Hay algunas cosas que me producen una enorme desazón. No son muchas. Sobran los dedos de la mano para contarlas.
La injusticia. Pero no las grandes injusticias como el hambre o la pobreza que desencadenan causas gigantescas, que escandalizan mucho pero requieren compromisos mínimos para tranquilizar provisoriamente la conciencia. No, a mí me aquejan las pequeñas cosas que suceden frente a mis ojos: el tipo que estaciona el auto en una rampa para discapacitados, el que se les cuela a los jubilados en la fila del banco, la autoridad que patotea e intimida. Le sucede a un desconocido en la calle, a alguien que no puede defenderse, a mí misma a veces. Cosas cotidianas que muestran que, helàs!, vivir es enfrentarse a la injusticia y que, aun así, debemos someternos a la ley porque, en última instancia, es lo único que nos ampara.
La deslealtad. Pero no la deslealtad que se mide en términos de moralina, la que hace levantar muchos dedos admonitorios, la que empalaga bocas pero no significa nada. A mí me descorazona la deslealtad silenciosa del que sabe que está haciendo algo que está mal, desestima su propia voz interior y avanza como quien tira su última ficha en la ruleta, porque sí, porque la inmediatez de su deseo o de su ambición están por encima del bien.
El fanatismo. Básicamente, porque conlleva las otras dos. El fanatismo es injusto por naturaleza y termina siendo desleal por exceso de lealtad a la causa que le da sentido. Implica la adhesión a una sola perspectiva, incuestionable, totalizadora y monolítica, y desestima con violencia las demás simplemente porque ponen en jaque su existencia. Exige, en pocas palabras, entregar la cabeza, dejarse llevar por un impulso que no mide consecuencias, que deja de registrar al otro como un semejante y que lo inscribe en el territorio de la enemistad.
La mentira. Puede ser que en este caso, el problema esté en mí, que tengo una debilidad constitutiva que me impide mentir (y que más de una vez me da más dolores de cabeza que satisfacciones). Pero lo cierto es que la mentira también implica injusticia y deslealtad. Quien sabe que está mintiendo, sabe el daño que eso puede hacer. Y aun así lo hace. Difundir mentiras es echar a rodar una bola de barro que mancha a todos.
En realidad, no me mueven las grandes causas, esas que hay que mirar desde lejos, desde abajo. Prefiero las que implican mirar a los ojos a quien está frente a mí.
La justicia es justa, aunque no falle a mi favor. No existe el "yo creo en la justicia" cuando espero sentencia y "la justicia no funciona" cuando el fallo no resultó como esperaba.
La lealtad no es la del 17 de octubre sino una forma muy alta del amor a uno mismo y al prójimo.
La verdad es verdad, aunque no me guste o no me beneficie, y su efecto es liberador.
El antónimo de fanatismo tuve que buscarlo: tolerancia. No further comments.
14 de noviembre de 2015
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