Narrar es un proceso laborioso que requiere de cierta obsesividad. No importa quién narra ni qué, el proceso siempre es laborioso y el narrador siempre es obsesivo. Primero se intenta ponerle nombre a una cosa y luego, dependiendo de las necesidades y de las características, se reviste ese nombre con más palabras que vayan delimitando su identidad, que denoten operaciones, conexiones, adiciones o exclusiones. Si el narrador es un purista extremo, pretenderá definir al máximo y, por caso, la mujer no será simplemente una mujer sino que tendrá características físicas, culturales, psicológicas y hasta un nombre propio. Para mayor circunscripción, el narrador purista también podrá optar por definir a la mujer por la negativa, por aquello que no es, extrayéndola del conjunto universal de las mujeres para inscribirla en otro más restringido, diferenciándola de la mayoría. Enfrentándose a la frustración de no poder definirla en su totalidad, de no poder dar cuenta de lo que hace de una mujer ésa y no otra. Intentando borrar lo que de común tenemos todos los seres humanos, hasta los de papel. Pero también, simultáneamente, esperanzado porque, cada palabra lo acerca más a la concreción de su deseo.
Este narrador prefigura un lector a quien hay que darle la mayor cantidad de herramientas que cierren la puerta a cualquier especulación individual. Entonces, se aplica a dibujarla a ella, lamujerqueesellaynotodaslasmujeres.
Otro tipo de narrador, el minimalista estoico, padece tal vez el mismo grado de obsesividad que el anterior pero la diferencia radica en que éste pone el acento en no delimitar, en dejar al lector un enorme margen de libre albedrío para imaginar, y en universalizar al máximo las cosas nombradas. Hace uso de una palabra despojada, llevada a la tensión máxima merced, simplemente, a su peso interno. Las casas, para él, no son blancas, de una planta, antiguas y en medio de un jardín apacible donde el tiempo parece no transcurrir. Son casas. Una casa que representa el universo de las casas. Ni siquiera “la casa”, a excepción de una imperiosa demanda gramatical o sintáctica. Lo que todas las casas tienen de igual. Unacasatodaslascasas.
Si el purista se siente más cerca de la perfección con cada palabra que suma, el minimalista, en cambio, lo hace con cada palabra de la que puede, gloriosamente, prescindir. La angustia y la frustración de este narrador radican en el hecho de saber que, inevitablemente, por más que su tarea haya sido perfecta, el lector investirá a unacasatodaslascasas de una identidad particular, propia, relacionada con su experiencia personal, y habrá hecho fracasar el sueño de lo universal.
Entre el purista y el minimalista hace equilibrio el utilitario. Es, tal vez, el menos emocional de los tres. Soltero empedernido, amante infiel, no se casa con el todo y no se casa con el uno. Sus características más salientes tienen que ver con la especulación y la manipulación. Como un cazador que no pierde de vista a su presa para disparar sobre ella en el momento preciso, como una araña que teje su tela y espera pacientemente a que la mosca quede enredada en los finos hilos de la historia. Goza de la palabra, pero más goza del placer que le causa imaginar el placer de su lector, por eso usa la palabra como más le convenga, de manera casi herética: vestida, desnuda, despojada, florida, afilada o roma. La palabra es daga y fusil, cálida caricia, herramienta de un goce que recorta el vasallaje. Por eso, toda su frialdad y capacidad de cálculo se esfuman al advertir que se debate en una tragedia propia, diferente de la de los otros dos, pero tragedia al fin. Por ser el menos idealista de los tres, su lucha interior no tiene que ver con nombrar mucho o poco sino con el silencio piadoso que da cuenta de ese resto que queda por fuera de la palabra, que no puede ser nombrado. Su optimismo lo obliga a buscar un amparo que encuentra en el hiato entre una palabra y otra, en las comas, en los puntos, en los punto y coma, en los dos puntos. Súbitamente se da cuenta de que ha pasado de ser amo de las palabras a ser esclavo de los silencios. Que es gobernado por los intervalos que se producen en la construcción del discurso, sin los cuales el universo perdería forma y volumen. Que es Vladimir, Estragón, Lucky, Pozzo en busca del eternamente ausente Godot. El revés de una trama en la que escribe para ser escrito por el silencio.
Este narrador prefigura un lector a quien hay que darle la mayor cantidad de herramientas que cierren la puerta a cualquier especulación individual. Entonces, se aplica a dibujarla a ella, lamujerqueesellaynotodaslasmujeres.
Otro tipo de narrador, el minimalista estoico, padece tal vez el mismo grado de obsesividad que el anterior pero la diferencia radica en que éste pone el acento en no delimitar, en dejar al lector un enorme margen de libre albedrío para imaginar, y en universalizar al máximo las cosas nombradas. Hace uso de una palabra despojada, llevada a la tensión máxima merced, simplemente, a su peso interno. Las casas, para él, no son blancas, de una planta, antiguas y en medio de un jardín apacible donde el tiempo parece no transcurrir. Son casas. Una casa que representa el universo de las casas. Ni siquiera “la casa”, a excepción de una imperiosa demanda gramatical o sintáctica. Lo que todas las casas tienen de igual. Unacasatodaslascasas.
Si el purista se siente más cerca de la perfección con cada palabra que suma, el minimalista, en cambio, lo hace con cada palabra de la que puede, gloriosamente, prescindir. La angustia y la frustración de este narrador radican en el hecho de saber que, inevitablemente, por más que su tarea haya sido perfecta, el lector investirá a unacasatodaslascasas de una identidad particular, propia, relacionada con su experiencia personal, y habrá hecho fracasar el sueño de lo universal.
Entre el purista y el minimalista hace equilibrio el utilitario. Es, tal vez, el menos emocional de los tres. Soltero empedernido, amante infiel, no se casa con el todo y no se casa con el uno. Sus características más salientes tienen que ver con la especulación y la manipulación. Como un cazador que no pierde de vista a su presa para disparar sobre ella en el momento preciso, como una araña que teje su tela y espera pacientemente a que la mosca quede enredada en los finos hilos de la historia. Goza de la palabra, pero más goza del placer que le causa imaginar el placer de su lector, por eso usa la palabra como más le convenga, de manera casi herética: vestida, desnuda, despojada, florida, afilada o roma. La palabra es daga y fusil, cálida caricia, herramienta de un goce que recorta el vasallaje. Por eso, toda su frialdad y capacidad de cálculo se esfuman al advertir que se debate en una tragedia propia, diferente de la de los otros dos, pero tragedia al fin. Por ser el menos idealista de los tres, su lucha interior no tiene que ver con nombrar mucho o poco sino con el silencio piadoso que da cuenta de ese resto que queda por fuera de la palabra, que no puede ser nombrado. Su optimismo lo obliga a buscar un amparo que encuentra en el hiato entre una palabra y otra, en las comas, en los puntos, en los punto y coma, en los dos puntos. Súbitamente se da cuenta de que ha pasado de ser amo de las palabras a ser esclavo de los silencios. Que es gobernado por los intervalos que se producen en la construcción del discurso, sin los cuales el universo perdería forma y volumen. Que es Vladimir, Estragón, Lucky, Pozzo en busca del eternamente ausente Godot. El revés de una trama en la que escribe para ser escrito por el silencio.
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