4/20/2009

Mucho carácter, pocas pulgas

Lo conocí en 1999 cuando llegó al lugar en el que yo trabajaba y se transformó en mi jefe.
Desembarcó con sus propios colaboradores y empezó por hacer un orden riguroso en la distribución de tareas, cambió el estilo de comunicación y tomó a su cargo responsabilidades administrativas que hasta ese momento habían estado dispersas entre varios miembros del plantel.
Por supuesto, no cayó nada simpático.
Yo, que había tenido un diálogo directo y fluido con el jefe anterior y estaba a cargo de un equipo de casi una decena de personas, sentí que la libertad con la que había trabajado hasta ese momento se esfumaba entre reclamos de cumplimiento estricto de horarios y rendiciones de avances.
Además, la puerta del despacho que siempre había estado abierta para consultas e intercambios se cerró y el acceso quedó a criterio de una de sus colaboradoras más cercanas.
Más de una vez entró sorpresivamente en mi oficina a las 8.15 sólo para comprobar si mi equipo y yo estábamos ahí. Era muy difícil hacerle entender que si la mayoría de nosotros habíamos estado trabajando hasta mucho más allá de la hora en que las oficinas quedaban desiertas, yo autorizaba que a la mañana siguiente la jornada se iniciara más tarde.
En una oportunidad, incluso, le dije esto en un tono nada amigable.
El no me caía bien. Y yo no le caía bien.
No voy a juzgar su desempeño como Jefe de Campaña de Acción por la República para las elecciones presidenciales de 1999. No me corresponde porque, además de ser una falta de respeto, sería olvidar que, harta de tanta presión, un mes antes de las elecciones hice uso del "efecto portazo" y renuncié.
Pero él estaba allí, con un notorio acento cordobés y un rígido sistema de trabajo y organización. Con sus poco frecuentes sonrisas y sus muy frecuentes ironías. Por eso, al seguir su desempeño como "gran recaudador" de la provincia de Buenos Aires, no me sorprendieron su eficacia ni su casi inagotable perseverancia para ir tras los objetivos que se había planteado.
Tampoco me sorprendieron las declaraciones que motivaron su intempestiva y forzada salida de ARBA. Más allá de lo que decida hacer en el futuro, de sus aspiraciones políticas (o no), de cualquier especulación acerca de si su actitud se debió a un exabrupto o a una estrategia; o si la presión que se ejerció sobre él para aceptar una candidatura testimonial en un distrito muy opositor fue una operación, es indudable que Santiago Montoya es un tipo de mucho carácter. Y de muy pocas pulgas.

2 comentarios:

La matan"c"era dijo...

Muy bueno tu post, casi un epitafio

Coki dijo...

Muy interesante tener otra visión de una figura pública. Suelo pensar que solo tras haber trabajado con alguien se lo puede juzgar profesionalmente.