12/12/2010

Horrorosa metáfora

En los últimos días, la tensión entre el Gobierno Nacional y el de la Ciudad de Buenos Aires por el conflicto en Villa Soldati llegó a límites impensados. 
Lejos de tratar de solucionar el problema, ambas administraciones llevaron adelante una política de "limado" enrostrándose mutuamente las responsabilidades, acusándose sin pudor, desapareciendo de la escena en momentos de extrema violencia y dejando a los vecinos y a los ocupantes del parque en un imperdonable estado de abandono que costó al menos tres vidas. 
Nuevamente, la clase política, con su mezquindad y su estrechez de pensamiento, les arrebató a los ciudadanos el rol protagónico. Y fue, entonces, mucho más importante echar culpas y denunciar presuntas maniobras de desgaste que atender a las necesidades de la gente.
Prueba de que ambos gobiernos estaban en igual posición fue que los dos utilizaron los mismos argumentos: "nos quieren desestabilizar (o debilitar o esmerilar)", "que pongan a SU policía (como si la policía fuese propiedad de ocasionales funcionarios)", "no es un tema nuestro (¿para qué son el Estado?)" y otras no menos aberrantes declaraciones.
Por otra parte, la discriminación también se hizo presente a niveles dirigenciales. La "inmigración descontrolada" de Mauricio Macri –que intentó en numerosas oportunidades y sin éxito alguno aclarar con su insoportable tonito barrioparquense (tarde, Mauri... no aclares que oscurece)– no fue menos grave que el "¿quién no conoce a un albañil paraguayo?" o el "tengo dos chilenos que cuidan mi casa" de Cristina Fernández de Kirchner. Poco felices ambos pero, también ambos, dando muestras de que "todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros".
Finalmente, las cámaras –no los relatos periodísticos, sino las imágenes crudas– le proporcionaron a la ciudadanía un baño de realidad. Esas personas que decidieron plantar sus improvisadas carpas en un predio público sin servicios –ni luz ni gas ni agua ni cloacas–, ¿lo hicieron abandandonando un lugar mejor? No, claro que no. En el mejor de los casos, era igual y, por lo tanto, no tenía ni agua ni luz ni gas ni cloacas. La única diferencia es que las cámaras no suelen mostrar el infierno cotidiano en el que viven miles de seres humanos. 
Ayer, luego de otra tensa reunión con el Gobierno de la Ciudad, el Gobierno Nacional envió a la Gendarmería y a la Prefectura a cercar el predio. En este momento, los que están adentro no pueden salir y los que están afuera no pueden entrar. Una suerte de corral lleno de hombres, mujeres y niños (muchos niños). La visión de esa escena es penosa. Señala uno de nuestros más grandes fracasos: la movilidad social es cosa del pasado, la brecha entre los que tienen y los que no tienen se ha hecho insalvable. El cordón de uniformados es una horrorosa metáfora de nuestra realidad. 

11/20/2010

Cambra CC

Requiere mucho tiempo que pasamos entre charlas, mates y una dosis de incertidumbre por lo que puede sucederle a nuestras piezas dentro del horno gracias al misterio insondable de la vitrificación del esmalte. 
Siempre con las manos metidas en alguna sustancia cuyo aspecto es, por lo menos, desagradable. 
Siempre con humor y entusiasmo. 
Siempre con nuevas ideas.
De estar con nosotras, nuestra abuela Angelina hubiese dicho: ¡Tanto que hacer y tan poco tiempo!

11/13/2010

En este preciso instante

Justo ahora, en el Museo Evita, Ana Nisenson está leyendo "El encuentro". 
Aquí, un fragmento.

[...]
–Mirá, Evita, la Merello, como vos decís, se pasó la vida… me pasé buena parte de la vida en el escenario de un teatro, no importa cuál, siempre era un teatro. Vos, m’hija, te subiste al escenario de la historia. ¿Y todavía me preguntás si es distinto?, dice mientras se le escapa una sonrisa cómplice.
–Pero vos también te pasaste la vida tratando de hacer feliz a la gente. ¡Qué importa si era en el Maipo o en la Fundación!… ¿Y qué dice de mí la historia?
–Ja, ja, ja… se dice de mí… ¿Qué dice de vos? Dejame que te cuente un cuento: había una vez, una mujer muy joven y muy bonita que llegó desde muy lejos, era un lejos que no tenía tanto que ver con la distancia, era el lejos de la diferencia. Cuando uno está tan alejado de sus raíces, a veces camina, pero otras veces rueda. Y a esa mujer tan joven y tan bonita, le tocó andar a los tumbos un rato. Además, aunque no lo sabía, venía a cumplir con una misión. Conoció el amor que un hombre puede despertar en una mujer y la pasión que, como un alud, el pueblo vuelca sobre sus líderes. Y cuando la vida se le armaba en torno a su misión, la salud la abandonó y ella no quiso verlo. O no pudo. En vez de cuidarse, se entregó con más fuerza a su tarea, con una fuerza casi rabiosa. Tuvo días difíciles. Muchos. Casi todos. Atravesaba cada jornada con la energía de quien sabe que tras los numerosos traspiés que afronta, pequeñas y grandes frustraciones, se encuentran dos recompensas inigualables: la sonrisa del pueblo y el abrazo de su hombre. Y para ella, esas dos recompensas eran una sola, eran la misma. Mientras tanto, la enfermedad siguió tomando su cuerpo pequeño, colonizándola en silencio, recortándole el almanaque. Hasta que un día le habló a su pueblo. Y, aunque lo que decía era trascendente, no importaron tanto sus palabras como el tono de su voz. Esa voz que se había rasgado para siempre estaba diciendo adiós sin decirlo. Se preparó para la partida. Sabía que la esperaba una nueva mudanza aunque creía que no había podido completar su misión. Advirtió, con pena infinita, que nadie continuaría con su obra. Pero poco o nada podía hacer… y se encerró para morir. ¿Y después? Después, qué importa del después, toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado… Había una vez una mujer muy joven y muy bonita que salió de su casa en busca del futuro… y encontró la eternidad. Eso es, Eva, lo que dice la historia de vos: que estás en la historia. Aunque a algunos no les guste. Igual, como siempre, no son muchos. Pero aunque a esos pocos no les guste, vos estás. Y para muchos seguís siendo la abanderada de los humildes. La que les dio a sus padres la primera casa, la que les regaló la pelota de fútbol o la muñeca, la que pensaba en ellos.
–¡Gracias, Tita!
–Pero no, mujer, no me tenés que dar las gracias.
–Sí, porque acabás de recordarme, en dos minutos, lo que suelo olvidar. A veces me atormento pensando que ya nadie se acuerda de mí. Otras, creo que no merecía tener tanto amor. ¡Yo no era nadie! ¿Entendés? Nadie. Y, a mis espaldas, todos hablaban. De mis gritos, de mi mal humor, de mi soberbia… ¿No pudieron darse cuenta de que todo eso no era otra cosa que miedo? Yo tenía miedo, Tita. Un miedo enorme que a veces se transformaba en un animal salvaje. Y lo que creían que era furia, en realidad, era terror. No pertenecía al ambiente artístico y nunca se ahorraron hacérmelo saber. No pertenecía a la política y, te juro, tampoco se lo callaban. No tenía un apellido que me permitiese entrar a un lugar y contar con algún respeto...
[...]

10/29/2010

La historia que nadie me puede contar

Mi adolescencia tuvo dos grandes quiebres: la muerte de Perón y el Proceso. 
Como correspondía a la posición ideológica de mis padres, yo iba a una escuela pública, la escuela del Estado, como se le decía sin vergüenza ni pudor en esos tiempos. Fue una decisión compleja en una localidad del Gran Buenos Aires donde se multiplicaban los colegios bilingües, las chicas no usaban guardapolvos blancos sino jumpers y por las calles era común escuchar hablar en inglés.
Los primeros años de escolaridad secundaria estuvieron signados por una libertad que, si bien no comprendía y mucho menos valoraba como tal, indudablemente disfrutaba porque significaba un permanente desafío al pensamiento. ¿Ejemplos? Muchos. Para mí, la historia argentina no salía de un libro, ordenada y ubicua, sino de una compilación de documentos de los que había que extraer conclusiones. Lejos de "aprendernos el cuento" de batallas ganadas y perdidas, teníamos que leer las cartas e informes que habían intercambiado los protagonistas y, a partir de eso,  diseñar nuestro recorrido, dibujar nuestro propio mapa. Por supuesto, era mucho más difícil que la edulcorada narrativa de José C. Ibáñez, pero también era más divertido.
La muerte de Perón trajo para mí la tristeza profunda de un mal presagio, esa angustia que uno siente y que no sabe cómo explicar. Fue como un mazazo. Y la libertad se hizo cántico salvaje, sobresalto permanente, un miedo que podía respirarse. 
En ese clima enrarecido, la escuela se pobló con algunos nuevos alumnos que para ser los "nuevos" eran bastante viejos. Rondaban los veinticinco. Cuando venían a clase, desafiaban a los profesores con preguntas agresivas que invariablemente incluían las palabras "burguesía" y "oligarquía". Buscaban entre nosotros, lo supe después, a los cuadros que debían incorporar a la militancia. Estaban ahí para detectar quiénes seríamos más aptos para, con los huesos de Aramburu, construir la escalera por la que una Evita de camisa blanca, pelo suelto y montonera bajaría del cielo y encabezaría la lucha armada por la justicia social.
Los días pasaban. Casi imperceptiblemente pero sin pausa, las calles se poblaban de militares. A veces era el ejército. Otras, la policía aeronáutica. El amable señor de la otra cuadra, un militar serio y adusto que había sido director del Colegio Militar de la Nación, que vivía con su esposa de ascendencia inglesa y una parva de hijos, empezó a tener una fuerte custodia. 
Un mediodía, volvía caminando de la escuela. El trayecto habitual de siete cuadras. Cuando me acercaba a mi casa advertí que la manzana estaba rodeada. Un soldado apenas más grande que yo, me dijo que no podía pasar. 
–Pero voy a mi casa, le contesté con más enojo que miedo.
–No podés pasar, repitió mecánicamente.
–Puedo probar que esa es mi casa, insistí. Tengo documentos.
–No importa. 
–Quiero ir a mi casa. 
–¿Conocés a la gente del barrio? Metete en cualquier casa vecina y quedate ahí. Es peligroso que estés en la calle. 
Como aún no había logrado convencerme de que no iba a poder entrar en mi casa, me quedé parada junto a él, con cara de enojada, encaprichada. Entonces, me miró y, casi como una súplica, susurró:
–Andate. Acá puede haber tiros.
Ese fue el primero de muchos procedimientos. Algunos tenían lugar en plena madrugada. Mi cama estaba junto a una ventana. Recuerdo haberme despertado en medio de la noche, para encontrarme con  un par de ojos con casco que respiraban agitados del otro lado del mosquitero; o sobresaltada por los pasos que retumbaban en las tejas. Recuerdo a toda mi familia, reunida en medio del living. Mi hermana de ocho años adormilada en camisón, mi hermano de seis en brazos de mi mamá. Mientras, una veintena de uniformes azules revisaba prolija y ruidosamente hasta los altillos. ¿Armas? Muchas, largas, amenazantes. ¿Qué buscaban? Jamás lo dijeron pero había una conexión directa entre mi apellido y el de un controvertido banquero.
En marzo de 1976 el comienzo de clases fue postergado. El día en que por fin empecé el último año del bachillerato, el país no era el mismo. La escuela tampoco. Más de la mitad de los profesores, los más queridos por los alumnos, habían sido relevados de sus puestos. Quedaban, apenas, aquellos que tenían una trayectoria como docentes del Liceo Militar cercano. Las aulas volvieron a poblarse de alumnos nuevos, también bastante más grandes que nosotros, que se sentaban en silencio en los bancos. Se distinguían por el pelo corto y la corbata bien anudada. Y porque escuchaban con atención todas nuestras conversaciones. Jamás alzaron su voz para decir "burguesía" u "oligarquía". Yo tampoco, tal vez por instinto de supervivencia. La compilación de documentos históricos y el libro de psicología de Bleger pasaron a ser textos prohibidos. 
Como abanderada, cada día me tocaba entrar en la Dirección. Supervisada por el nuevo director, tomaba la bandera hecha un bollo y me dirigía al mástil para izarla. Dolía. Todas las mañanas me dolía la bandera.
El presente era horrible y el futuro se desdibujaba. La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que había sido mi elección muchos años atrás, cuando empecé a escribir, estaba cerrada. Mis libros favoritos no podían ser siquiera nombrados en voz alta. Me sumergí durante meses en la desazón infinita de la palabra de Pizarnik, otra innombrable. 
En los primeros meses de 1977, un grupo comando se llevó al papá de G. En días menos siniestros, G. y sus hermanas habían sido asiduas invitadas a la pileta de la casa de aquel general que dirigía el Colegio Militar de la Nación. H.P., el padre de G. nunca apareció. Y hubo más silencio y más vacío. Y más tristeza.
Me puse de novia. Muy seriamente de novia. Ese noviazgo me sustrajo de todos los peligros. Honestamente, creo que me salvó la vida en más de un sentido. 
Hay una historia que nadie puede contarme porque la llevo no sólo en la memoria. También está en mi sangre y en mis huesos, clavada en mis ojos, inscripta en mi cuerpo como un miedo básico y ancestral.

10/27/2010

Esta película ya la vi

Murió el ex presidente Néstor Kirchner.
En un instante, el escenario político argentino cambió de manera sustancial.
Otra vez un hombre poderoso y, como tal, con complejo de inmortalidad, deja a una mujer sola en la primera magistratura de la Nación.
Otra vez, una cantidad de casi inconciliables fuerzas alimentadas para cohesionar el poder quedan al arbitrio de sus propias ambiciones e ilusiones.
Otra vez, hay profundas divisiones internas.
Otra vez, la ciudadanía se enfrenta a la incertidumbre.
Esta película ya la vi. Era prácticamente igual. Y no terminaba bien. 
La esperanza está en las diferencias. 
Ojalá, al final, sean muchas.

10/08/2010

Convivencia

Tal vez la tarea más ardua que los seres humanos debemos enfrentar es el aprendizaje para lograr una buena convivencia con nosotros mismos.
Muchas veces, postergamos esta tarea porque privilegiamos la convivencia con los demás: parejas, amigos, hijos, padres, sin entender que es a partir del profundo conocimiento de sí que una persona puede llevar adelante los vínculos con quienes la rodean.
La convivencia consigo mismo requiere, en principio, de honestidad. Ver nuestro propio rostro en el espejo y no desviar la mirada cuando se evidencian algunos de nuestros perfiles oscuros es una tarea que no siempre es fácil llevar hasta sus últimas consecuencias. Es que, sin maquillaje, no somos ni tan bellos ni tan buenos ni tan vulnerables ni tan inofensivos. 
Luego, hay que conseguir, de donde sea, paciencia. Descubrirnos tal cual somos nos recuerda cuántas veces nos hemos mostrado intolerantes cuando esos mismos rasgos que hoy reconocemos en nosotros mismos se manifestaban en los demás. ¡Qué fácil era recriminar el egoísmo, la rigidez, la envidia, los celos, la codicia o la intemperancia ajenos! Y qué complejo es lidiar con los propios.
Por último –aunque éste sólo es el principio de un largo camino– hay que recurrir a una de las más escasas virtudes: la humildad. La humildad es un sendero salvaje que hay que empedrar palmo a palmo. Sabernos débiles no es lo mismo que aceptar que lo somos. Saber nos deja solos con nuestra fragilidad. Aceptar nos permite ver las manos que se extienden para brindar ayuda. Una ayuda que podemos recibir únicamente si hemos aprendido a convivir con nosotros mismos. 

Este texto es parte de la iniciativa CONVIVENCIA, que, a su vez, es una iniciativa de Angel Cabrera y Senovilla.

8/28/2010

Trinity, Mr. Smith, Pinky y Cerebro

Estoy un tanto cansada de que el gobierno piense que quienes no adherimos a sus políticas somos subnormales cuyo escaso cerebro ha sido abducido gracias al trabajo funesto, persistente y sistemático de algunos medios de comunicación. 
Estoy cansada, también, de que quienes trabajan para nosotros, los ciudadanos, consideren que ellos son los dueños de un saber incuestionable acerca de qué es lo bueno y qué es lo malo, qué servicios nos convienen y cuáles deben sernos vedados porque responden a un siniestro plan de control. 
Estoy harta de que el escenario político argentino parezca una película clase B de la época de la guerra fría, plagada de conspiraciones, terribles planes de manipulación y desestabilización, y oscuras intenciones satisfechas frente a nuestros ojos ciegos y nuestra voluntad vulnerada por el lavado de cerebro; todas acciones dirigidas por fuerzas ocultas y destructivas.
Estoy hasta la coronilla de la guerra sin cuartel entre una Trinity berreta, una de las pocas elegidas que tiene acceso a la visión de la Matrix, y un Mr. Smith no menos desteñido cuyo inconmensurable poder está al servicio del sojuzgamiento de una mayoría de estúpida mansedumbre.
A veces imagino un diálogo imposible (?) que tiene lugar, cada noche, en el dormitorio principal de una mansión del conurbano bonaerense:
–Dime Cerebro, ¿qué vamos a hacer esta noche? 
–¡Tratar de conquistar el mundo!
Y Pinky y Cerebro ya ni siquiera me causan gracia.

8/20/2010

Todos mienten

Todos.
Hablan de justicia cuando, en realidad, lo que quieren es revancha.
Hablan de libertad cuando, de hecho, se expresan con autoritarismo.
Hablan de los ciudadanos cuando lo único que les importa es satisfacer sus propias apetencias de poder.
Todos mienten.
Todos, sin excepción.

7/19/2010

Sin lágrimas

Ella fue viendo el trabajo despiadado que la muerte hacía en él. De minuto en minuto, pasaba de la vejez jovial y animada, a la ancianidad; de la ancianidad a la senectud, y de la senectud al más desolador deterioro. 
Día a día se le desdibujaban los rasgos familiares. Todo gesto o mueca a partir del cual hubiese sido posible identificarlo, asociarlo a su aspecto habitual, había desaparecido dejando lugar a un rictus de espanto. Y se fue cerrando sobre sí mismo, sumergido en sus propios pensamientos poblados de muerte. La comunicación con él se hizo difícil, apenas el silencio anudado por unas pocas palabras y casi todas eran de enojo.
Ella supo que él se quejaba amargamente porque sabía que sólo la vejez y la enfermedad podían doblegarlo a él, al inmortal, al eterno, al perpetuo. Y que lo estaban venciendo, ambas, con un laborioso trabajo sobre sus órganos, con una insidiosa tarea realizada sin estruendo en cada rincón de su cuerpo.
En los cuartos de hospital la rutina es demasiado previsible y los pronósticos se hacen inocultables. Y él se dio cuenta de que empeoraba, más por los rostros de preocupación de médicos, enfermeras y familiares que por los gritos y las renuncias de su propio cuerpo.
Ella advirtió que él se estaba retirando de a poco. De a poco desprendiéndose de todo aquello que era él. De a poco yéndose de sí mismo. De a poco abandonando ese barco que lo había transportado por el placer y por el dolor durante décadas y que ahora no le servía para otra cosa que para sentir lo que se negaba a sentir: la muerte. 
Ella esperó que él le hablara de esa muerte inminente, que pudiesen despedirse con honestidad y coraje. Lo esperó aun sabiendo que eso jamás ocurriría porque una cosa era ser vencido y otra muy diferente, aceptar la derrota. Entonces charlotearon de las grandiosas insignificancias que transforman lo cotidiano en vida: la cena de anoche, los hijos, la mermelada de naranjas, el trabajo que cuesta pero sale. Mientras tanto, en su cabeza, ella llevaba adelante la otra conversación, la que decía "yo sé que vos sabés que te estás muriendo y vos sabés que yo lo sé y cuando pase va a pasar, no tengas miedo, vamos a estar todos acá acompañándote". Se lo decía con la mente pero su boca hablaba del tercer gol de Alemania contra la Argentina.
Un día el sol empezó a ser una molestia y el aire una necesidad. La habitación de hospital se llenó de penumbra atravesada por el frío punzante del invierno. Un páramo aséptico de cortinas agitadas. De vez en cuando, un grito de rebeldía destemplada –"¡Vamos ya!"– rompía el letargo químico. Apenas unas pocas sacudidas involuntarias del cuerpo. Estertores y silencio. La respiración acompasada que parecía perder el compás pero sólo para entrar en otro ritmo, más cansino, más apagado, más cercano a la capitulación.
Ella deseó que todo terminara de una vez. Lo deseó con la furia de quien ya está al límite de sus fuerzas, con la mezquindad de quien sabe que, muerte o no, el lunes habrá que levantarse a cumplir con los compromisos asumidos, con la desesperación de quien durante semanas ha llorado sin lágrimas, con el egoísmo de quien reclama levantar la suspensión que esa muerte lenta le ha impuesto a su vida.
Entonces, como si la hubiese escuchado, él la entregó a la orfandad. 

7/06/2010

El uso precede a la norma

La Real Academia Española es el órgano que, a partir de un análisis de los usos de la lengua, incorpora oficialmente las palabras al corpus del idioma español. Es decir, registra la conducta de la masa hablante y la sistematiza por la vía de una normativa. Su único poder reside en "inventariar" el patrimonio de todos y que todos contribuimos a enriquecer. 
Tengo la sensación de que algo parecido ocurre –y si no ocurre, debería ocurrir– con la legislación.
Mucho se ha hablado en estos días sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.
En el pasado, las permanentes y repetidas uniones entre dos personas, que entonces se acostumbraba fueran de distinto sexo, dieron origen a la sistematización de ese acto en una norma. Así nació el concepto de "matrimonio". 
Tiempo después, algunas de esas uniones se disolvían y como no había manera de romper el contrato matrimonial, el sistema jurídico tuvo que incorporar la figura del divorcio, el mecanismo por el cual se da por terminado dicho contrato.
Resulta que en la actualidad se ha instituido un uso, que no es nuevo pero que ahora es más visible: la unión de personas del mismo sexo. Con lo cual, una vez más, nos vemos frente a la necesidad de escribir la ley que corresponda a ese acto repetido.
Es así de simple: un nuevo uso que se ha generalizado reclama una nueva norma. Dictarla es proteger a los ciudadanos, reconocer el concepto de igualdad ante la ley, honrar las libertades individuales y garantizar que nuevos usos traerán nuevas normas que abarcarán no un sesgo, no una porción, sino el espectro completo de la realidad.
Los mismos sectores que se resistían al divorcio, por considerar que sería la muerte del matrimonio o porque defendían la idea de que la unión debía ser "hasta que la muerte nos separe", son los que hoy se resisten a que este uso generalizado esté contemplado en una norma. 
Más tarde o más temprano perderán la batalla. Porque, al igual que sucede con las palabras, cuando un uso se generaliza, no hay academia, cámara ni institución que tenga el poder y la fuerza para arrancarlo de la sociedad.
Yo estoy de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y, aunque sería tema de otra reflexión, quiero aclarar que también estoy de acuerdo en que la ley incluya la posibilidad de adopción.
Por cierto, la Real Academia Española –cuyo escudo reza "Limpia, fija y da esplendor"– no sólo ha debido incluir en su sacrosanto diccionario la palabra "gay", también ha enmendado el artículo ampliando la definición.

7/01/2010

Antes

Antes del final el aire se pone denso y todo huele diferente.
Antes del final los relojes dejan de tener sentido. Las horas se estiran, los días dejan de suceder a las noches y la realidad es un continuum sin luz ni oscuridad. Sólo penumbras. Sólo sombras.
Antes del final el viento se calma, los ruidos se ahogan. Se abren huecos extraños en las tormentas. La lluvia cesa.
Antes del final hay un instante, un filo, una línea, un punto, un paso. El final es un umbral de niebla.
Y suspiro por última vez con un suspiro que viene de cualquier otro lugar que no soy yo y me busca y no me encuentra. Porque ya no hay lugar. Porque ya no estoy.

5/25/2010

Reflexiones del Bicentenario

Ayer publiqué en Historias con canciones –sí, abrí otro blog– esta entrada en la cual hablo de mi orgullo por la educación que recibí. Y me quedé pensando.
Buena parte de mi generación –y me incluyo– eligió para sus hijos educación privada en la convicción de que la educación pública "cada vez está peor". Buscábamos una formación más jerarquizada, seguridad en tiempos difíciles, idiomas, jornadas extendidas...
Como me gusta pensar las cosas desde otras perspectivas que las obvias –la escuela pública cada vez está peor– ensayé esta reflexión: nosotros abandonamos a la escuela pública. Renunciamos a ese espacio de igualdad y gratuidad. Cambiamos democráticos guardapolvos blancos por carísimos uniformes como si cuanto más costosa fuese la vestimenta más excelencia tuviese la educación. Olvidamos las canciones patrias y las escarapelas, y hasta permitimos que el estudio del español –esa lengua rica y maravillosa que nos une– y de la historia argentina –compleja y apasionante– pasaran a segundo plano. 
Pero fuimos mucho más allá –acá no me incluyo– e inculcamos a nuestros hijos que había que irse, que "este país (dicho en tono peyorativo) no tiene arreglo" y que lo mejor que les puede pasar es hablar bien inglés para poder ser prósperos en otro lado.
"Este país que no tiene arreglo", la Argentina, es el país de mi corazón. El que me alegra y también el que me duele. El que a veces no entiendo pero siempre siento mío. Y al que le agradezco que, sin pedir nada a cambio, me haya dado toda la educación que tengo.
¡Feliz día de la Patria!

5/21/2010

Todos contentos

El forzó las cosas para que ella no fuese. Ella encontró el motivo para no ir.
Y todos quedaron contentos.
Habrá que esperar al menos 100 años más para repetir un papelón de este calibre.

4/29/2010

Mañana, en la Feria del Libro

Mañana, viernes 30 de abril a las 19hs. en el stand de la Revista Ñ, moderaré la mesa Blogs y literatura.

Los invitados son:

Miguel Wiñazki, Secretario de Redacción de Clarín y autor de la blogonovela Niebla del Riachuelo
Alfredo Jaramillo, Licenciado en Comunicación social, blogger y profesor de la Universidad de Quilmes
Margarita García, escritora
Nicolás Zamorano, autor de la blogonovela Yo, adolescente

Gracias a Vanina Berghella por la invitación.


4/25/2010

Agradecimientos

A mis hijos, familiares y amigos, que "me hicieron el aguante".
A Paula Carri y Laura Brizuela, que cubrieron de manera excelente todo lo sucedido el viernes. Los videos que tomó Paula en la sala Borges recorrieron la web y fueron reproducidos por los canales de televisión que no habían enviado corresponsales. Su nota en Página/12 fue la primera en dar cuenta del escándalo. Laura es la autora de la nota publicada en Infobae.

A Omar Genovese, que –con su habitual apasionamiento– difundió lo sucedido (incluyendo la sustracción de mi billetera y la bizarra escena del stand de Planeta).
A todos los medios que reprodujeron la noticia, especialmente a los que tuvieron la gentileza de contactarme.
Y, por supuesto, a Hilda, ya que por ella estuve ahí compartiendo la presentación del libro y como testigo privilegiada de los incidentes.

Mi verdad: historia de una presentación trunca

El viernes pasado, mientras se desarrollaba la presentación del libro de la doctora Hilda Molina en la Feria del Libro, un grupo de manifestantes procastristas interrumpió el acto con gritos, insultos, provocaciones y agresiones de diverso calibre.
Yo estaba allí en calidad de panelista de modo que, desde el escenario de la sala Jorge Luis Borges, podía ver los extraños movimientos de algunos concurrentes y, avisada de la presencia de personas pertenecientes a la Embajada de Cuba en la Argentina, percibía la inminencia de lo que después sobrevino.
En algunos de nuestros encuentros durante la etapa de edición del libro, la doctora y yo habíamos conversado acerca de la posibilidad de que, llegado el momento de un encuentro público, tuviésemos que enfrentarnos a una manifestación organizada de repudio.
Curiosamente, quienes se expresaron de manera más violenta no eran cubanos sino argentinos. Intolerantes, nada dispuestos a un diálogo al que Hilda sí estaba abierta, haciendo gala de proverbial ignorancia y dirigidos por quién sabe qué intereses, estos hombres y mujeres tenían un solo objetivo: acallar la voz de alguien que, conociendo y habiendo vivido, estudiado y trabajado bajo el gobierno de Fidel Castro, se atreve a publicar sus vivencias que, por cierto, no coinciden con la imagen que de sí mismo difunde dicho gobierno. Del otro lado, los detractores del régimen desplegaron carteles con imágenes de presos políticos.
La doctora Molina, fiel a su determinación y convencida de que abandonar el escenario era otorgarle el triunfo a la turba, no quería suspender la presentación. Se mantuvo en esa posición hasta que el personal de seguridad de la Feria y de la policía metropolitana llenó la sala y, viendo que la violencia no cedía, aconsejó a los responsables de la editorial que dieran por terminado el encuentro.
Minutos después, rodeada de efectivos policiales, Hilda fue retirada del lugar por una puerta lateral y conducida hasta el estacionamiento.
En medio de la confusión, descubrí que me habían robado la billetera y, con ella, toda mi documentación personal, lo que quedará para la anécdota y recordaré durante los numerosos trámites que deberé efectuar en las próximas semanas.
Los manifestantes se dirigieron con sus cánticos y gritos ofensivos hacia el stand del Grupo Editorial Planeta. Allí tuvo lugar una escena extraña: mientras Ari Paluch firmaba ejemplares de su segundo "combustible espiritual" –como su nombre lo anuncia, un libro que refiere a la capacidad de incrementar nuestros aspectos más positivos– frente a una fila de varias decenas de personas, los militantes procastristas repetían sus consignas ofensivas. Minutos después, se retiraron caminando por los pabellones de la exposición. Nadie se les acercó, no fueron reprimidos ni invitados a retirarse y en todo momento se movieron con total libertad.
Para mí, la noche terminó haciendo la denuncia policial en la Comisaría 23ª.
Ayer durante todo el día atendí requisitorias periodísticas.
Más allá de mi posición personal –que no tengo inconveniente en compartir y explicitar públicamente y que se sintetiza en tres sencillas frases: Fidel Castro me parece un hombre de un enorme carisma e inteligencia; si en Cuba se vive un clima de justicia y el pueblo goza de los beneficios de un sistema igualitario, debería poder salir libremente porque no existe ningún riesgo de que no quiera regresar; y, por último, el bloqueo a la isla me parece una crueldad innecesaria, un sinsentido (aunque, si avanzo un poco en mi pensamiento, debo decir que no estoy segura de cuál sería el destino y la razón de ser del régimen si mañana mismo se levantara el bloqueo)– sentí que mis respuestas debían ceñirse a mi trabajo, al recorrido compartido con la doctora Hilda Molina y al profundo respeto que siento no sólo por ella y su familia sino también por todo el pueblo cubano.
Sentí, también, que cualquier expresión que virtiese sobre la situación política y social de Cuba significaría avanzar sobre un terreno que no es de mi incumbencia. No puedo amar ni odiar, defender ni atacar aquello que no conozco.
Sí puedo, en cambio, decir que Mi verdad cuenta la historia de una mujer que, por su compromiso y por su sentido del deber, accedió al contacto con los principales dirigentes de un gobierno que ya lleva más de cincuenta años en el poder.
Es su experiencia lo que dictó cada una de sus palabras. Esas palabras transmiten su mirada, no la de la disidencia. Esas palabras revelan sus contradicciones, no las del régimen.

4/20/2010

"Mi verdad" en la Feria del Libro

El próximo viernes 23 de abril, en el marco de la Feria del Libro, se presentará Mi verdad, el libro de la doctora Hilda Molina.
Por un especial pedido de ella, seré parte del panel.
Será un placer.
Están todos invitados.

Feria del Libro – Sala Jorge Luis Borges
23 de abril a las 20.30

4/11/2010

Hilda e Hilda

Suelo decir que mi trabajo, además de apasionarme, me da la oportunidad de construir vínculos estrechos con personas a las que, de otro modo, no habría podido llegar a conocer.
En los últimos seis meses tuve el honor trabajar en la edición de Mi verdad. De la Revolución Cubana al desencanto: la historia de una luchadora, el libro en el cual la doctora Hilda Molina cuenta su vida.
Más allá de la historia en sí, atravesada casi en su totalidad por las alternativas del régimen castrista, antes que a la doctora, a la diputada, a la mimada de Fidel Castro, a la científica reconocida internacionalmente o a la directora del afamado Centro de Restauración Neurológica de La Habana, tuve la oportunidad de acercarme a una mujer.
Mientras Hilda construía este recorrido por más de sesenta años en los que enfrentó, antes que nada, sus propias contradicciones, y yo me dedicaba a editar el texto respetando la singular expresión del español de Cuba, varias veces nos encontramos conversando de temas que poco tenían que ver con la labor que compartíamos. Y siempre lo hacíamos frente a la mirada vivaz de la otra Hilda, la madre de la doctora, la señora Hilda Monejón
Ambas me brindaron, durante este tiempo, su afecto y su confianza; su calidez y su ternura.
A medida que avanzábamos en el trabajo y yo iba conociendo los detalles de sus vidas, pude corroborar que la descripción de Hilda Molina sobre sí misma y sobre su madre es completamente ajustada a la realidad.
La doctora es una mujer brillante, con la mente aguda y rigurosa de una científica. Carga con un sinnúmero de penas, tribulaciones y autocuestionamientos que suele expresar de manera descarnada, como si tuviese la secreta necesidad de llegar al fondo para revisar cada bifurcación del camino y comprender cabalmente cada una de sus elecciones. A veces es muy dura consigo misma porque, lejos de considerar que "uno hace lo que puede", cree que "uno debe hacer lo mejor, lo excelente, lo más cercano a la perfección". Sin embargo, al conocerla un poco más, es fácil descubrir que Hilda es una mujer profundamente femenina y de delicada sensibilidad. Una sensibilidad que, como cuenta en su libro, cautivó a Fidel Castro.
Hilda Monejón, por su parte, es una mujer de serena firmeza, de un gran sentido del humor y con una inusual capacidad de transformar el sufrimiento en sabiduría. Su mirada de más de noventa años sigue siendo joven y lúcida.
Sus palabras, chispeantes e inteligentes. Su risa, abierta y contagiosa, no ha sido mellada por el dolor.
Estos meses que compartimos fueron de una intensa labor que hoy se ve reflejada en Mi verdad. Lo que no se ve pero nosotras tres sabemos es de cuánto cariño y gratitud son capaces estas dos mujeres.

3/24/2010

Memoria. Y balance

Los argentinos, que solemos llamar "revolución" a un golpe de Estado, "héroes" a los jugadores de la selección nacional de fútbol y "legión" a los de tenis que recorren el circuito internacional, tenemos un "Día de la Memoria".
Para quienes, como yo, el 24 de marzo de 1976 ya tenían posibilidad de inscribir el recuerdo de los sucesos y darles un sentido y un significado, ese día se institucionalizaba una de las etapas más violentas y dolorosas de la vida nacional.
Queda claro que el dolor y la violencia habían comenzado antes.
Queda claro, también, que los crímenes cometidos por el Estado son imperdonables porque, aun ilegítimo, ese Estado contaba con la fuerza de la ley a la que renunció cuando instauró el perverso sistema de desaparición de personas y de apropiación de menores; de injustificable tortura y de formas de asesinato dignas del Tercer Reich.
Queda claro que no hay gobierno legítimo o ilegítimo ni grupo armado que pueda hacer una revolución. Porque las revoluciones las hacen los pueblos. Los pueblos que desean cambios, que están dispuestos a jugarse la vida por esos cambios, que no se acomodan a las circunstancias de la vida, que rechazan cualquier forma de opresión.
Queda claro que la mayoría del pueblo argentino "golpeó –aunque sea con la mente– las puertas de los cuarteles" para que se terminara el gobierno de María Estela Martínez de Perón, a cargo de la Presidencia luego de la muerte de Juan Domingo Perón. Y sí, la situación era horrible, peligrosa, violenta y degradada... Sin embargo, lo que vino después no fue mejor sino muchísimo peor y a "Isabelita" le faltaban nueve meses para finalizar el mandato constitucional pero el "Proceso de Reorganización Nacional" duró años.
Y queda claro, por oposición, que la mayoría del pueblo argentino no apoyó, por más justa y benéfica que fuese, la "revolución" que proponían Montoneros y el ERP.
Yo amo la memoria. Quiero y necesito la memoria, esa maestra impiadosa que nos enseña a hacernos cargo de nuestros errores y a no repetirlos.
Quiero la memoria de esos años y de estos años.
Quiero recordar con orgullo el valor de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo antes de que su capital de credibilidad internacional fuese deglutido por el presente gobierno. Y las quiero recordar ahora, cuando la mayoría de ellas no es más que una triste caricatura de lo que fueron, cada jueves, durante los años de silencio y terror.
Quiero recordar a los desaparecidos que se cuentan por miles pero también a quienes, aunque se cuenten por cientos, murieron porque fueron enviados por un general ebrio y decadente a pelear una guerra absurda que no respondía a otra cosa que a su necesidad de permanecer en el poder.
Quiero recordar los días de miedo y horror en los cuales uno podía morir en el fuego cruzado de un "enfrentamiento" o simplemente desaparecer por pensar diferente. Pero también quiero recordar estos días de miedo y horror en los cuales la vida nos puede ser arrebatada por el precio de un teléfono celular.
Quiero recordar el pánico que me causaba ser despertada por la Policía Aeronáutica en plena madrugada porque otra vez allanaban mi casa sin más motivo aparente que realizar un ejercicio de rutina. Pero también quiero recordar que hay formas más sutiles de atemorizar y someter: agitando fantasmas del pasado, apropiándose de los muertos de todos, demonizando a un sector de la sociedad.
Quiero recordar que el rencor y el resentimiento –los de ayer y de hoy– no nos permiten avanzar. Que la utilización maliciosa de los sucesos que marcaron nuestra historia no produce otro efecto que el de malversar esa historia, degradándola y quitándole toda credibilidad no ya para nosotros, los que fuimos testigos y protagonistas, sino para los jóvenes que necesitan esa historia para consolidar su sentido de pertenencia a esta tierra.
Quiero recordar que así como el "Proceso" quiso robarme un montón de palabras: patria, nacionalismo, ser nacional; también ahora intentan sustraerme otras: campo, burguesía, abundancia, derechos humanos. Y que, antes y ahora por igual, tratan de manejar mi vida con slogans, el recurso más eficaz de cualquier gobierno totalitario.
Quiero recordar que, en algún tiempo muy lejano, vestir un uniforme era un orgullo; recordar la gesta sanmartiniana cantando la "Marcha de San Lorenzo", emocionaba; y asistir a un desfile militar no era pecado ni representaba ser "destituyente".
Quiero recordar con absoluta claridad cada vez que el pueblo argentino salió en masa a la calle: en el 45, cuando el coronel Perón era una promesa de bienestar para la clase trabajadora argentina; y en el 83, cuando Raúl Alfonsín nos regalaba esa conmovedora fiesta de esperanza en la democracia. Todo lo demás fue parcial, fragmentario. Todo lo demás no merece ser llamado "popular".
Quiero recordar. Quiero recordarlo todo. Quiero este intento totalizador. Quiero esta memoria sin sesgo, sin recorte y sin omisión. Esta memoria que no sabe de venganza pero que clama justicia. Esta memoria que a veces es contradictoria porque no es ni de Juan ni de Pedro ni de Manuel. Es de todos.

3/05/2010

Miedo, pena y vergüenza

Una parte destila bronca. La otra celebra con inocultable satisfacción revanchista. No importan los protagonistas ni su signo, tendencia o ideología (palabra vieja si las hay), la escena es la misma y refleja igual autoritarismo, igual olvido de esos intereses comunes en nombre de los cuales todos dicen obrar.
Es tan igual que ellos pelean y nosotros miramos, tan igual que se confunden las camisetas, tan igual que una de las partes debe estar pensando que le dieron el libreto equivocado porque hasta ayer encarnaba la voz del fuerte y hoy le tocan la impotencia y el silencio.
Parece difícil, sin embargo, pensar que los hoy fuertes seguirán siéndolo porque tienen muy poco (o nada) en común y su única fortaleza reside en oponerse a quienes otrora ejercían el poder.
Todos van por todo. Entre desafíos y juramentos, entre amenazas e intimidaciones se lleva a cabo una guerra mediocre y estéril que lo único que intenta satisfacer son intereses personales, narcisismos heridos y devaluados egos hipertróficos.
¿Sentarse a hablar? Ni pensarlo. ¿Acordar? Menos que menos. ¿Diseñar un plan destinado no ya a demostrar quién la tiene más larga sino a hacer crecer a un país que, según muchos, está condenado al éxito? Imposible.
En esta guerra santa berreta, los herejes se calzan las capuchas de los inquisidores. En esta cruzada de cuarta, los caballeros lotean Jerusalén y se disputan las mejores parcelas.
En esta lógica binaria de los buenos y los malos, el Talión está por encima de todo.
Da miedo. Da pena. Da vergüenza.

2/14/2010

En los medios

En los últimos días y a causa de un hecho penoso –penoso desde donde se lo mire y cualesquiera hayan sido sus verdaderas alternativas–, fui convocada por numerosos medios para dar mi testimonio sobre los protagonistas, a los que conocí en un momento particular de nuestras vidas y con los que compartí un tiempo acotado en función de un objetivo preciso.
Desde que
Callejeros en primera persona vio la luz, respondí a casi todas las entrevistas que me solicitaron, aun cuando sabía que el perfil del medio o del programa que me contactaba era absoluta y, en ocasiones, enconadamente contrario a la posición que yo expresaba en el libro.
Así como agradezco el respeto que muchos periodistas y conductores mostraron hacia mi trabajo y hacia la situación, también quiero decir que otros profesionales de los medios sembraron nuestros diálogos de provocaciones y chicanas.
Frases como: "No podía esperarse otra cosa de este personaje", acentuando peyorativamente la palabra 'personaje', o la información de que determinada persona había declarado que "los odia (a los músicos)" y que el libro es "aberrante" son apenas una muestra de cómo quien enarbola un micrófono puede intentar llevar el curso de una entrevista hacia zonas en las que el respeto por el otro se pierde de manera irremediable.
Asimismo, la invitación a la hipótesis, a la opinión personal infundada, a la generalización inescrupulosa y a la psicología barata (con o sin zapatos de goma) fueron una constante en varias de las charlas.
Por supuesto que hubiese podido negarme al contacto con medios inequívocamente hostiles. Es un derecho. Pero es un derecho que decidí no ejercer porque estoy convencida de que, aun para disentir, toda opinión merece ser escuchada.
Aquí, un resumen de lo que yo pienso y que fui diciendo en el curso de las entrevistas:
  • Mi relación con los integrantes de la banda Callejeros se mantuvo durante cuatro meses previos al juicio oral por el incendio de Cromañón. Si bien el vínculo tuvo momentos de intensidad, una vez finalizado el trabajo perdí todo contacto con los músicos, sus familias y su círculo de amistades.
  • Dicho de otra manera, los testimonios vertidos en el libro corresponden a un período acotado de tiempo, posterior a la tragedia y anterior al juicio en el que resultaron absueltos en primera instancia. Esto hace que sea imposible para mí tener una opinión acerca de su vida actual. En este sentido, cualquier manifestación que pretenda traspolar sus testimonios de hace dos años e insertarlos en el contexto presente sería no sólo una falta de respeto sino también una irresponsabilidad.
  • El suceso por el cual me convocaron los medios fue un hecho que tuvo lugar en la privacidad del hogar de dos personas. Sea cual fuere la índole del mismo, los únicos que saben la verdad son los involucrados. Formular hipótesis acerca de lo sucedido es, también, profundamente irrespetuoso.
  • Como seres humanos no deberíamos perder de vista que, se trate de un accidente desgraciado o de un hecho de violencia doméstica, lo sucedido es una tragedia cuyos protagonistas son personas y no personajes; que hay una mujer que lucha por su vida, un hombre que estará detenido hasta que la justicia se expida sobre su responsabilidad, y tres niños que padecen la ausencia de sus padres.
  • Condeno sin atenuantes la violencia de cualquier origen y signo. Y, en especial, la violencia ejercida en el seno del hogar.
  • En casi todas las entrevistas se me interrogó acerca de si el hecho me había sorprendido. El constante uso de la palabra para reflejar la realidad de la manera más ajustada posible me avala para afirmar que "sorpresa" es un término que, a mi modo de ver, no describe acertadamente lo que sentí. Estupor y tristeza sí. Sorpresa no. Y no es que prefigurara, previera o anticipara una nueva situación trágica en la vida de los integrantes de Callejeros. Muy por el contrario, si hubiese dado en imaginar sus vidas presentes –cosa que no hice–, me habría inclinado por cierto alivio y por la posibilidad de un nuevo comienzo que, sin eludir las marcas de lo vivido, les permitiera algo de tranquilidad.
  • Jamás –y en esto quiero ser muy enfática– objetaría el parecer, el sentimiento o la opinión de personas que han sufrido una pérdida de la magnitud que significa la muerte de un hijo. No lo haría por la sencilla razón de que, aunque pudiese aproximarme a la intensidad de su dolor, sé que no podría comprenderlo acabadamente. Lo que sí puedo comprender –y admiro y valoro– es su coraje para transformar ese dolor en una cruzada por la justicia. Y aun el odio, el resentimiento, el rencor y el encono son entendibles en quien cada mañana enfrenta el día con una ausencia irreparable.

1/26/2010

Aló Presidente

–Hola, ¿Hugo? ¡Huguito querido!
–...
–Y... acá andamos. ¡Un calor! Y, encima, las vacaciones cortadas, el viaje a China suspendido...
–...
–Al menos conseguí que no entrara al Central. ¡Imaginate, se quiso colar durante el fin de semana!
–...
–No, no. Te llamaba por otra cosa.
–...
–Te renunció el vice.
–...
–¿Me podés decir cómo carajo hiciste?

1/14/2010

Sainete Institucional

Desde hace unos cuantos días, funcionarios de los tres poderes del Estado –algunos de ellos muy importantes, los más importantes, la más importante– están regalándonos un espectáculo que si no fuera porque es en serio, podría considerarse una graciosísima comedia.
Estos son los ingredientes básicos:
  • Un fondo para el pago de la deuda externa poéticamente llamado "Fondo del Bicentenario" (por eso de que hay que crear una mística).
  • Unos decretos de necesidad y urgencia que, algunos dicen, no eran ni necesarios ni urgentes.
  • Un altísimo funcionario del BCRA al que nadie nunca quiso pero que empieza a ganar algunos (relativos, precarios y pasajeros) votos porque se amotina.
  • Otro altísimo funcionario del BCRA que ocupa fugazmente el sillón presidencial de la institución (me hizo acordar a esos programas de televisión en los cuales se concursa para ver quién llena más rápido un carrito de supermercado).
  • Un corito opositor escandalizado como vecina de batón y ruleros que acaba de enterarse de que la del 3ºB se fugó con el marido de la del 5ºH.
  • Un Ejecutivo que siempre quiere demostrar que "la tiene más larga".
  • Un Legislativo cerrado por vacaciones (a los que tuvieron que volver de su descanso veraniego les estamos pagando un pasaje extra de ida y vuelta).
  • Un Judicial también cerrado por vacaciones (que más que ESTAR de feria, ES una feria).
  • Buitres (no aves sino fondos).
  • Un juez de un lejano país que se frota las manos mientras piensa "el pez por la boca muere".
  • Una nena inocente que hace una pregunta incómoda.
  • Varios ejemplares de Clarín para que la titular del Ejecutivo ilustre sus pedagógicas declaraciones acerca del poder espurio y desestabilizador del satánico multimedio.
El guión de esta joya del grotesco tiene líneas sublimes:
"Restituir a Redrado es una payasada"
(Aníbal Fernández sobre el fallo de la jueza Sarmiento)
"Yo no opino, yo trabajo"
(Martín Redrado, que ahora descubrimos que no se llama así sino Hernán Martín Pérez Redrado... ¿alguien puede confiar en un funcionario que usa seudónimo?)
"Los fondos buitre son como ratas del Riachuelo"
(CFK)
"Es una jueza-delivery"
(CFK hablando de la jueza Sarmiento)
"Tengo en la puerta de mi casa una custodia que no solicité. No puedo pensar que me están intimidando"
(Jueza Sarmiento hablando del móvil policial que la "custodió" durante el pasado fin de semana)
"Es un embargador serial"
(Amado Boudou sobre el Juez Griesa)
"¿Vos vivís en la tele?"
(nena del público a CFK)
"No, yo no vivo en la tele, nadie vive en la tele (corrigiendo rápidamente)... Algunos sí porque tienen mucho tiempo y no hacen nada"
(CFK a la nena de la pregunta incómoda)
"Yo siempre pongo la cara para arreglar el quilombo"
(Amado "caripela" Boudou)
"No es personal, es para defender las instituciones"
(Martín "Chapulín Colorado" Redrado sobre su negativa a dejar la Presidencia del BCRA)
"(Apoyar a Redrado) es una trapisonda totalmente cuestionable y criticable ya no desde el punto de vista político sino institucional"
(CFK sobre Julio Cobos)
"Nos iremos juntos en 2011"
(Julio Cobos respondiendo a las acusaciones de conspiración contra CFK)
"¿Cómo se explica (...) que se haya convertido en una suerte de ocupa del BCRA?"
(CFK sobre Martín Redrado, a quien calificó de ex presidente de la entidad bancaria)
"Debería hacerle un favor al país y renunciar"
(Miguel Angel Pichetto sobre Julio Cobos)

En este desmadre, una de las características principales es que, como la mayoría de los protagonistas no se hablan, utilizan los medios masivos –sobre todo los más satánicos– para comunicarse, dando lugar al más patético e inconcebible reality show.