "gran recaudador" de la provincia de Buenos Aires, no me sorprendieron su eficacia ni su casi inagotable perseverancia para ir tras los objetivos que se había planteado.
Tampoco me sorprendieron las declaraciones que motivaron su intempestiva y forzada salida de ARBA. Más allá de lo que decida hacer en el futuro, de sus aspiraciones políticas (o no), de cualquier especulación acerca de si su actitud se debió a un exabrupto o a una estrategia; o si la presión que se ejerció sobre él para aceptar una candidatura testimonial en un distrito muy opositor fue una operación, es indudable que Santiago Montoya es un tipo de mucho carácter. Y de muy pocas pulgas.
Desembarcó con sus propios colaboradores y empezó por hacer un orden riguroso en la distribución de tareas, cambió el estilo de comunicación y tomó a su cargo responsabilidades administrativas que hasta ese momento habían estado dispersas entre varios miembros del plantel.
Por supuesto, no cayó nada simpático.
Yo, que había tenido un diálogo directo y fluido con el jefe anterior y estaba a cargo de un equipo de casi una decena de personas, sentí que la libertad con la que había trabajado hasta ese momento se esfumaba entre reclamos de cumplimiento estricto de horarios y rendiciones de avances.
Además, la puerta del despacho que siempre había estado abierta para consultas e intercambios se cerró y el acceso quedó a criterio de una de sus colaboradoras más cercanas.
Más de una vez entró sorpresivamente en mi oficina a las 8.15 sólo para comprobar si mi equipo y yo estábamos ahí. Era muy difícil hacerle entender que si la mayoría de nosotros habíamos estado trabajando hasta mucho más allá de la hora en que las oficinas quedaban desiertas, yo autorizaba que a la mañana siguiente la jornada se iniciara más tarde.
En una oportunidad, incluso, le dije esto en un tono nada amigable.
El no me caía bien. Y yo no le caía bien.
No voy a juzgar su desempeño como Jefe de Campaña de Acción por la República para las elecciones presidenciales de 1999. No me corresponde porque, además de ser una falta de respeto, sería olvidar que, harta de tanta presión, un mes antes de las elecciones hice uso del "efecto portazo" y renuncié.
Pero él estaba allí, con un notorio acento cordobés y un rígido sistema de trabajo y organización. Con sus poco frecuentes sonrisas y sus muy frecuentes ironías. Por eso, al seguir su desempeño como "gran recaudador" de la provincia de Buenos Aires, no me sorprendieron su eficacia ni su casi inagotable perseverancia para ir tras los objetivos que se había planteado.
Tampoco me sorprendieron las declaraciones que motivaron su intempestiva y forzada salida de ARBA. Más allá de lo que decida hacer en el futuro, de sus aspiraciones políticas (o no), de cualquier especulación acerca de si su actitud se debió a un exabrupto o a una estrategia; o si la presión que se ejerció sobre él para aceptar una candidatura testimonial en un distrito muy opositor fue una operación, es indudable que Santiago Montoya es un tipo de mucho carácter. Y de muy pocas pulgas.
4/17/2009
(–)
la memoria de la herida
se eleva por encima de la mesa
en la que todavía duermen
los platos de ayer
los restos de comida
aureolas en el mantel
despega del cuerpo como
se despega la carne
de un hueso recocido
tropieza en una silla
y tonta la discusión crece
otra vez
y es dentellada
es furia
es odio
es un insulto y un silencio
es reluciente puñal
que se clava
en el costado del más fuerte
justicia que no redime
sangre que no paga la cuenta
se eleva por encima de la mesa
en la que todavía duermen
los platos de ayer
los restos de comida
aureolas en el mantel
despega del cuerpo como
se despega la carne
de un hueso recocido
tropieza en una silla
y tonta la discusión crece
otra vez
y es dentellada
es furia
es odio
es un insulto y un silencio
es reluciente puñal
que se clava
en el costado del más fuerte
justicia que no redime
sangre que no paga la cuenta
Frases hechas
Aunque están a diario en boca de todos, casi nadie sabe de qué hablamos cuando hablamos de:
El problema del uso indiscriminado de la palabra es el vaciamiento de su sentido y el ingreso a una zona en la que la información es ruido y la opinión no tiene fundamentos.
- Bajar la edad de imputabilidad de los menores.
- Criminalización de la pobreza.
- Judicialización de un menor.
- Emergencia sanitaria.
- El problema de la inseguridad.
- Sensación de inseguridad. (hermanastra de la anterior)
- Redistribución del ingreso.
- Aedes aegypti.
- Brote epidémico de dengue.
- Dirigentes agropecuarios.
- Jueces garantistas.
- Pools sojeros.
- Derechos humanos.
- Contrato moral.
El problema del uso indiscriminado de la palabra es el vaciamiento de su sentido y el ingreso a una zona en la que la información es ruido y la opinión no tiene fundamentos.
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4/16/2009
¿Estamos preparados?
Todos nos quejamos de la corrupción. Lo hacemos hasta el punto en que cada acto de Gobierno es sospechado, no sin razón, de poco transparente. Solemos decir sin empacho alguno que los tres poderes –Ejecutivo, Legislativo y Judicial– son corruptos; que las fuerzas de seguridad lo son; que el sindicalismo lo es. Circulan montones de cadenas de e-mails que enumeran supuestas pruebas de tanta iniquidad. Y la información que se transmite boca a boca no es mejor. Nos roban. Nos mienten.
Queda claro que la mayoría de nuestros dirigentes no están capacitados para obrar con transparencia. Ahora bien, yo me pregunto si nosotros, los ciudadanos, lo estamos.
Los primeros indicios abonarían la hipótesis de que ambos, ciudadanos y clase dirigente, provenimos de la misma sociedad y, por lo tanto, nos caben las mismas cualidades. De modo que si mañana decidiéramos suplantar a todos los funcionarios por "personas comunes", los índices de corrupción no cambiarían o, para decirlo de manera más precisa, no es posible asegurar que habría un descenso significativo.
Siendo muy benévolos y esperanzados, en un escenario en el cual se produjese este recambio y sí hubiese ese tan ansiado descenso de la corrupción en favor de una gestión transparente, ¿cuánto tardaríamos en denostar a los responsables de la "limpieza"?
Pensemos por un momento en los atributos del gobernante perfecto:
No roba ni permite robar (esto es tan simple –dije simple, no fácil– que no admite aclaración alguna).
Toma medidas que benefician a todos por igual en el largo plazo ("en el largo plazo" quiere decir dos cosas: que probablemente en el corto plazo las medidas sean esas a las que se aplica el eufemismo "antipáticas"; y que el gobernante de referencia tiene un plan).
Atiende los problemas de coyuntura sin descuidar los problemas de base (los problemas de coyuntura, en muchas ocasiones, exigen que se continúe con el asistencialismo aunque prevén el descenso de esta mecánica en función del plan mencionado en el punto anterior).
Cumple la ley (esto es tan simple como no robar).
Dialoga con todos los sectores (dentro del marco institucional, dialoga para llegar a conformar un paquete de "no negociables" que se mantendrán más allá de su mandato, lo que equivale a decir que hay un acuerdo básico acerca del plan).
No miente (sin altisonancias ni tremendismo, le explica a quienes le delegaron la tarea cuáles son sus planes, las medidas a implementar y les solicita la imprescindible solidaridad social que se requerirá para los momentos por venir. Además, con frecuencia informa con precisión a los ciudadanos acerca de la marcha de su gestión y lo hace hablándole al país, mirando a cámara).
Ahora, seamos sinceros, este ser virtuoso y temerario duraría en el poder ¿una semana? ¿un mes?
La respuesta fácil: ¡Claro, no lo dejarían trabajar!
La respuesta triste: ¡Claro, no lo dejaríaMOS trabajar!
Decir que las estructuras corporativas son las que impedirían que este buen señor o esta buena señora cumplan con sus objetivos es verdad. Pero no es toda la verdad. ¡Por supuesto que los gremios relacionados con la educación pondrían el grito en el cielo si, por ejemplo, la decisión es dejar sin vigencia el Estatuto del Docente para diseñar una instancia superadora! (obvio que ningún docente habrá leído la última parte de la frase y, si la leyó, no le importa)
Pero tampoco nosotros, ciudadanos comunes, estaríamos conformes si se nos exige, por ejemplo, pagar todos nuestros impuestos. Porque, ¿cuál es el mejor contador que podemos tener, el que buscamos con ansias y al que le pagamos con gusto? Sí, claro, el que mejor "dibuja".
¿Estamos preparados para escuchar de boca de un gobernante la verdad y para someternos a las consecuencias que tenga? No. La mayoría de nosotros no lo está.
¿Por qué esperamos que la transparencia venga de arriba para abajo? ¿Por qué no empezamos a ser transparentes y, con la autoridad que da serlo, elegimos dirigentes y gobernantes que sean "como nosotros"?
¿Cuán solidarios podemos ser si la gran purga que exigimos a gritos empieza a hacerse realidad?
Tendremos toda la solidaridad del mundo... hasta que llegue el momento de abrir la boca y tragar la cucharada de laxante.
Queda claro que la mayoría de nuestros dirigentes no están capacitados para obrar con transparencia. Ahora bien, yo me pregunto si nosotros, los ciudadanos, lo estamos.
Los primeros indicios abonarían la hipótesis de que ambos, ciudadanos y clase dirigente, provenimos de la misma sociedad y, por lo tanto, nos caben las mismas cualidades. De modo que si mañana decidiéramos suplantar a todos los funcionarios por "personas comunes", los índices de corrupción no cambiarían o, para decirlo de manera más precisa, no es posible asegurar que habría un descenso significativo.
Siendo muy benévolos y esperanzados, en un escenario en el cual se produjese este recambio y sí hubiese ese tan ansiado descenso de la corrupción en favor de una gestión transparente, ¿cuánto tardaríamos en denostar a los responsables de la "limpieza"?
Pensemos por un momento en los atributos del gobernante perfecto:
No roba ni permite robar (esto es tan simple –dije simple, no fácil– que no admite aclaración alguna).
Toma medidas que benefician a todos por igual en el largo plazo ("en el largo plazo" quiere decir dos cosas: que probablemente en el corto plazo las medidas sean esas a las que se aplica el eufemismo "antipáticas"; y que el gobernante de referencia tiene un plan).
Atiende los problemas de coyuntura sin descuidar los problemas de base (los problemas de coyuntura, en muchas ocasiones, exigen que se continúe con el asistencialismo aunque prevén el descenso de esta mecánica en función del plan mencionado en el punto anterior).
Cumple la ley (esto es tan simple como no robar).
Dialoga con todos los sectores (dentro del marco institucional, dialoga para llegar a conformar un paquete de "no negociables" que se mantendrán más allá de su mandato, lo que equivale a decir que hay un acuerdo básico acerca del plan).
No miente (sin altisonancias ni tremendismo, le explica a quienes le delegaron la tarea cuáles son sus planes, las medidas a implementar y les solicita la imprescindible solidaridad social que se requerirá para los momentos por venir. Además, con frecuencia informa con precisión a los ciudadanos acerca de la marcha de su gestión y lo hace hablándole al país, mirando a cámara).
Ahora, seamos sinceros, este ser virtuoso y temerario duraría en el poder ¿una semana? ¿un mes?
La respuesta fácil: ¡Claro, no lo dejarían trabajar!
La respuesta triste: ¡Claro, no lo dejaríaMOS trabajar!
Decir que las estructuras corporativas son las que impedirían que este buen señor o esta buena señora cumplan con sus objetivos es verdad. Pero no es toda la verdad. ¡Por supuesto que los gremios relacionados con la educación pondrían el grito en el cielo si, por ejemplo, la decisión es dejar sin vigencia el Estatuto del Docente para diseñar una instancia superadora! (obvio que ningún docente habrá leído la última parte de la frase y, si la leyó, no le importa)
Pero tampoco nosotros, ciudadanos comunes, estaríamos conformes si se nos exige, por ejemplo, pagar todos nuestros impuestos. Porque, ¿cuál es el mejor contador que podemos tener, el que buscamos con ansias y al que le pagamos con gusto? Sí, claro, el que mejor "dibuja".
¿Estamos preparados para escuchar de boca de un gobernante la verdad y para someternos a las consecuencias que tenga? No. La mayoría de nosotros no lo está.
¿Por qué esperamos que la transparencia venga de arriba para abajo? ¿Por qué no empezamos a ser transparentes y, con la autoridad que da serlo, elegimos dirigentes y gobernantes que sean "como nosotros"?
¿Cuán solidarios podemos ser si la gran purga que exigimos a gritos empieza a hacerse realidad?
Tendremos toda la solidaridad del mundo... hasta que llegue el momento de abrir la boca y tragar la cucharada de laxante.
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4/10/2009
Igual que el dulce de leche
Las "listas testimoniales" son como el dulce de leche: un invento argentino. Pero claro, el dulce de leche es sólo dulce de leche y no encubre ninguna estrategia maliciosa.
Las listas testimoniales ideadas por el oficialismo con miras a las elecciones legislativas –adelantadas– del próximo 28 de junio proponen a funcionarios en ejercicio para ocupar los primeros puestos de las nóminas de cargos de menor jerarquía que, en caso de ganar, nunca ocuparán, dejando el lugar a candidatos menos conocidos. Así, se especula sobre la candidatura del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y una gran cantidad de Intendentes del Conurbano, porque si hay un distrito donde las papas queman y es necesario sacarlas del fuego es el que cuenta con casi un 40% del padrón nacional y que, por lo tanto, se transforma en una pieza vital para conseguir una victoria.
Llevado a un extremo, se podría, según este dispositivo electoral, armar una lista presidida por una estrella de la televisión, un cantante pop o un muerto ilustre. Seguramente tendrían más arrastre la señora Mirtha Legrand o Diego Torres que Manuel Belgrano o el mismísimo Juan Perón, pero eso es harina de otro costal y mejor no agitar las aguas.
Lo que llama la atención no es la idea peregrina –en un brainstorming todo puede suceder aunque la actividad de estos cerebros atormentados no registra precedentes– sino que haya tomado estado público y nosotros, los ciudadanos, no pongamos el grito en el cielo frente a semejante intento de manipulación del electorado.
Lo que llama la atención no es que las provisorias cabezas de lista acuerden llevar adelante una estrategia engañosa sino que las segundas espadas acepten esa nada sutil forma de decirles "no servís para ganar" o "a vos no te vota ni el loro".
Sin embargo, las cosas aún no están decididas. Un puñado de gobernadores provinciales se niega a participar de este artilugio. No queda claro si lo hacen por principios o porque saben que el barco se mueve hacia un inevitable naufragio.
Mientras tanto, la inseguridad, la epidemia de dengue y aún el vergonzante intento de levantar un muro separando los partidos de San Isidro y San Fernando (mucho santo para una iniciativa digna de la Inquisición), han pasado a segundo plano.
Resta saber si, al igual que sucede con el dulce de leche, le daremos al mundo un invento que a los argentinos nos fascina pero que en muchos países no se comprende.
Las listas testimoniales ideadas por el oficialismo con miras a las elecciones legislativas –adelantadas– del próximo 28 de junio proponen a funcionarios en ejercicio para ocupar los primeros puestos de las nóminas de cargos de menor jerarquía que, en caso de ganar, nunca ocuparán, dejando el lugar a candidatos menos conocidos. Así, se especula sobre la candidatura del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y una gran cantidad de Intendentes del Conurbano, porque si hay un distrito donde las papas queman y es necesario sacarlas del fuego es el que cuenta con casi un 40% del padrón nacional y que, por lo tanto, se transforma en una pieza vital para conseguir una victoria.
Llevado a un extremo, se podría, según este dispositivo electoral, armar una lista presidida por una estrella de la televisión, un cantante pop o un muerto ilustre. Seguramente tendrían más arrastre la señora Mirtha Legrand o Diego Torres que Manuel Belgrano o el mismísimo Juan Perón, pero eso es harina de otro costal y mejor no agitar las aguas.
Lo que llama la atención no es la idea peregrina –en un brainstorming todo puede suceder aunque la actividad de estos cerebros atormentados no registra precedentes– sino que haya tomado estado público y nosotros, los ciudadanos, no pongamos el grito en el cielo frente a semejante intento de manipulación del electorado.
Lo que llama la atención no es que las provisorias cabezas de lista acuerden llevar adelante una estrategia engañosa sino que las segundas espadas acepten esa nada sutil forma de decirles "no servís para ganar" o "a vos no te vota ni el loro".
Sin embargo, las cosas aún no están decididas. Un puñado de gobernadores provinciales se niega a participar de este artilugio. No queda claro si lo hacen por principios o porque saben que el barco se mueve hacia un inevitable naufragio.
Mientras tanto, la inseguridad, la epidemia de dengue y aún el vergonzante intento de levantar un muro separando los partidos de San Isidro y San Fernando (mucho santo para una iniciativa digna de la Inquisición), han pasado a segundo plano.
Resta saber si, al igual que sucede con el dulce de leche, le daremos al mundo un invento que a los argentinos nos fascina pero que en muchos países no se comprende.
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4/08/2009
Leyendas urbanas 2.0
Desde hace tiempo veo cómo la bandeja de entrada de mi correo electrónico se llena de basura. Sin embargo, ya no es la basura que puede conjurarse habilitando un simple mecanismo de correo no deseado al que van a parar las ofertas de Viagra o los siempre infalibles alargamientos peneanos que prometen el más alto, más fuerte, más lejos (y más rendidor), o las copia-de-(marca prestigiosa de reloj)-igual-al-original.
Ahora la basura me llega de la mano de amigos y conocidos.
Y, no voy a negarlo, me produce una cierta irritación.
Desde hace décadas las leyendas urbanas han condimentado nuestras vidas con misterios insolubles. Historias referidas a la fórmula de la Coca-Cola y su poder corrosivo, la muerte de Paul McCartney o los mensajes satánicos del rock en reproducción inversa han circulado de boca en boca. Pero, claro, el boca a boca exigía algunas competencias: había que contar la historia, había que convencer al oyente, había que trabajar con criterios narrativos como la verosimilitud y había que crear detalles, incidencias, claves creíbles. Porque una cosa es contar una leyenda urbana y otra muy diferente es ser tratado de loco (y terminar siendo, uno mismo, leyenda urbana de la leyenda urbana).
Hoy la cosa es mucho más sencilla: todo se reduce al comando forward. Ya no hay que pensar ni mucho menos estructurar una narración que le dé credibilidad a la información transmitida. Todo es automático: el reenvío, la lista de destinatarios y hasta el horror o la sorpresa que nos causa lo que leemos.
Así he tenido la oportunidad de leer cosas tan bizarras como:
No, la cosa es darle al forward y no pensar. La cosa es diseminar lo que sea por más increíble o ridículo que sea, y hacerlo con la impunidad que da el e-mail. Es rápido (mucho más rápido que el boca a boca), anónimo (el autor rara vez es identificable y el que reenvía no se hace cargo de lo que transmite), casi siempre solapadamente malintencionado y muy divertido porque democratiza la maledicencia al punto que para ser chismoso ya no hay que juntarse con las vecinas o ir a la peluquería a leer revistas del corazón.
Lo único cierto de las leyendas urbanas 2.0 es que canalizan nuestra necesidad de construir un enemigo externo. Ya sea una multinacional que produce alimentos envenenados para sojuzgarnos, como chinos inescrupulosos que desparraman el SIDA para terminar sojuzgándonos, como gobernantes que son tan ladrones y tan idiotas que dejan que la evidencia de sus robos se multiplique en la web y que, además, nos sojuzgan.
Mientras tanto, nosotros –tan inocentes y cándidos– no nos hacemos cargo de quiénes somos, cuál es nuestro lugar en la sociedad, cuáles son nuestras responsabilidades en la construcción de la realidad que vivimos. Y seguimos dándole al forward como si con eso pudiésemos limpiar nuestra conciencia, como si en ese gesto mecánico estuviese resumido todo nuestro compromiso social.
Ahora la basura me llega de la mano de amigos y conocidos.
Y, no voy a negarlo, me produce una cierta irritación.
Desde hace décadas las leyendas urbanas han condimentado nuestras vidas con misterios insolubles. Historias referidas a la fórmula de la Coca-Cola y su poder corrosivo, la muerte de Paul McCartney o los mensajes satánicos del rock en reproducción inversa han circulado de boca en boca. Pero, claro, el boca a boca exigía algunas competencias: había que contar la historia, había que convencer al oyente, había que trabajar con criterios narrativos como la verosimilitud y había que crear detalles, incidencias, claves creíbles. Porque una cosa es contar una leyenda urbana y otra muy diferente es ser tratado de loco (y terminar siendo, uno mismo, leyenda urbana de la leyenda urbana).
Hoy la cosa es mucho más sencilla: todo se reduce al comando forward. Ya no hay que pensar ni mucho menos estructurar una narración que le dé credibilidad a la información transmitida. Todo es automático: el reenvío, la lista de destinatarios y hasta el horror o la sorpresa que nos causa lo que leemos.
Así he tenido la oportunidad de leer cosas tan bizarras como:
- "A la margarina le falta una molécula para ser plástico. ¿Usted untaría un Tupper derretido sobre su tostada?"
- "Las gomitas para el cabello que utilizamos a diario están hechas con preservativos usados que pueden contagiarnos el VIH. ¡Y las mujeres todo el tiempo nos las ponemos en la boca!"
- "Este es el número de la cuenta bancaria de (complete con el presidente o funcionario corrupto que mejor le convenga) en Suiza. ¡Nos están robando!"
No, la cosa es darle al forward y no pensar. La cosa es diseminar lo que sea por más increíble o ridículo que sea, y hacerlo con la impunidad que da el e-mail. Es rápido (mucho más rápido que el boca a boca), anónimo (el autor rara vez es identificable y el que reenvía no se hace cargo de lo que transmite), casi siempre solapadamente malintencionado y muy divertido porque democratiza la maledicencia al punto que para ser chismoso ya no hay que juntarse con las vecinas o ir a la peluquería a leer revistas del corazón.
Lo único cierto de las leyendas urbanas 2.0 es que canalizan nuestra necesidad de construir un enemigo externo. Ya sea una multinacional que produce alimentos envenenados para sojuzgarnos, como chinos inescrupulosos que desparraman el SIDA para terminar sojuzgándonos, como gobernantes que son tan ladrones y tan idiotas que dejan que la evidencia de sus robos se multiplique en la web y que, además, nos sojuzgan.
Mientras tanto, nosotros –tan inocentes y cándidos– no nos hacemos cargo de quiénes somos, cuál es nuestro lugar en la sociedad, cuáles son nuestras responsabilidades en la construcción de la realidad que vivimos. Y seguimos dándole al forward como si con eso pudiésemos limpiar nuestra conciencia, como si en ese gesto mecánico estuviese resumido todo nuestro compromiso social.
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apuntes y reflexiones,
responsabilidad
4/02/2009
Dios no quiere las cosas chanchas
Sería bueno que la dirigencia argentina advirtiera que Raúl Alfonsín fue uno de los últimos –sino el último– político fiel a la estructura partidaria ortodoxa (esa que en su funcionamiento replica los mecanismos de la democracia y en la que, por ende, se llega a candidato prescindiendo de la repartija "a dedo", lo aclaro por si lo olvidaron); que si bien siempre abogó por el diálogo, ese diálogo debía darse dentro de un marco institucional y, por lo tanto, dentro de la estructura de los partidos políticos (¿debo explicar que un partido político no es un rejunte de gente desesperada por no quedarse sin morder la torta?).
Sería bueno que entendieran que no estaría mal leer el mensaje de la ciudadanía y recuperar el concepto de "internas" (abiertas ya sería mucho pedir); que la crisis de representatividad de los partidos políticos es lo que los ha dejado sin más militancia que la que se paga como se le paga a una prostituta –con perdón de quienes ejercen el oficio más viejo del mundo– para que gima de placer cuando no lo siente; que si en las últimas 48 horas tanto se ha mentado a la democracia es porque hace rato que no anda por estos pagos.
Sería bueno que aceptaran que la realidad es dinámica y presenta muchas más variantes de las que se pueden calcular; por lo tanto, de poco sirve acomodar las elecciones (adelantando o desdoblando o lo que sea) porque, seamos sinceros, Alfonsín acaba de morir en el inicio de una campaña electoral que se definió a los ponchazos pensando en sacar ventaja (o en no padecer tanto las desventajas). Un intento de primerear a la oposición al que el destino –o como quieran llamarle– le jugó sucio. Igual que la caída del precio de la soja reposicionó la soberbia de las entidades agropecuarias y equilibró la presión que pueden ejercer sobre el Estado. Ellos, los "chacareros", debieran haberlo sabido muy bien porque en el campo es común decir que "Dios no quiere las cosas chanchas".
Sería bueno que entendieran que no estaría mal leer el mensaje de la ciudadanía y recuperar el concepto de "internas" (abiertas ya sería mucho pedir); que la crisis de representatividad de los partidos políticos es lo que los ha dejado sin más militancia que la que se paga como se le paga a una prostituta –con perdón de quienes ejercen el oficio más viejo del mundo– para que gima de placer cuando no lo siente; que si en las últimas 48 horas tanto se ha mentado a la democracia es porque hace rato que no anda por estos pagos.
Sería bueno que aceptaran que la realidad es dinámica y presenta muchas más variantes de las que se pueden calcular; por lo tanto, de poco sirve acomodar las elecciones (adelantando o desdoblando o lo que sea) porque, seamos sinceros, Alfonsín acaba de morir en el inicio de una campaña electoral que se definió a los ponchazos pensando en sacar ventaja (o en no padecer tanto las desventajas). Un intento de primerear a la oposición al que el destino –o como quieran llamarle– le jugó sucio. Igual que la caída del precio de la soja reposicionó la soberbia de las entidades agropecuarias y equilibró la presión que pueden ejercer sobre el Estado. Ellos, los "chacareros", debieran haberlo sabido muy bien porque en el campo es común decir que "Dios no quiere las cosas chanchas".
4/01/2009
Historia argentina
¡Qué pena que nos hagamos cargo de nuestro protagonismo en la historia reciente de la Argentina sólo cuando alguien se muere!
Parece que, salvo raras excepciones, el respeto por la muerte permite poner a consideración las distintas voces, los acuerdos y los desacuerdos, sin insultos ni descalificaciones.
Entonces es posible recordar lo que a diario olvidamos: lo bueno y lo malo, aciertos y errores que ponen en perspectiva el devenir institucional de nuestro país. Esas alternativas que marcan y definen nuestro presente pero de las que no somos conscientes hasta que una muerte sacude nuestra memoria y todo vuelve con intensa crudeza.
Más allá del recuerdo positivo o negativo de un ex presidente –un hombre– que acaba de fallecer, los medios agitan el pasado irresuelto no de ese hombre sino de toda una Nación. No fue un solo hombre el que atravesó el doloroso umbral que separó la dictadura de la democracia. No fue un solo hombre el que lidió con las secuelas del horror. No fue un solo hombre el que enfrentó la desintegración económica, la reconstrucción del ideal democrático, la degradación de los principios ni el estallido social.
Fuimos todos, como ciudadanos, los que pasamos por esos terribles momentos. Somos todos los que, todavía hoy, tenemos muchas heridas abiertas aunque a veces ni siquiera advertimos cuánto duelen.
Y por más que estén los que roban un minuto de cámara, los que ensalzan de manera exagerada y los que sólo recuerdan los fallidos, lo que se pone de manifiesto es que los seres humanos no somos perfectos, que la muerte no nos hace perfectos y que sólo se equivocan los que hacen.
En definitiva, los próceres son próceres no por ser impecables sino por haber encarnado en algún momento la voz de muchos –no de todos–, ese silencioso clamor que hace de una multitud una República.
Parece que, salvo raras excepciones, el respeto por la muerte permite poner a consideración las distintas voces, los acuerdos y los desacuerdos, sin insultos ni descalificaciones.
Entonces es posible recordar lo que a diario olvidamos: lo bueno y lo malo, aciertos y errores que ponen en perspectiva el devenir institucional de nuestro país. Esas alternativas que marcan y definen nuestro presente pero de las que no somos conscientes hasta que una muerte sacude nuestra memoria y todo vuelve con intensa crudeza.
Más allá del recuerdo positivo o negativo de un ex presidente –un hombre– que acaba de fallecer, los medios agitan el pasado irresuelto no de ese hombre sino de toda una Nación. No fue un solo hombre el que atravesó el doloroso umbral que separó la dictadura de la democracia. No fue un solo hombre el que lidió con las secuelas del horror. No fue un solo hombre el que enfrentó la desintegración económica, la reconstrucción del ideal democrático, la degradación de los principios ni el estallido social.
Fuimos todos, como ciudadanos, los que pasamos por esos terribles momentos. Somos todos los que, todavía hoy, tenemos muchas heridas abiertas aunque a veces ni siquiera advertimos cuánto duelen.
Y por más que estén los que roban un minuto de cámara, los que ensalzan de manera exagerada y los que sólo recuerdan los fallidos, lo que se pone de manifiesto es que los seres humanos no somos perfectos, que la muerte no nos hace perfectos y que sólo se equivocan los que hacen.
En definitiva, los próceres son próceres no por ser impecables sino por haber encarnado en algún momento la voz de muchos –no de todos–, ese silencioso clamor que hace de una multitud una República.
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