7/24/2007

Memorias del Fantasma: Esta película ya la vi – I

Después de un tiempo alejada de la actividad de fantasma, regresé no hace mucho convocada para realizar la campaña personal del responsable de un ente –las interpretaciones de "responsable" y "ente" corren por cuenta del lector– que pretendía saltar de la posición que tenía a otra que, según dijo, le asegurara "una buena jubilación, ¿viste?". El personaje en cuestión y yo nos habíamos conocido años atrás mientras él comenzaba su carrera al estrellato como asesor de un candidato y yo, cuándo no, era la mujer invisible. Eran otras épocas, claro. Para él, de vacas flacas arañando apenas los rebotes de los flashes. Para mí, de sentirme poderoso monje negro de una naciente megaorganización.
Nuestro primer encuentro para conversar acerca del trabajo que me esperaba fue en su departamento, situado en un barrio céntrico pero sin ninguna pretensión. Por lo que pude ver, sus días de bohemia e idealismo habían quedado del lado de afuera de la puerta: los pocos ambientes a los que tuve acceso mostraban muebles antiguos, fotografías con importantes personalidades, obras de arte no menos importantes y recuerdos de numerosos viajes por el mundo. Su aspecto, cuidado y con un estilo muy diferente al que yo podía recordar, también denunciaba la bonanza de su presente.
Con una actitud zen que no le había conocido antes, ordenó té en hebras para ambos. Mientras yo me preguntaba cómo iba a hacer funcionar mi cabeza sin la imprescindible dosis de cafeína, comenzó a hablar de sus logros, de sus nuevos patrones, del acceso directo que tenía a las más altas esferas del gobierno de turno. Como, al parecer, mi rostro no le devolvía la expresión admirativa que él esperaba sino una mueca que le permitía inferir que yo estaba pensando algo cercano al "somos pocos y nos conocemos", calentándose las manos con la taza de té, susurró:
–De aquello, nada.
Comprendí que en su curriculum habría un portentoso hueco y que, como testigo de lo omitido, se me solicitaba, una vez más, silencio. Finalmente, dado que sus actividades en la entidad que presidía lo reclamaban con urgencia, acordamos cuáles serían las acciones, con qué tiempo contábamos para llevarlas a cabo y los honorarios profesionales que me correspondían.
Ya en la puerta de calle, antes de despedirnos, me dijo:
–Dale tus datos a mi secretaria... es para que arme el contrato.
Sentí que la saliva no me pasaba por la garganta al comprender que la ciudadanía –y yo misma– se estaría haciendo cargo de mi remuneración y me asaltó una imagen parecida a un déjà vu. Bajo otro rostro y en otro lugar, el pasado insistía en volver.

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