7/27/2007

Memorias del Fantasma: Esta película ya la vi – III

Lo que tenía entre manos, concluí, no era muy diferente. Al menos hasta ese momento. Dos días después ya estaba inmersa en la organización de la tarea: acciones de prensa en medios gráficos, un website de actualización diaria que estaría vigente hasta la semana posterior a las elecciones –cosa de recibir las felicitaciones y agradecimientos– y, por supuesto, los insoslayables envíos de mails a las bases de datos “provistas” por empresas y organizaciones. Para que todo eso pudiera concretarse, nos reunimos en el ente (en, no con) a discutir acerca de las secciones, los temas y el orden de las notas. Una sección se dedicaría tanto a contestar los “agravios” –a la persona del candidato, a otros candidatos, al partido, a quienes ya se desempeñaban en la función pública y siguen las firmas– vertidos en los medios masivos como a señalar las omisiones de información, también consideradas ofensas. Por mucho que traté, no pude convencer al candidato de que ese espacio debía llamarse “Síganme los buenos”. Para mi asombro, no lo rechazó por ridículo sino porque “¿Sabés? La asociación con el color rojo… mmm… no me parece que vaya con lo nuestro”, y se decidió por una obviedad: “El lado verdadero”. Otra sección, estúpida y pseudopoéticamente llamada “Proyectos cumplidos y sueños por cumplir”, daría cuenta del desempeño del candidato en la actividad privada, sus logros y asignaturas pendientes porque, tal como lo había dicho en nuestra primera reunión, para él la tarea legislativa sólo tenía como fin asegurarse el retiro. El tercer espacio, que en mi cabeza quedó grabado como “Qué voy a ser cuando sea grande” pero que en realidad se llamó “Legislar para todos”, tenía como objetivo mostrar la creatividad del candidato en cuanto a proyectos a presentar ni bien confirmado en su función. A todo esto se sumaban las cosas básicas: mail de contacto, formulario para recibir newsletter, etc. Y mi trabajo, era llenar esos espacios recién definidos con notas y reflexiones (¡reflexiones!). Lo que hasta ese momento me había parecido un trabajo pobre y fácil, se transformó, merced a las demandas de la estructura partidaria, en el más grande de los desafíos que se le pueda exigir a la imaginación de una persona. Mi primera nota estuvo dedicada a fundamentar el explícito, y persistentemente desoído por casi todos los medios de comunicación, deseo de la Primera Dama de no ser llamada Primera Dama. En la segunda, debía justificar el clientelismo político de manera tal que la mayoría de los lectores se sintieran compelidos a aceptarlo –y loarlo– como muestra de conciencia social. Mientras las redactaba, mi voz interior vigilante me inquiría por qué me prestaba a semejante barbaridad y mi voz interior inescrupulosa la acallaba gritando que si no era yo, alguien más lo iba a hacer. Y ganaron los gritos.

7/25/2007

Memorias del Fantasma: Esta película ya la vi – II

Mientras caminaba por la vereda angosta, cubierta de desechos de oficinas que aún no habían sido recolectados, no pude eludir los recuerdos de aquella otra historia. Una mujer, funcionaria del Ejecutivo de una provincia lejana, había descubierto que su dependencia contaba con una abultada partida presupuestaria, acumulada a través de varios ejercicios fiscales, que, según una ley provincial, debía ser destinada a beneficios no jubilatorios para la tercera edad. El monto del presupuesto, a simple vista, permitiría mejorar de manera sensible los servicios de salud y diseñar programas de actividades recreativas, ocupacionales, educativas y vacacionales. En una provincia chica, eso significaba una ancianidad saludable y feliz. Mientras la funcionaria me explicaba todo esto, imaginé haber sido convocada para elaborar un plan estratégico de inversión de esos recursos. Mi fantasía me llevó a pensar que, por una vez, mi trabajo estaría destinado a la gloria: el bien público por encima de las ambiciones personales, la entrega por sobre la mezquindad, la vocación de servicio venciendo al servilismo. Soñé. Dos minutos después, arriaba las banderas del idealismo y no sin cierta vergüenza guardaba los “trapos” para mejor ocasión.
–La cosa es así: –me dijo la funcionaria- tenemos una oportunidad inmejorable para lanzar mi carrera por la gobernación. Usted estará de acuerdo conmigo en que no se puede entregar todo este dinero sin sacar algún beneficio…
Un súbito ataque de amnesia había sacado del horizonte de la funcionaria al entonces gobernador y candidato a la reelección, su padrino político, el hombre que la había designado y al cual ella había respondido con fidelidad hasta ese momento.
–Imaginate, –siguió– cientos de miles de volantes con mi foto en cada centro de jubilados, en cada hospital, con cada recibo de jubilación.
Imaginé. Una campaña subrepticia, sin afiches, sin grandes despliegues visibles, sin spots televisivos pero con la funcionaria metida en la mayoría de las casas, reportajes en todos los medios, acciones telefónicas y presencia en pequeños actos de donación, presentación e inauguración que, multiplicados, daban una tasa de penetración absolutamente increíble. Un trabajo de hormiga con resultados monumentales.
Si hay algo que, sin lugar a dudas, estorba a mi desempeño como fantasma es la expresividad de mi cara. Veo el paño verde, las fichitas de colores, los naipes franceses. Entiendo el juego, las combinaciones de cartas y palos, las diferentes figuras y el sistema de apuestas. Pero no tengo cara de póker. Cualquiera puede descifrar por mis gestos si tengo escalera real o apenas un par de sietes. Y, como era previsible, se vino la excusa:
–El ya está hecho… Además, si no me busco mi lugar nadie va a venir a dármelo. Esto, mi querida, no es un jardín de infantes.

7/24/2007

Memorias del Fantasma: Esta película ya la vi – I

Después de un tiempo alejada de la actividad de fantasma, regresé no hace mucho convocada para realizar la campaña personal del responsable de un ente –las interpretaciones de "responsable" y "ente" corren por cuenta del lector– que pretendía saltar de la posición que tenía a otra que, según dijo, le asegurara "una buena jubilación, ¿viste?". El personaje en cuestión y yo nos habíamos conocido años atrás mientras él comenzaba su carrera al estrellato como asesor de un candidato y yo, cuándo no, era la mujer invisible. Eran otras épocas, claro. Para él, de vacas flacas arañando apenas los rebotes de los flashes. Para mí, de sentirme poderoso monje negro de una naciente megaorganización.
Nuestro primer encuentro para conversar acerca del trabajo que me esperaba fue en su departamento, situado en un barrio céntrico pero sin ninguna pretensión. Por lo que pude ver, sus días de bohemia e idealismo habían quedado del lado de afuera de la puerta: los pocos ambientes a los que tuve acceso mostraban muebles antiguos, fotografías con importantes personalidades, obras de arte no menos importantes y recuerdos de numerosos viajes por el mundo. Su aspecto, cuidado y con un estilo muy diferente al que yo podía recordar, también denunciaba la bonanza de su presente.
Con una actitud zen que no le había conocido antes, ordenó té en hebras para ambos. Mientras yo me preguntaba cómo iba a hacer funcionar mi cabeza sin la imprescindible dosis de cafeína, comenzó a hablar de sus logros, de sus nuevos patrones, del acceso directo que tenía a las más altas esferas del gobierno de turno. Como, al parecer, mi rostro no le devolvía la expresión admirativa que él esperaba sino una mueca que le permitía inferir que yo estaba pensando algo cercano al "somos pocos y nos conocemos", calentándose las manos con la taza de té, susurró:
–De aquello, nada.
Comprendí que en su curriculum habría un portentoso hueco y que, como testigo de lo omitido, se me solicitaba, una vez más, silencio. Finalmente, dado que sus actividades en la entidad que presidía lo reclamaban con urgencia, acordamos cuáles serían las acciones, con qué tiempo contábamos para llevarlas a cabo y los honorarios profesionales que me correspondían.
Ya en la puerta de calle, antes de despedirnos, me dijo:
–Dale tus datos a mi secretaria... es para que arme el contrato.
Sentí que la saliva no me pasaba por la garganta al comprender que la ciudadanía –y yo misma– se estaría haciendo cargo de mi remuneración y me asaltó una imagen parecida a un déjà vu. Bajo otro rostro y en otro lugar, el pasado insistía en volver.

7/22/2007

Visión

Tengo tan clara la historia
que la veo
como si no fuera mía.

7/20/2007

Tiempo de mudanza

Junto uno a uno los objetos que me acompañan
y los empaqueto con cuidado.
Descarto lo que ha caducado y lo entrego.
A veces es sólo ponerlo en la puerta
y que alguien lo elija y se lo lleve
para incluir en su vida
lo que ya no tiene lugar en la mía.
Otras, va hacia un destinatario prefijado.
Descuelgo cortinas, desconecto aparatos,
vacío cajones, enrollo alfombras.
Reviso papeles. Desarmo.
Reduzco al máximo el peso de las cosas.
Las veo y me veo y comprendo que no las necesito,
que llevan su historia como yo llevo la mía.
Que empezar de cero es una ilusión estéril,
una pérdida de tiempo.
Que, con ellas o sin ellas, seré lo que soy,
mis tropiezos con el olvido
y mis recuerdos despiertos.

7/15/2007

La vida real

A menudo me pregunto quién soy. La que escribe. La que está escrita. La que se retrata como lo que es y, a la vez, como lo que justamente no es. La que tiene todo por hacer. La que se ríe de sí misma. La que cocina. La que habla. La que calla. La que se expone. La que se esconde. La que se preocupa por las vidas próximas y lejanas. La osada hasta la temeridad. La exasperantemente tímida. La que tiene miedo. La que mira con atención –y el corazón un poquito estrujado– a los hijos que hacen sus caminos y aun sabiendo que se viene una colisión que dejará sus humanidades en estado calamitoso, lo único que les repite es lo de siempre: "ahí voy a estar, para aplaudir o para juntar los pedazos". La que se equivoca cuando quiere acertar. La que acierta cuando daría cualquier cosa por estar equivocada. La que ama el silencio y la soledad. La que nunca grita. La que usa la ironía como un bisturí. La que paga las cuentas. La que queda afuera de todo esto.
A menudo me pregunto quién soy porque la vida real me obliga a cambiar de traje con demasiada asiduidad. Y en esos cambios de vestuario voy olvidando cada vez una prenda, un accesorio. O dejándome puesto algo del atuendo anterior. Hasta que una mirada fugaz en el espejo me devuelve la imagen de una mujer disfrazada de mí misma. Entonces me detengo y me despojo de toda vestimenta para poder preguntarme, una vez más, quién soy.

De narradores

Narrar es un proceso laborioso que requiere de cierta obsesividad. No importa quién narra ni qué, el proceso siempre es laborioso y el narrador siempre es obsesivo. Primero se intenta ponerle nombre a una cosa y luego, dependiendo de las necesidades y de las características, se reviste ese nombre con más palabras que vayan delimitando su identidad, que denoten operaciones, conexiones, adiciones o exclusiones. Si el narrador es un purista extremo, pretenderá definir al máximo y, por caso, la mujer no será simplemente una mujer sino que tendrá características físicas, culturales, psicológicas y hasta un nombre propio. Para mayor circunscripción, el narrador purista también podrá optar por definir a la mujer por la negativa, por aquello que no es, extrayéndola del conjunto universal de las mujeres para inscribirla en otro más restringido, diferenciándola de la mayoría. Enfrentándose a la frustración de no poder definirla en su totalidad, de no poder dar cuenta de lo que hace de una mujer ésa y no otra. Intentando borrar lo que de común tenemos todos los seres humanos, hasta los de papel. Pero también, simultáneamente, esperanzado porque, cada palabra lo acerca más a la concreción de su deseo.
Este narrador prefigura un lector a quien hay que darle la mayor cantidad de herramientas que cierren la puerta a cualquier especulación individual. Entonces, se aplica a dibujarla a ella, lamujerqueesellaynotodaslasmujeres.
Otro tipo de narrador, el minimalista estoico, padece tal vez el mismo grado de obsesividad que el anterior pero la diferencia radica en que éste pone el acento en no delimitar, en dejar al lector un enorme margen de libre albedrío para imaginar, y en universalizar al máximo las cosas nombradas. Hace uso de una palabra despojada, llevada a la tensión máxima merced, simplemente, a su peso interno. Las casas, para él, no son blancas, de una planta, antiguas y en medio de un jardín apacible donde el tiempo parece no transcurrir. Son casas. Una casa que representa el universo de las casas. Ni siquiera “la casa”, a excepción de una imperiosa demanda gramatical o sintáctica. Lo que todas las casas tienen de igual. Unacasatodaslascasas.
Si el purista se siente más cerca de la perfección con cada palabra que suma, el minimalista, en cambio, lo hace con cada palabra de la que puede, gloriosamente, prescindir. La angustia y la frustración de este narrador radican en el hecho de saber que, inevitablemente, por más que su tarea haya sido perfecta, el lector investirá a unacasatodaslascasas de una identidad particular, propia, relacionada con su experiencia personal, y habrá hecho fracasar el sueño de lo universal.
Entre el purista y el minimalista hace equilibrio el utilitario. Es, tal vez, el menos emocional de los tres. Soltero empedernido, amante infiel, no se casa con el todo y no se casa con el uno. Sus características más salientes tienen que ver con la especulación y la manipulación. Como un cazador que no pierde de vista a su presa para disparar sobre ella en el momento preciso, como una araña que teje su tela y espera pacientemente a que la mosca quede enredada en los finos hilos de la historia. Goza de la palabra, pero más goza del placer que le causa imaginar el placer de su lector, por eso usa la palabra como más le convenga, de manera casi herética: vestida, desnuda, despojada, florida, afilada o roma. La palabra es daga y fusil, cálida caricia, herramienta de un goce que recorta el vasallaje. Por eso, toda su frialdad y capacidad de cálculo se esfuman al advertir que se debate en una tragedia propia, diferente de la de los otros dos, pero tragedia al fin. Por ser el menos idealista de los tres, su lucha interior no tiene que ver con nombrar mucho o poco sino con el silencio piadoso que da cuenta de ese resto que queda por fuera de la palabra, que no puede ser nombrado. Su optimismo lo obliga a buscar un amparo que encuentra en el hiato entre una palabra y otra, en las comas, en los puntos, en los punto y coma, en los dos puntos. Súbitamente se da cuenta de que ha pasado de ser amo de las palabras a ser esclavo de los silencios. Que es gobernado por los intervalos que se producen en la construcción del discurso, sin los cuales el universo perdería forma y volumen. Que es Vladimir, Estragón, Lucky, Pozzo en busca del eternamente ausente Godot. El revés de una trama en la que escribe para ser escrito por el silencio.

7/10/2007

Bueno, está bien, lo digo...

Después de una ardua lucha interna –que incluyó un amplio coro de voces imaginarias– y externa –que tuvo como implacable contendiente a mi analista–, lo digo. ¡Está bien, lo digo! Mañana me entregan un premio. Sí, ya sé, es una frase carente de todo entusiasmo, metida en medio de otras.
Lo intento otra vez: Mañana, miércoles 11 de julio, a las 19.00, me entregan un premio.
Bueh... entiendo, todavía me falta un poquito para arrimar el bochín, va:
Mañana, miércoles 11 de julio a las 19.00 horas, la Fundación Victoria Ocampo realiza la entrega de los premios del Concurso de Cuentos 2006. El cuento "Miércoles de cenizas" –que escribí yo– resultó merecedor del segundo premio –otorgado también a otros catorce autores– y, por lo tanto, fue seleccionado para formar parte de una antología que editará la Fundación.
A ver si queda claro:
Invita: Fundación Victoria Ocampo
Fecha: Miércoles 11 de julio – 19.00 horas
Lugar: Asociación Biblioteca de Mujeres – M.T. de Alvear 1155
Misceláneas: Se servirá un vino de honor – Entrada libre

¡Lo dije!

7/02/2007

Sólo para amarte

No revuelvas mi pelo siempre liso
ni te enrosques en mi cuerpo cada noche.
No deshagas los nudos de mi espalda
con tus manos hábiles y tibias.
Ni apagues mis cigarrillos eternamente
muriendo en los ceniceros.
No tomes de mi copa, no comas de mi plato.
No robes mis sonrisas
ni quieras conocer mis pensamientos.
No me sueñes mi me pidas que te sueñe.
No calientes mis pies bajo las sábanas.
No me retes por el décimo café de la mañana.
No intentes solucionar mis problemas
ni me digas que estoy loca.
Estoy loca.
Por querer mi pelo siempre liso
y mi agua y mi comida para mí
y los pies fríos y el café amargo
y los cigarrillos haciéndose cenizas
mientras escribo.
Y mis sonrisas y mi pensamientos.
Y los sueños.
Y mi cuerpo libre por las noches.
Y mis problemas dichos en voz alta
sin esperar soluciones.
Y los nudos de mi espalda.
Estoy loca
porque quiero todo eso
sólo para amarte.