3/11/2009

Oposición responsable

En los últimos días, debido a algunos hechos de inseguridad, lamentables por cierto, que tocaron al ambiente artístico, varias voces faranduleras se alzaron para pedir mano dura y reinstalaron un debate que, desde mi punto de vista, no tiene sentido alguno: el debate sobre la pena de muerte.

Yo creo que las figuras populares tienen, además del amor incondicional del público, una enorme responsabilidad: son formadoras de opinión; y un enorme poder: el de movilizar a la gente.

Marcelo Tinelli, Sandro, Cacho Castaña y Susana Giménez (tal vez la que actuó de manera más impulsiva y bajo el efecto del shock –no kidding– por el asesinato de su florista), entre otros, hicieron declaraciones a mi juicio irresponsables. Quiero creer que no midieron los efectos de sus palabras sobre la opinión pública. Quiero creer.

Estamos viviendo momentos inciertos. La situación general –nacional e internacional– es muy delicada. Tanto como para ser todavía más mesurados que en tiempos, llamémosle, normales. Todavía no sabemos cuánto nos afectará la crisis global. Aún se trata de llevar a buen puerto el conflicto con las entidades agropecuarias. Este es, además, un año electoral. La actual administración ha perdido apoyo y aliados; ya no puede ocultar la fractura que la debilita y la cierra sobre sí misma. Las situaciones confrontativas de las que hasta hace poco el oficialismo salía airoso son ahora una suerte de pelea callejera en la que, como dicen en el barrio, le "llenan la cara de dedos".

En este contexto se produjeron las declaraciones de los artistas –algunos de ellos también poderosos empresarios y, hasta hace un tiempo, afines al poder.

No son un secreto las profundas disidencias que tengo con el actual gobierno. Si bien nunca las ventilé alegremente haciendo de ellas una bandera, tampoco las he ocultado. No acuerdo en un número significativo de puntos y si me lo preguntan lo digo sin miedo: soy oposición. Pero no soy golpista y no acuerdo con el golpismo. Me siento muy lejos de ahí porque, en primer lugar, un gobierno debilitado –por sus propios malos pasos y/o por cierta maliciosa y malintencionada oposición– no es negocio para nadie. No me parece justo pegarle al caído o al débil. No sólo no me parece justo, me parece peligroso. Nuestra democracia, joven y lábil, merecería más cuidado.

No planteo sostener un gobierno. Planteo sostener un sistema.

Los que con sus proclamas levantan polvareda y socavan la ya maltrecha autoridad de nuestros gobernantes, olvidan que seremos nosotros, el conjunto de los ciudadanos, quienes paguemos las consecuencias de una eventual crisis institucional que no permita el cumplimiento del mandato presidencial... Pero, claro, seguramente en ese momento ellos estarán muy lejos del derrumbe, viéndolo por internet, mientras que todos nosotros estaremos acá, tratando de sobrevivir (otra vez) en los escombros.

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