3/29/2009

Por el poder de Twitter

Twitter es una herramienta de microblogging que, en 140 caracteres, permite comunicar a la totalidad de los usuarios que siguen nuestras actualizaciones, qué estamos haciendo.
Las celebridades, las empresas y los políticos, estos últimos sobre todo a partir de la exitosa campaña de Barack Obama, están empezando a descubrir el poder de este dispositivo.
Madonna invita, por intermedio de sus productores, a seleccionar los temas de un disco con sus más grandes éxitos. Britney comenta las alternativas de sus presentaciones. Mr. and Mrs. Kutcher ventilan su amor en la pantalla de varios cientos de miles de seguidores. Shaquille O'Neal reparte entradas para los partidos de la NBA en lugares insólitos. Stephen Fry relata su experiencia como cineasta en el sudeste asiático. Por nombrar sólo algunos casos.
En el ámbito local, con la proximidad –más próxima desde la semana pasada– de las elecciones, muchos políticos se suben a la ola aunque con magros resultados: en algunos se nota demasiado la presencia de asesores, otros abandonan la cruzada rápidamente, otros irritan con la superficialidad de sus comentarios porque, convengamos, hay que saber captar la atención del público en no más de veinte palabras (esto implica que cada una de las intervenciones debería funcionar con la contundencia de un titular y, como todos sabemos, hablar con titulares puede resultar agotador).
Es fácil descubrir si el objetivo es la interacción –una de las características más relevantes de la web 2.0– o si simplemente se trata de una nueva y sofisticada vidriera para incrementar la visibilidad: basta observar cuál es la diferencia entre la cantidad de personas que nos leen y la cantidad de personas que leemos. Quienes pretenden "ser vistos" sólo leen a un puñado de usuarios, es decir que les interesa mucho que los lean pero muy poco leer lo que los demás dicen, mientras que quienes apuntan a interactuar presentarán tantos o casi tantos lectores como "leídos".
Por estos días, el interés de los usuarios está centrado en descubrir quién escribe y quién manda a escribir las actualizaciones de las celebridades. Tanto como para que la inquietud –y algunas respuestas– esté en la portada de, por ejemplo, el diario La Nación.
Es de esperar que en poco tiempo todo este furor se aquiete y, naturalmente, la paja se separe del trigo dejando en evidencia que Twitter es una herramienta más de las muchas que la tecnología nos brinda y que, como tal, puede ser bien o mal utilizada. No sería la primera vez –y no será la última– que la impericia en el uso del martillo ponga en riesgo la integridad de nuestros dedos o que el mango de un destornillador sirva de improvisado martillo a la hora de hundir un clavo en la madera.

3/25/2009

1976

Hace 33 años, donde yo vivía era común estar rodeados de militares. La cercanía del Colegio Militar de la Nación, la Base Aérea del Palomar, la Base Aérea de Morón, Campo de Mayo y el Liceo Militar traía muchos uniformes a nuestra vida cotidiana. Quienes los vestían eran nuestros vecinos y los padres de nuestros amigos.
Incluso, uno de los integrantes de la junta que derrocó a María Estela Martínez de Perón había vivido –hasta poco tiempo atrás de ese 24 de marzo– a la vuelta de mi casa.
Si bien los miembros de las Fuerzas Armadas solían elegir educación religiosa, yo, que asistía a la escuela pública, tuve compañeros que eran "el hijo del coronel" o "el hijo del comodoro" y como en el microespacio del pueblo todos nos juntábamos, la convivencia era permanente.
Muchos de aquellos amigos de la adolescencia aspiraban a seguir la carrera militar.
En marzo de 1976 yo iba a comenzar a cursar el 5º y último año de la escuela secundaria. Una escolaridad que había estado marcada por los cánticos que invariablemente mencionaban a Evita, cierta militancia inocentona y periférica, y una libertad de expresión sin precedentes. Se podía pensar y se podía decir lo que uno pensaba.
Habíamos transitado el regreso de Perón, primero al país y luego al gobierno; la traición a las masas cuyo movimiento pendular lo había puesto, por tercera vez, en la Presidencia de la Nación; el rápido deterioro de la salud del líder y su muerte; el enfrentamiento subterráneo y violento que crecía a cada minuto.
El lunes 22 de marzo no comenzaron las clases. El 24 escuchamos el comunicado número uno de la junta militar que se adjudicaba llevar adelante el proceso de reorganización nacional. Durante la madrugada de ese día, María Estela "Isabelita" Martínez de Perón, hasta entonces a cargo de la Presidencia, había sido trasladada a la residencia El Messidor, en la provincia de Río Negro. Pero todo esto forma parte de las crónicas que pueden encontrarse en los archivos de cualquier diario de la época.
Para nosotros empezaba a desenvolverse un período de silencio y de preguntas sin respuesta.
El regreso a la escuela, una semana después, fue un cachetazo de realidad. Los profesores que habían alentado nuestra creatividad y que nos habían incentivado a pensar un mundo más justo ya no estaban. La ceremonia de izar la bandera –que me tocaba personalmente– se había transformado en un acto casi marcial. Los docentes que habían quedado estaban en estrecha relación con las instituciones educativas pertenecientes a las Fuerzas Armadas. Los recién incorporados al plantel, también.
Al poco tiempo, las patrullas de la Policía Aeronáutica que hacían esporádicos procedimientos en el barrio, incrementaron su actividad hasta el punto en que fue cotidiano despertar en medio de la madrugada porque resonaban pasos en el techo de tejas mientras un soldado, desde la ventana, me decía que me levantara y fuese hasta el living sin hacer movimientos sospechosos y sin gritar porque estaban procediendo a allanar mi casa.
La repetición hacía evidente que algo venían a buscar. Algo que jamás encontraron. Me tomó años deducir qué era y comprender por qué tantas veces me encontré en el living de casa, en medio de la noche, junto a toda mi familia muda y aterrorizada. Allí, en el mismo pueblo del conurbano bonaerense en el cual los militares siempre habían formado parte de nuestra vida diaria.

3/24/2009

¿Ex?

¿Por qué será que a quienes encabezaron las filas de la dictadura hoy los llaman "ex dictadores" y a quienes ejercieron la violencia irracional hoy los llaman "ex represores"?
¿Por qué ese "ex" que los redime de una marca de la que debería ser imposible escapar?
Ninguno que yo sepa hizo una renuncia pública ni tuvo gestos de arrepentimiento o una reflexión crítica acerca de su desempeño sino, más bien, hicieron necias reivindicaciones y encendidas defensas de lo indefendible, encomendándose al juicio divino e histórico.

Es más, ¿dejaron de ser dictadores y represores por propia convicción?
Entonces por qué usar el "ex" si, como todos sabemos, hay lugares de donde no se vuelve.

3/21/2009

Pulseadas

A veces pienso (confirmo el "a veces" para los que se habían dado cuenta y revelo un inconfesable secreto para quienes tenían la ilusión de que uso la cabeza para algo más que para peinarme). Ultimamente, mis esporádicas incursiones en el pensar están dedicadas a la situación política. No es otra cosa que preocupación e incertidumbre. Y ambas me resultan difíciles de tolerar.
Hace rato vengo viendo cómo la cuerda política e institucional de la Argentina se tensa. Y, claro, me preocupa por eso de que el hilo siempre se corta por lo más delgado. Aunque podríamos prescindir del "por lo más delgado" porque ya es un problema, y bien grave, que el hilo se corte.
He escrito tratando de llamar la atención sobre el agotamiento del modelo confrontativo, sobre la necesidad de gestos de grandeza, sobre la parte de razón que asiste a unos y a otros. Hasta que me cansé de intentar hipotéticas conciliaciones y, entonces, escribí que estaba harta.
Pero el hartazgo no sólo no elimina mis preocupaciones sino que las aviva. Y mis preocupaciones suelen venir en formato interrogativo:
¿Qué posición habrían tomado los actores del conflicto que se desencadenó hace un año por la Resolución 125 si hubiesen podido prever sus derivaciones y consecuencias?
¿Dónde estábamos un año atrás y dónde estamos ahora?
¿Dónde estaremos a la hora de votar, sea cual fuere la decisión sobre la fecha de las elecciones?
¿Hasta donde se puede seguir ejercitando la provocación?
Y lo peor, en última instancia, no son las preguntas sino la horrible sensación de que, como ciudadana, soy testigo de una batalla en la cual ninguno de los múltiples contendientes –gobierno, oposición, entidades agropecuarias– recuerda que existo y que, tarde o temprano, tendré la obligación de ir a votar.
Algo sí me queda claro: cualquiera sea el ganador de esta competencia de pulseadas, nada se habrá hecho a mi favor –aunque se pretenda hacerlo en mi nombre– y, por supuesto, no habrá nada que festejar.

3/14/2009

Me tienen harta

Y, sí... Porque por más palabras bonitas con que lo quieran disfrazar, están más preocupados –todos y todas– por atornillarse a los sillones y que no se les falsee la rosca que por la realidad que nos circunda.
Desdoblamientos utilitarios se contrarrestan con adelantamientos no menos utilitarios. Y la argumentación para justificarlos se zambulle de cabeza en lo burdo. Encima, la mayor parte de los que se oponen a esa manipulación, lo hacen con palabras grandilocuentes y tremendistas que, lejos de poner las cosas claras, contribuyen a la confusión general.
A la dirigencia política argentina le falta grandeza. Pero como no vinieron de un repollo ni se bajaron de un objeto volador no identificado (aunque a veces se suben a objetos voladores identificados), sino que son parte de la ciudadanía (alguna vez no fueron funcionarios sino simples mortales), no me queda más remedio que inferir que a los argentinos nos falta grandeza.
¿A nadie se le ocurre pensar que desde la mezquindad es imposible construir una República?

3/11/2009

Oposición responsable

En los últimos días, debido a algunos hechos de inseguridad, lamentables por cierto, que tocaron al ambiente artístico, varias voces faranduleras se alzaron para pedir mano dura y reinstalaron un debate que, desde mi punto de vista, no tiene sentido alguno: el debate sobre la pena de muerte.

Yo creo que las figuras populares tienen, además del amor incondicional del público, una enorme responsabilidad: son formadoras de opinión; y un enorme poder: el de movilizar a la gente.

Marcelo Tinelli, Sandro, Cacho Castaña y Susana Giménez (tal vez la que actuó de manera más impulsiva y bajo el efecto del shock –no kidding– por el asesinato de su florista), entre otros, hicieron declaraciones a mi juicio irresponsables. Quiero creer que no midieron los efectos de sus palabras sobre la opinión pública. Quiero creer.

Estamos viviendo momentos inciertos. La situación general –nacional e internacional– es muy delicada. Tanto como para ser todavía más mesurados que en tiempos, llamémosle, normales. Todavía no sabemos cuánto nos afectará la crisis global. Aún se trata de llevar a buen puerto el conflicto con las entidades agropecuarias. Este es, además, un año electoral. La actual administración ha perdido apoyo y aliados; ya no puede ocultar la fractura que la debilita y la cierra sobre sí misma. Las situaciones confrontativas de las que hasta hace poco el oficialismo salía airoso son ahora una suerte de pelea callejera en la que, como dicen en el barrio, le "llenan la cara de dedos".

En este contexto se produjeron las declaraciones de los artistas –algunos de ellos también poderosos empresarios y, hasta hace un tiempo, afines al poder.

No son un secreto las profundas disidencias que tengo con el actual gobierno. Si bien nunca las ventilé alegremente haciendo de ellas una bandera, tampoco las he ocultado. No acuerdo en un número significativo de puntos y si me lo preguntan lo digo sin miedo: soy oposición. Pero no soy golpista y no acuerdo con el golpismo. Me siento muy lejos de ahí porque, en primer lugar, un gobierno debilitado –por sus propios malos pasos y/o por cierta maliciosa y malintencionada oposición– no es negocio para nadie. No me parece justo pegarle al caído o al débil. No sólo no me parece justo, me parece peligroso. Nuestra democracia, joven y lábil, merecería más cuidado.

No planteo sostener un gobierno. Planteo sostener un sistema.

Los que con sus proclamas levantan polvareda y socavan la ya maltrecha autoridad de nuestros gobernantes, olvidan que seremos nosotros, el conjunto de los ciudadanos, quienes paguemos las consecuencias de una eventual crisis institucional que no permita el cumplimiento del mandato presidencial... Pero, claro, seguramente en ese momento ellos estarán muy lejos del derrumbe, viéndolo por internet, mientras que todos nosotros estaremos acá, tratando de sobrevivir (otra vez) en los escombros.

3/04/2009

La ley de la no-ley

Suele decirse que cuando las estructuras que deberían contenernos –familia, escuela, Estado, Justicia– no funcionan, no hay ley.
Yo creo que sí hay una ley. Pero es una ley de la no-ley que se rige por la conveniencia o la necesidad personales. Que aplica para la satisfacción individual. Que reniega del entramado social. Es la ley de la selva, el ojo por ojo, la justicia por mano propia.
Esa ley de la no-ley, cuando reclama, pide "mano dura", "muerte al que mata", "bajar la edad de imputabilidad" y deja al descubierto el lado oscuro que todos tenemos. Lo peor de nosotros –lo peor de cualquier ser humano– es el momento en el cual dejamos de ver al prójimo para pasar a ser mercenarios del sálvese quien pueda.