La primera mandataria, que siempre nos recuerda su inocultable desagrado por el periodismo (no sé qué pensarán de eso los periodistas "afines" a los que mete en la misma bolsa), cada vez que se expresa públicamente, sin embargo, trabaja para esa infame corporación desestabilizadora (la calificación, irónica, es de quien escribe).
Es notable su expresión plagada de máximas efectistas –"piquetes de la abundancia", "que no nos secuestren los goles", "libertad de extorsión", "fusilamiento mediático"– que rápidamente se transforman, para la prensa, en jugosos titulares.
La máxima –no me refiero a la dama en cuestión sino a la forma discursiva– presenta un inconveniente que quien hoy ocupa el sillón de Rivadavia parece no advertir: su asertividad deja enormes huecos para la objeción. Los medios sí han comprendido esta falencia y, por lo tanto, se regodean en desmenuzar las declaraciones presidenciales hasta transformarlas en coquetas brochettes de palabras huecas.
Además, podemos agregar a la lista de incoveniencias otra no menor: un titular es el puñado de palabras con gran efecto que sintetizan la densidad de un discurso en el que se vuelcan ideas complejas, patrones de pensamiento, líneas de proyecto. Es decir, bajo de un titular suele haber una bajada y más abajo aún el cuerpo de una nota. Y, sin dudas, el titular es una extracción inteligente y atractiva del cuerpo de la nota.
Ahora bien, si quien nos gobierna habla sólo con titulares, ¿dónde está el cuerpo de la nota? Imaginemos un diario con este formato: letras de molde (perdón por la obviedad) y grandes espacios en blanco allí donde irían los contenidos que permiten articular un proyecto, una o varias metas e, incluso, una ideología.
Es, casi diría, sencillo conocer la fórmula comunicacional de CFK:
¿El resultado? Un discurso pobre, mecánico, discutible y, por sobre todas las cosas, vacío. Piece of cake para el periodismo (le faltaría calificarlo de "apátrida" y ahí, sí, cerramos la puerta que estamos todos).
Es notable su expresión plagada de máximas efectistas –"piquetes de la abundancia", "que no nos secuestren los goles", "libertad de extorsión", "fusilamiento mediático"– que rápidamente se transforman, para la prensa, en jugosos titulares.
La máxima –no me refiero a la dama en cuestión sino a la forma discursiva– presenta un inconveniente que quien hoy ocupa el sillón de Rivadavia parece no advertir: su asertividad deja enormes huecos para la objeción. Los medios sí han comprendido esta falencia y, por lo tanto, se regodean en desmenuzar las declaraciones presidenciales hasta transformarlas en coquetas brochettes de palabras huecas.
Además, podemos agregar a la lista de incoveniencias otra no menor: un titular es el puñado de palabras con gran efecto que sintetizan la densidad de un discurso en el que se vuelcan ideas complejas, patrones de pensamiento, líneas de proyecto. Es decir, bajo de un titular suele haber una bajada y más abajo aún el cuerpo de una nota. Y, sin dudas, el titular es una extracción inteligente y atractiva del cuerpo de la nota.
Ahora bien, si quien nos gobierna habla sólo con titulares, ¿dónde está el cuerpo de la nota? Imaginemos un diario con este formato: letras de molde (perdón por la obviedad) y grandes espacios en blanco allí donde irían los contenidos que permiten articular un proyecto, una o varias metas e, incluso, una ideología.
Es, casi diría, sencillo conocer la fórmula comunicacional de CFK:
- Frases de no más de diez palabras "levantables" por los medios.
- Cada dos o tres frases, palo para los "ricos" (cómo se incluye la familia K en esta repartija es una incógnita) y/o para el sector agropecuario.
- Cada dos o tres frases, palo para "los monopolios mediáticos" (como si hubiese muchos).
- Todo acto de gobierno es en nombre de los desaparecidos (no importa si se trata de fútbol o de radiodifusión).
- Una de cada cinco frases debe incluir la expresión "redistribución de la riqueza".
¿El resultado? Un discurso pobre, mecánico, discutible y, por sobre todas las cosas, vacío. Piece of cake para el periodismo (le faltaría calificarlo de "apátrida" y ahí, sí, cerramos la puerta que estamos todos).