10/02/2009

De mensajes y compromisos

Truena el cañón,
préstame tu fusil
que la revolución
viene oliendo a jazmín.

Cuando yo tenía veinte años –es decir en un tiempo obscenamente lejano– la gente, sobre todo la gente joven, solía buscar en las expresiones artísticas "el mensaje".

Los comentarios en la charla de café luego de ver una película eran "¡Qué mensaje!", "Tenía mensaje", "¿Entendiste el mensaje?", "¡Qué profundo el mensaje!". Y no faltaba aquel que quería probarte –o encubrir su pobreza de análisis– y te desafiaba con un: "A ver... ¿cuál era el mensaje?".
Los libros, las películas, las canciones tenían mensaje y, por lo tanto, eran valiosos exponentes del "arte comprometido"; o no lo tenían y entonces no sólo no cubrían las expectativas sino que eran despectivamente señalados como "comerciales".
Ya en ese entonces la extendida costumbre de valorar "el mensaje" me parecía una soberana estupidez. Pero, claro, siempre fui un tanto extraña y no creía que el arte necesitara autoproclamarse revolucionario. Más bien pensaba que su contenido revulsivo y desafiante se manifestaba más allá de la voluntad del autor cuya individualidad expresaba los conflictos universales. Y veía las sesudas reuniones destinadas a decodificar "el mensaje" como una actitud pretenciosa y pseudointelectual.
La música se transformó en el terreno más fértil para esta costumbre. Bajo la etiqueta del "arte comprometido", numerosos músicos transitaron escenarios alimentando la mística del "mensaje". Y, mientras tanto, yo iba dejando de escucharlos.
Dejé de escuchar a Víctor Heredia después de "El viejo Matías" y "Dulce Daniela"; a León Gieco luego de "Sólo le pido a Dios"; a Joan Manuel Serrat luego de "Mediterráneo". Es decir, justo cuando para los buscadores de "mensajes" esos intérpretes dejaban de ser "comerciales" e ingresaban a la valorada categoría de "comprometidos". ¡Siempre contra la corriente yo!
Con Mercedes Sosa me pasó algo parecido. Creo que no hubo obra en la que fuese más visceralmente comprometida que en Mujeres argentinas. Comprometida con la historia, con las raíces, con el género femenino y con el folklórico, con esa voz impactante y conmovedora que parecía venir de otro mundo. Comprometida con el alma y sin necesidad de embanderarse con ninguna revolución porque la canción era, por sí sola, bandera y revolución.
Y hasta ahí llegó mi amor.
Porque mi amor al arte no sabe de obras con "mensajes" ni de artistas "comprometidos". No sabe de racionalizaciones ni de etiquetas ni de barricadas ni, mucho menos, de salones blancos. Quiere escenarios sobre los que la libertad sea protagonista sin necesidad de ser invocada y no tribunas desde las cuales recitar panfletos. Quiere canciones que digan mucho hablando de nada y no consignas orientadas a domesticar ideas y ganar adeptos para una causa.
Porque el arte es una fiesta que invita (invita, no obliga) a la rebeldía.
Que cambia cabezas tocando corazones. Que no habla de sí mismo pero que, sutil, humilde e involuntariamente, habla de todos cada vez que dice "yo".

2 comentarios:

Orson Díaz dijo...

Hitchcock decía: "El mensaje se lo dejo a los carteros".

KUBAN dijo...

Yo comparto parcialmente tu opinión porque no me gustan las canciones que tienen alguna inclinación de tipo político o que se definen a favor de tal o mas cual causa. Pero cuanta diferencia hay entre una canción de amor de Silvio, Serrat, Joaquín con toda la porquería que venden. Me gustó tu blog, tu sinceridad y por eso volveré. Un fuerte abrazo cubano desde México.