8/10/2009

Impuestazo tecnológico vs. modelo

Desde donde yo lo veo, el "impuestazo tecnológico" (una expresión que refiere al aumento del impuesto al valor agregado –del 10.5% con que se gravan algunos ítems al 21% con que se grava a la mayoría de los artículos de todo tipo– sobre los productos de telefonía e informáticos) no sólo es un problema per se sino, lo que es peor, representa un problema mucho más grave por tratarse de una nueva torpeza del Gobierno.
Es que la elevación del IVA, lejos de proteger a una pujante industria nacional –casi inexistente–, producirá un incremento en el precio de los artículos y, por ende, alejará a muchas personas de la posibilidad de acceder a ellos, profundizando la brecha digital y aumentando el número de "analfabetos del tercer milenio".
Considerar que una notebook o un teléfono celular son artículos suntuarios me recuerda un viejo chiste –que además de viejo es malo– en el cual a una dama de sociedad cuya fortuna peligra le solicitan reducir los gastos y ella, muy altanera, responde: "No le den más papa al loro".
Está claro que los problemas de la Argentina no se solucionan con un incremento del gravamen a artículos supuestamente lujosos. La actitud del Gobierno resulta, nuevamente, de una ponderación errada de las prioridades nacionales –se olvida la educación, la desnutrición, el dengue, la gripe A, la inseguridad, Charata, Chaco, el Consejo de la Magistratura, etc, etc, etc– y deja entrever, también nuevamente, una actitud de cierto resentimiento hacia lo que consideran –notable anacronismo– "las clases pudientes" que se oponen a la redistribución de la riqueza.
Sin perjuicio de ello, puede decirse que la airada defensa enarbolada por gran parte del segmento afectado tampoco atiende a las razones del bien común sino, en muchos casos, a intereses particulares; lo que no está ni bien ni mal si es claramente expresado.
Dado que los hard users de tecnología no son un grupo tan numeroso como el de quienes se dedican a la actividad agropecuaria, es seguro que no habrá grandes manifestaciones ni cacerolazos ni ruidosas protestas. Sin embargo, aunque en otra escala, lo que está en juego es el mismo modelo. No un modelo económico, no un modelo político, no un modelo ideológico. Un modelo de conflicto.

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