A veces pienso (confirmo el "a veces" para los que se habían dado cuenta y revelo un inconfesable secreto para quienes tenían la ilusión de que uso la cabeza para algo más que para peinarme). Ultimamente, mis esporádicas incursiones en el pensar están dedicadas a la situación política. No es otra cosa que preocupación e incertidumbre. Y ambas me resultan difíciles de tolerar.
Hace rato vengo viendo cómo la cuerda política e institucional de la Argentina se tensa. Y, claro, me preocupa por eso de que el hilo siempre se corta por lo más delgado. Aunque podríamos prescindir del "por lo más delgado" porque ya es un problema, y bien grave, que el hilo se corte.
He escrito tratando de llamar la atención sobre el agotamiento del modelo confrontativo, sobre la necesidad de gestos de grandeza, sobre la parte de razón que asiste a unos y a otros. Hasta que me cansé de intentar hipotéticas conciliaciones y, entonces, escribí que estaba harta.
Pero el hartazgo no sólo no elimina mis preocupaciones sino que las aviva. Y mis preocupaciones suelen venir en formato interrogativo:
¿Qué posición habrían tomado los actores del conflicto que se desencadenó hace un año por la Resolución 125 si hubiesen podido prever sus derivaciones y consecuencias?
¿Dónde estábamos un año atrás y dónde estamos ahora?
¿Dónde estaremos a la hora de votar, sea cual fuere la decisión sobre la fecha de las elecciones?
¿Hasta donde se puede seguir ejercitando la provocación?
Y lo peor, en última instancia, no son las preguntas sino la horrible sensación de que, como ciudadana, soy testigo de una batalla en la cual ninguno de los múltiples contendientes –gobierno, oposición, entidades agropecuarias– recuerda que existo y que, tarde o temprano, tendré la obligación de ir a votar.
Algo sí me queda claro: cualquiera sea el ganador de esta competencia de pulseadas, nada se habrá hecho a mi favor –aunque se pretenda hacerlo en mi nombre– y, por supuesto, no habrá nada que festejar.
Hace rato vengo viendo cómo la cuerda política e institucional de la Argentina se tensa. Y, claro, me preocupa por eso de que el hilo siempre se corta por lo más delgado. Aunque podríamos prescindir del "por lo más delgado" porque ya es un problema, y bien grave, que el hilo se corte.
He escrito tratando de llamar la atención sobre el agotamiento del modelo confrontativo, sobre la necesidad de gestos de grandeza, sobre la parte de razón que asiste a unos y a otros. Hasta que me cansé de intentar hipotéticas conciliaciones y, entonces, escribí que estaba harta.
Pero el hartazgo no sólo no elimina mis preocupaciones sino que las aviva. Y mis preocupaciones suelen venir en formato interrogativo:
¿Qué posición habrían tomado los actores del conflicto que se desencadenó hace un año por la Resolución 125 si hubiesen podido prever sus derivaciones y consecuencias?
¿Dónde estábamos un año atrás y dónde estamos ahora?
¿Dónde estaremos a la hora de votar, sea cual fuere la decisión sobre la fecha de las elecciones?
¿Hasta donde se puede seguir ejercitando la provocación?
Y lo peor, en última instancia, no son las preguntas sino la horrible sensación de que, como ciudadana, soy testigo de una batalla en la cual ninguno de los múltiples contendientes –gobierno, oposición, entidades agropecuarias– recuerda que existo y que, tarde o temprano, tendré la obligación de ir a votar.
Algo sí me queda claro: cualquiera sea el ganador de esta competencia de pulseadas, nada se habrá hecho a mi favor –aunque se pretenda hacerlo en mi nombre– y, por supuesto, no habrá nada que festejar.
1 comentario:
coincido con tigo en algunas cosas pero cuando jugas una pulseada si bien es una competencia de quien tine mas furza ninguno de los dos quiere probar nada, iteresante articolo saludos
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