¡Qué pena que nos hagamos cargo de nuestro protagonismo en la historia reciente de la Argentina sólo cuando alguien se muere!
Parece que, salvo raras excepciones, el respeto por la muerte permite poner a consideración las distintas voces, los acuerdos y los desacuerdos, sin insultos ni descalificaciones.
Entonces es posible recordar lo que a diario olvidamos: lo bueno y lo malo, aciertos y errores que ponen en perspectiva el devenir institucional de nuestro país. Esas alternativas que marcan y definen nuestro presente pero de las que no somos conscientes hasta que una muerte sacude nuestra memoria y todo vuelve con intensa crudeza.
Más allá del recuerdo positivo o negativo de un ex presidente –un hombre– que acaba de fallecer, los medios agitan el pasado irresuelto no de ese hombre sino de toda una Nación. No fue un solo hombre el que atravesó el doloroso umbral que separó la dictadura de la democracia. No fue un solo hombre el que lidió con las secuelas del horror. No fue un solo hombre el que enfrentó la desintegración económica, la reconstrucción del ideal democrático, la degradación de los principios ni el estallido social.
Fuimos todos, como ciudadanos, los que pasamos por esos terribles momentos. Somos todos los que, todavía hoy, tenemos muchas heridas abiertas aunque a veces ni siquiera advertimos cuánto duelen.
Y por más que estén los que roban un minuto de cámara, los que ensalzan de manera exagerada y los que sólo recuerdan los fallidos, lo que se pone de manifiesto es que los seres humanos no somos perfectos, que la muerte no nos hace perfectos y que sólo se equivocan los que hacen.
En definitiva, los próceres son próceres no por ser impecables sino por haber encarnado en algún momento la voz de muchos –no de todos–, ese silencioso clamor que hace de una multitud una República.
Parece que, salvo raras excepciones, el respeto por la muerte permite poner a consideración las distintas voces, los acuerdos y los desacuerdos, sin insultos ni descalificaciones.
Entonces es posible recordar lo que a diario olvidamos: lo bueno y lo malo, aciertos y errores que ponen en perspectiva el devenir institucional de nuestro país. Esas alternativas que marcan y definen nuestro presente pero de las que no somos conscientes hasta que una muerte sacude nuestra memoria y todo vuelve con intensa crudeza.
Más allá del recuerdo positivo o negativo de un ex presidente –un hombre– que acaba de fallecer, los medios agitan el pasado irresuelto no de ese hombre sino de toda una Nación. No fue un solo hombre el que atravesó el doloroso umbral que separó la dictadura de la democracia. No fue un solo hombre el que lidió con las secuelas del horror. No fue un solo hombre el que enfrentó la desintegración económica, la reconstrucción del ideal democrático, la degradación de los principios ni el estallido social.
Fuimos todos, como ciudadanos, los que pasamos por esos terribles momentos. Somos todos los que, todavía hoy, tenemos muchas heridas abiertas aunque a veces ni siquiera advertimos cuánto duelen.
Y por más que estén los que roban un minuto de cámara, los que ensalzan de manera exagerada y los que sólo recuerdan los fallidos, lo que se pone de manifiesto es que los seres humanos no somos perfectos, que la muerte no nos hace perfectos y que sólo se equivocan los que hacen.
En definitiva, los próceres son próceres no por ser impecables sino por haber encarnado en algún momento la voz de muchos –no de todos–, ese silencioso clamor que hace de una multitud una República.
1 comentario:
Laura:
No podrías haberlo dicho mejor :)
Saludos.
MarchF
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