Un consultor en comunicación política es contratado para cumplir con una tarea específica: asesorar sobre la manera de expresarse del candidato, analizar las demandas de los votantes, articularlas con las propuestas y retraducirlas en estrategias discursivas eficaces, lo que ya es un trabajo arduo si se piensa en la dinámica imprevisible del contexto nacional.
Por otra parte, alrededor de un dirigente político nunca hay un puñado de personas. Son cientos. Cada una con sus opiniones, apetencias y ambiciones personales que, muchas veces, entran en colisión con el proyecto grupal que vendría a ser el proyecto personal del líder.
Un consultor, entonces, siempre navega las aguas turbulentas del entorno y las no menos agitadas de la realidad externa.
Si bien su primer compromiso es con la verdad: decir la verdad y actuar desde la verdad, con el correr de los días –y de los embates de la realidad y del entorno–, las cosas empiezan a ponerse complicadas.
Por un lado, desde afuera, la opinión pública actúa de la misma manera que siempre: como una dama caprichosa y veleta que obliga a bruscos cambios sin previo aviso; y los cambios generan inseguridad (si no pregúntenle al ACyS, cuyo slogan propone el "cambio seguro" para no asustar a nadie aunque no convenza). Por otro, desde el interior, la tensión aumenta y va horadando la autoestima del candidato que, bombardeado por encuestas y publicaciones, es muy permeable tanto a la euforia como a la depresión. Y, como es de suponer, candidato inestable no sirve ni para presidente de cooperadora escolar.
En el ojo del huracán, el consultor. Se cuestionan todas sus recomendaciones, se le atribuyen todos los malos pasos y no se le concede autoría de acierto alguno. Dentro del círculo aúlico, las aguas se dividen. Un sector defiende; el otro, ataca. A veces porque juegan intereses personales; otras por razones misteriosas.
A estas alturas, el acorralado consultor tiene varias alternativas.
La que sostendrá su precaria supervivencia es la entrada al circuito "mentime que me gusta". El sabe mejor que nadie cómo decir lo que el otro quiere escuchar. Lo único que tiene que hacer es suplantar al otro en su esquema mental, un simple cambio de enfoque.
La segunda posibilidad es recurrir al "botiquín de emergencia". Altas dosis de reliverán y paratropina para seguir adelante mintiendo lo menos posible –aunque se reconozca que "lo menos posible" es una variable móvil que siempre conduce a mentir más–, e incluir en el combo el aplacatorio "si no lo hago yo, lo va a hacer otro" que siempre está al servicio de justificar el dinero cobrado a contramano de los principios.
Por último, el "portazo por la dignidad", escena que debe –sí o sí– incluir una frase lapidaria en la cara del candidato. Una posibilidad es "Todos estos te mienten. ¡Vos no sos San Martín, sabelo!". Obviamente, ni bien cerrada la puerta, las fuerzas se reagrupan y, con el enemigo ya afuera, se aplican a vivar al nuevo libertador.
En cualquiera de los casos, la tarea del consutor siempre tiene fecha de vencimiento. Siempre llega el momento en que, con mayor o menor amabilidad, alguien le dice: "la salida es por allá". Porque, ¿quién lo necesita en la victoria? y ¿quién lo quiere en la derrota?
Por otra parte, alrededor de un dirigente político nunca hay un puñado de personas. Son cientos. Cada una con sus opiniones, apetencias y ambiciones personales que, muchas veces, entran en colisión con el proyecto grupal que vendría a ser el proyecto personal del líder.
Un consultor, entonces, siempre navega las aguas turbulentas del entorno y las no menos agitadas de la realidad externa.
Si bien su primer compromiso es con la verdad: decir la verdad y actuar desde la verdad, con el correr de los días –y de los embates de la realidad y del entorno–, las cosas empiezan a ponerse complicadas.
Por un lado, desde afuera, la opinión pública actúa de la misma manera que siempre: como una dama caprichosa y veleta que obliga a bruscos cambios sin previo aviso; y los cambios generan inseguridad (si no pregúntenle al ACyS, cuyo slogan propone el "cambio seguro" para no asustar a nadie aunque no convenza). Por otro, desde el interior, la tensión aumenta y va horadando la autoestima del candidato que, bombardeado por encuestas y publicaciones, es muy permeable tanto a la euforia como a la depresión. Y, como es de suponer, candidato inestable no sirve ni para presidente de cooperadora escolar.
En el ojo del huracán, el consultor. Se cuestionan todas sus recomendaciones, se le atribuyen todos los malos pasos y no se le concede autoría de acierto alguno. Dentro del círculo aúlico, las aguas se dividen. Un sector defiende; el otro, ataca. A veces porque juegan intereses personales; otras por razones misteriosas.
A estas alturas, el acorralado consultor tiene varias alternativas.
La que sostendrá su precaria supervivencia es la entrada al circuito "mentime que me gusta". El sabe mejor que nadie cómo decir lo que el otro quiere escuchar. Lo único que tiene que hacer es suplantar al otro en su esquema mental, un simple cambio de enfoque.
La segunda posibilidad es recurrir al "botiquín de emergencia". Altas dosis de reliverán y paratropina para seguir adelante mintiendo lo menos posible –aunque se reconozca que "lo menos posible" es una variable móvil que siempre conduce a mentir más–, e incluir en el combo el aplacatorio "si no lo hago yo, lo va a hacer otro" que siempre está al servicio de justificar el dinero cobrado a contramano de los principios.
Por último, el "portazo por la dignidad", escena que debe –sí o sí– incluir una frase lapidaria en la cara del candidato. Una posibilidad es "Todos estos te mienten. ¡Vos no sos San Martín, sabelo!". Obviamente, ni bien cerrada la puerta, las fuerzas se reagrupan y, con el enemigo ya afuera, se aplican a vivar al nuevo libertador.
En cualquiera de los casos, la tarea del consutor siempre tiene fecha de vencimiento. Siempre llega el momento en que, con mayor o menor amabilidad, alguien le dice: "la salida es por allá". Porque, ¿quién lo necesita en la victoria? y ¿quién lo quiere en la derrota?
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