Mientras caminaba por la vereda angosta, cubierta de desechos de oficinas que aún no habían sido recolectados, no pude eludir los recuerdos de aquella otra historia. Una mujer, funcionaria del Ejecutivo de una provincia lejana, había descubierto que su dependencia contaba con una abultada partida presupuestaria, acumulada a través de varios ejercicios fiscales, que, según una ley provincial, debía ser destinada a beneficios no jubilatorios para la tercera edad. El monto del presupuesto, a simple vista, permitiría mejorar de manera sensible los servicios de salud y diseñar programas de actividades recreativas, ocupacionales, educativas y vacacionales. En una provincia chica, eso significaba una ancianidad saludable y feliz. Mientras la funcionaria me explicaba todo esto, imaginé haber sido convocada para elaborar un plan estratégico de inversión de esos recursos. Mi fantasía me llevó a pensar que, por una vez, mi trabajo estaría destinado a la gloria: el bien público por encima de las ambiciones personales, la entrega por sobre la mezquindad, la vocación de servicio venciendo al servilismo. Soñé. Dos minutos después, arriaba las banderas del idealismo y no sin cierta vergüenza guardaba los “trapos” para mejor ocasión.
–La cosa es así: –me dijo la funcionaria- tenemos una oportunidad inmejorable para lanzar mi carrera por la gobernación. Usted estará de acuerdo conmigo en que no se puede entregar todo este dinero sin sacar algún beneficio…
Un súbito ataque de amnesia había sacado del horizonte de la funcionaria al entonces gobernador y candidato a la reelección, su padrino político, el hombre que la había designado y al cual ella había respondido con fidelidad hasta ese momento.
–Imaginate, –siguió– cientos de miles de volantes con mi foto en cada centro de jubilados, en cada hospital, con cada recibo de jubilación.
Imaginé. Una campaña subrepticia, sin afiches, sin grandes despliegues visibles, sin spots televisivos pero con la funcionaria metida en la mayoría de las casas, reportajes en todos los medios, acciones telefónicas y presencia en pequeños actos de donación, presentación e inauguración que, multiplicados, daban una tasa de penetración absolutamente increíble. Un trabajo de hormiga con resultados monumentales.
Si hay algo que, sin lugar a dudas, estorba a mi desempeño como fantasma es la expresividad de mi cara. Veo el paño verde, las fichitas de colores, los naipes franceses. Entiendo el juego, las combinaciones de cartas y palos, las diferentes figuras y el sistema de apuestas. Pero no tengo cara de póker. Cualquiera puede descifrar por mis gestos si tengo escalera real o apenas un par de sietes. Y, como era previsible, se vino la excusa:
–El ya está hecho… Además, si no me busco mi lugar nadie va a venir a dármelo. Esto, mi querida, no es un jardín de infantes.
–La cosa es así: –me dijo la funcionaria- tenemos una oportunidad inmejorable para lanzar mi carrera por la gobernación. Usted estará de acuerdo conmigo en que no se puede entregar todo este dinero sin sacar algún beneficio…
Un súbito ataque de amnesia había sacado del horizonte de la funcionaria al entonces gobernador y candidato a la reelección, su padrino político, el hombre que la había designado y al cual ella había respondido con fidelidad hasta ese momento.
–Imaginate, –siguió– cientos de miles de volantes con mi foto en cada centro de jubilados, en cada hospital, con cada recibo de jubilación.
Imaginé. Una campaña subrepticia, sin afiches, sin grandes despliegues visibles, sin spots televisivos pero con la funcionaria metida en la mayoría de las casas, reportajes en todos los medios, acciones telefónicas y presencia en pequeños actos de donación, presentación e inauguración que, multiplicados, daban una tasa de penetración absolutamente increíble. Un trabajo de hormiga con resultados monumentales.
Si hay algo que, sin lugar a dudas, estorba a mi desempeño como fantasma es la expresividad de mi cara. Veo el paño verde, las fichitas de colores, los naipes franceses. Entiendo el juego, las combinaciones de cartas y palos, las diferentes figuras y el sistema de apuestas. Pero no tengo cara de póker. Cualquiera puede descifrar por mis gestos si tengo escalera real o apenas un par de sietes. Y, como era previsible, se vino la excusa:
–El ya está hecho… Además, si no me busco mi lugar nadie va a venir a dármelo. Esto, mi querida, no es un jardín de infantes.
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