Son apenas tres expresiones. A veces, de tanto usarlas al descuido, se vacían de significado. Pero aun dichas con cierto desdén, aun si forman parte de una estrategia para conseguir algo, aun pronunciadas falsamente y sin corazón, siguen siendo útiles. Porque abren puertas, disponen al diálogo y acercan posiciones.
En fin, como sea, que todos las usen ya es un avance.
3/28/2008
3/25/2008
( )
No sé nada de economía.
Si alguna vez tuve un ideal político, hacer campaña para distintos candidatos me lo robó para siempre.
Apenas conozco el campo e ignoro por completo las alternativas de la actividad agropecuaria.
No entiendo nada de exportaciones ni retenciones ni del boom de la soja.
No escribo sobre cuestiones relativas al complejo devenir institucional de nuestro país.
Pero no me gustan la violencia y el autoritarismo.
No me gusta sentir que quien tiene bajo su responsabilidad el gobierno de todos los ciudadanos se exprese con soberbia, arrogancia e ironía cuando habla de quienes –la hayamos votado o no– aceptamos la decisión de la mayoría de delegarle esa misión.
Creo, desde mi indeclinable fe en las instituciones, que se gobierna para sumar. No para excluir. No para dividir. No para privilegiar a un sector por encima de cualquier otro. No para hacerle el juego al resentimiento, al revanchismo y al odio.
Porque el costo de todo eso, a la (no tan) larga, es muy alto. Y, no importa en qué vereda hayamos estado, lo pagamos todos.
Si alguna vez tuve un ideal político, hacer campaña para distintos candidatos me lo robó para siempre.
Apenas conozco el campo e ignoro por completo las alternativas de la actividad agropecuaria.
No entiendo nada de exportaciones ni retenciones ni del boom de la soja.
No escribo sobre cuestiones relativas al complejo devenir institucional de nuestro país.
Pero no me gustan la violencia y el autoritarismo.
No me gusta sentir que quien tiene bajo su responsabilidad el gobierno de todos los ciudadanos se exprese con soberbia, arrogancia e ironía cuando habla de quienes –la hayamos votado o no– aceptamos la decisión de la mayoría de delegarle esa misión.
Creo, desde mi indeclinable fe en las instituciones, que se gobierna para sumar. No para excluir. No para dividir. No para privilegiar a un sector por encima de cualquier otro. No para hacerle el juego al resentimiento, al revanchismo y al odio.
Porque el costo de todo eso, a la (no tan) larga, es muy alto. Y, no importa en qué vereda hayamos estado, lo pagamos todos.
Más de lo mismo
Como la escena de una vieja película de miedo
que de tan mala mueve a risa.
Como el recuerdo horroroso
que insiste, persiste y se instala
en una grieta para echar raíces,
orgulloso parásito que se nutre
de mi sangre.
Como ese antiguo sentimiento de hartazgo
que tala brazos y siega ilusiones.
Como el grito que, ignorado,
se pierde en el vacío.
Como una alimaña que creía muerta
y sin embargo aún exhala
agónicos suspiros.
Como el hedor de un pantano
que estalla en espesas burbujas
de mugre acumulada.
Como una bocanada del infierno
que se acerca pestilente
a tocarme con su lengua.
Todo llega.
Todo pasa.
Todo vuelve.
que de tan mala mueve a risa.
Como el recuerdo horroroso
que insiste, persiste y se instala
en una grieta para echar raíces,
orgulloso parásito que se nutre
de mi sangre.
Como ese antiguo sentimiento de hartazgo
que tala brazos y siega ilusiones.
Como el grito que, ignorado,
se pierde en el vacío.
Como una alimaña que creía muerta
y sin embargo aún exhala
agónicos suspiros.
Como el hedor de un pantano
que estalla en espesas burbujas
de mugre acumulada.
Como una bocanada del infierno
que se acerca pestilente
a tocarme con su lengua.
Todo llega.
Todo pasa.
Todo vuelve.
3/21/2008
Por no llorar
El cielo estuvo cargándose de a poco
cosechando nubes y gestando el viento.
Primero fue el aire en remolinos,
las hojas arrebatadas a los árboles
flotando sin norte, bailando en silencio.
Después la luz inclemente de un relámpago,
los rayos quebrando el cielo,
un súbito temblor bajo mis pies.
Y llegó por fin el alivio de las gotas
estrellándose en los vidrios,
y el desliz de esos ríos verticales
que desaguan en un mar
de baldosas de vereda.
Una calma provisoria y un escalofrío
de cuerpo desnudo que recibe el agua,
de piel sedienta, de huesos escarchados.
Los ojos abiertos a la noche,
ávidos de luz, muertos de miedo.
Esperando ser heridos por la lluvia
que dibuja surcos de lágrimas
allí donde el dolor, por no llorar,
naufraga.
cosechando nubes y gestando el viento.
Primero fue el aire en remolinos,
las hojas arrebatadas a los árboles
flotando sin norte, bailando en silencio.
Después la luz inclemente de un relámpago,
los rayos quebrando el cielo,
un súbito temblor bajo mis pies.
Y llegó por fin el alivio de las gotas
estrellándose en los vidrios,
y el desliz de esos ríos verticales
que desaguan en un mar
de baldosas de vereda.
Una calma provisoria y un escalofrío
de cuerpo desnudo que recibe el agua,
de piel sedienta, de huesos escarchados.
Los ojos abiertos a la noche,
ávidos de luz, muertos de miedo.
Esperando ser heridos por la lluvia
que dibuja surcos de lágrimas
allí donde el dolor, por no llorar,
naufraga.
3/18/2008
Hoy
Amanece.
Las historias que quedaron sobre la cama
se esconden silenciosas
entre los pliegues de las sábanas.
Cierro puertas. Abro ventanas.
Dejo entrar la luz que le devuelve a las cosas
su peso, su forma y su sentido.
Bajo la ducha, despego de mi piel
el olor de la tuya y veo con alivio
los fantasmas escurrirse en la bañera.
Rezo una oración pagana agradeciendo
a los dioses crueles que dictan mis palabras.
Repaso la historia, dibujo un mapa,
una carta náutica signada por estrellas
sólo para entender
que estoy limpia, libre, bendecida;
pronta a iniciar otro viaje,
despiertos los sentidos.
Y voy, como flotando, directo a la salida.
Las historias que quedaron sobre la cama
se esconden silenciosas
entre los pliegues de las sábanas.
Cierro puertas. Abro ventanas.
Dejo entrar la luz que le devuelve a las cosas
su peso, su forma y su sentido.
Bajo la ducha, despego de mi piel
el olor de la tuya y veo con alivio
los fantasmas escurrirse en la bañera.
Rezo una oración pagana agradeciendo
a los dioses crueles que dictan mis palabras.
Repaso la historia, dibujo un mapa,
una carta náutica signada por estrellas
sólo para entender
que estoy limpia, libre, bendecida;
pronta a iniciar otro viaje,
despiertos los sentidos.
Y voy, como flotando, directo a la salida.
3/13/2008
No me gustan los obituarios
Una sola vez en mi vida, en marzo de 1999, escribí algo parecido a un obituario. Fue en ocasión del fallecimiento de Adolfo Bioy Casares. Tenía que ver con un supuesto reencuentro con su compañero de aventuras literarias, Jorge Luis Borges. Así como siempre hago yo las cosas, con el impulso del sentimiento, la mandé al casi recién estrenado sitio web de La Nación que por ese entonces tenía muchas secciones en las cuales los lectores podían participar. Y me olvidé del asunto hasta que empecé a recibir una catarata de e-mails comentando mis palabras.
El tiempo pasó, Bioy dejó de ser noticia (¡qué horror!) y volví a olvidarme del asunto ("me trabajó el olvido", habría dicho Borges).
Lo cierto es que alguna vez, "googleándome" (una actitud de imperdonable narcisismo) encontré referencias a esa nota. Un colegio la había tomado para que los alumnos trabajaran el texto. Y, lejos de enorgullecerme, me avergoncé.
Es que, me tomó un rato largo entenderlo, no me gustan los obituarios. No me gustan las frases hechas que allí se reproducen. No me gusta el ensalzamiento post mortem, casi siempre injusto y, verdad de perogrullo, tardío. No me gustan los golpes bajos ni la sensiblería. Y mucho menos me gusta que, apenas unas horas después de haber vertido ríos de tinta –reales y virtuales–, el flujo de las noticias haya trasladado el foco de atención hacia cuestiones banales y mucho menos permanentes que la muerte, enterrando –valga la palabra– a la persona.
No me gustan los obituarios porque, sin disimulo y sin escrúpulos, hacen de un ser humano un prócer con fecha de vencimiento. No me gustan porque, en el fondo, si bien me conmueve, no me apena la muerte de quienes han tenido una vida fructífera y llena de realizaciones. Porque eso de que alguien murió y "tenía tanta vida por delante" me parece una soberana estupidez. Porque los seres que amamos o admiramos (o ambas cosas a la vez) viven siempre en nosotros por lo que han hecho, por la huella que han dejado, por los momentos compartidos, por cada una de las cosas que, sabiéndolo o no, nos regalaron con su existencia. Y, lo más importante, ESTAN.
Ojalá pudiésemos aprender a vivir con la conciencia de la muerte como un hito más de nuestras vidas. Con la certeza de la trascendencia de cada uno de nuestros actos. Con la grandeza de reconocer de inmediato los actos trascendentes de nuestros semejantes. Con la humildad de agradecérselos. Con el orgullo de que su desaparición física no nos haya sorprendido sin haberles hecho saber cuánto los admirábamos y cuánto los queríamos. Si así fuese, no sería necesario obituario alguno.
El tiempo pasó, Bioy dejó de ser noticia (¡qué horror!) y volví a olvidarme del asunto ("me trabajó el olvido", habría dicho Borges).
Lo cierto es que alguna vez, "googleándome" (una actitud de imperdonable narcisismo) encontré referencias a esa nota. Un colegio la había tomado para que los alumnos trabajaran el texto. Y, lejos de enorgullecerme, me avergoncé.
Es que, me tomó un rato largo entenderlo, no me gustan los obituarios. No me gustan las frases hechas que allí se reproducen. No me gusta el ensalzamiento post mortem, casi siempre injusto y, verdad de perogrullo, tardío. No me gustan los golpes bajos ni la sensiblería. Y mucho menos me gusta que, apenas unas horas después de haber vertido ríos de tinta –reales y virtuales–, el flujo de las noticias haya trasladado el foco de atención hacia cuestiones banales y mucho menos permanentes que la muerte, enterrando –valga la palabra– a la persona.
No me gustan los obituarios porque, sin disimulo y sin escrúpulos, hacen de un ser humano un prócer con fecha de vencimiento. No me gustan porque, en el fondo, si bien me conmueve, no me apena la muerte de quienes han tenido una vida fructífera y llena de realizaciones. Porque eso de que alguien murió y "tenía tanta vida por delante" me parece una soberana estupidez. Porque los seres que amamos o admiramos (o ambas cosas a la vez) viven siempre en nosotros por lo que han hecho, por la huella que han dejado, por los momentos compartidos, por cada una de las cosas que, sabiéndolo o no, nos regalaron con su existencia. Y, lo más importante, ESTAN.
Ojalá pudiésemos aprender a vivir con la conciencia de la muerte como un hito más de nuestras vidas. Con la certeza de la trascendencia de cada uno de nuestros actos. Con la grandeza de reconocer de inmediato los actos trascendentes de nuestros semejantes. Con la humildad de agradecérselos. Con el orgullo de que su desaparición física no nos haya sorprendido sin haberles hecho saber cuánto los admirábamos y cuánto los queríamos. Si así fuese, no sería necesario obituario alguno.
3/04/2008
Día Internacional de la Mujer
Gusz, en nombre de Area Queer NOA, me invitó a escribir un texto con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Se puede leer acá.
¡Gracias, Gusz, por la invitación!
Se puede leer acá.
¡Gracias, Gusz, por la invitación!
3/01/2008
La palabra
Entre las obsesiones que me aquejan no sólo están el escritorio, la heladera o los post-it. Por ser tal vez las más mundanas, ésas son pasibles de ser tomadas con humor.
Pero están las otras. Las que me imponen, más tarde o más temprano, el salto al vacío interior. Las que me obligan a viajes con puntos de partida móviles y destinos inciertos. Las que no puedo controlar. Las que me acosan. Me llevan, me traen, me ponen y me sacan. Y entre ellas, la más pertinaz. La más honda. La más obsesiva de mis obsesiones: la palabra. La arcilla que me modela. El lienzo en blanco que me retrata. El cincel que me esculpe. La materia que me trabaja.
Palabras... Las que nombran lo que hay en mi mundo. La que me nombra y me da sentido. La que no por callada se ignora. La que llega en el momento preciso y la que no llega nunca.
La palabra que se da, se pide, se toma, se tiene, se retira, se cede y se empeña.
La mayor, la mala, la santa. La de honor, la grosera, la última. La media, la clave, la mágica.
La que alguien nos deja en la boca cuando nos da la espalda. La que se lleva el viento. La que cruzamos con algún otro así como al pasar. La que hemos de comernos por haber sido imprudentes o impulsivos. La propia. La ajena. La que viene preñada de sentidos. La vana. La que se tuerce por mal uso. La que se ahorra por hartazgo.
En cuanto a quienes las usan, las abusan o las ignoran. Están los de pocas, los de una sola, los de muchas, los que se van sin decir ni media. Los fanáticos de las cruzadas. Los que con ellas hacen juegos.
Hay libertad bajo palabra. Hay personas de palabra, que repiten palabra por palabra y otras con facilidad de palabra. Hay cosas que se resumen en una palabra o que nos dejan sin palabras.
Y hay momentos en los que no se puede decir ni una palabra más.
Pero están las otras. Las que me imponen, más tarde o más temprano, el salto al vacío interior. Las que me obligan a viajes con puntos de partida móviles y destinos inciertos. Las que no puedo controlar. Las que me acosan. Me llevan, me traen, me ponen y me sacan. Y entre ellas, la más pertinaz. La más honda. La más obsesiva de mis obsesiones: la palabra. La arcilla que me modela. El lienzo en blanco que me retrata. El cincel que me esculpe. La materia que me trabaja.
Palabras... Las que nombran lo que hay en mi mundo. La que me nombra y me da sentido. La que no por callada se ignora. La que llega en el momento preciso y la que no llega nunca.
La palabra que se da, se pide, se toma, se tiene, se retira, se cede y se empeña.
La mayor, la mala, la santa. La de honor, la grosera, la última. La media, la clave, la mágica.
La que alguien nos deja en la boca cuando nos da la espalda. La que se lleva el viento. La que cruzamos con algún otro así como al pasar. La que hemos de comernos por haber sido imprudentes o impulsivos. La propia. La ajena. La que viene preñada de sentidos. La vana. La que se tuerce por mal uso. La que se ahorra por hartazgo.
En cuanto a quienes las usan, las abusan o las ignoran. Están los de pocas, los de una sola, los de muchas, los que se van sin decir ni media. Los fanáticos de las cruzadas. Los que con ellas hacen juegos.
Hay libertad bajo palabra. Hay personas de palabra, que repiten palabra por palabra y otras con facilidad de palabra. Hay cosas que se resumen en una palabra o que nos dejan sin palabras.
Y hay momentos en los que no se puede decir ni una palabra más.
Soledad
Lleno de voces
como humo.
Ahogado en un destino
de acordes desgarrados.
Muerto sin saberlo.
Desahuciado.
Solo.
Vas por la vida
cargando con tu cuerpo,
empujándote hacia la nada,
arrastrando los recuerdos,
revolcándote en el miedo.
Vas por la vida
desbordado de sombras.
Solo.
La mirada hundida
en la espalda del mundo.
Solo.
Solo y encerrado.
Corriendo
tras una línea blanca
de esperanza.
Sabiendo con la carne,
entendiendo con la piel
que la luz
muere
en tus ojos.
como humo.
Ahogado en un destino
de acordes desgarrados.
Muerto sin saberlo.
Desahuciado.
Solo.
Vas por la vida
cargando con tu cuerpo,
empujándote hacia la nada,
arrastrando los recuerdos,
revolcándote en el miedo.
Vas por la vida
desbordado de sombras.
Solo.
La mirada hundida
en la espalda del mundo.
Solo.
Solo y encerrado.
Corriendo
tras una línea blanca
de esperanza.
Sabiendo con la carne,
entendiendo con la piel
que la luz
muere
en tus ojos.
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