No voy a estar.
No me busquen.
Estoy mirando hacia
otro lado,
Hacia una lejanía
solitaria.
En el desamparo
del adentro.
Porque afuera
los pájaros siguen volando.
El viento se lleva las hojas.
El mundo respira
con ese aliento
salvaje de la vida
de la que yo me retiro.
No voy a estar.
No me busquen
hasta que decida volver
nacida
de las cenizas
de mis dedos.
4/29/2007
4/28/2007
Palabras como conejitos
Primero es una imagen. Una suerte de foto de la memoria. Inexistente. Sutil captura de un ojo que, más que mirar, espía. Algo pequeño, un accidente de la realidad que puede ser fácilmente descartado y perderse en el transcurrir rutinario de los días pero que, sin embargo, elige insistir hasta que no tengo más remedio que prestarle atención.
Con el correr del tiempo, aleatoriamente minutos, horas o días, la imagen va rodeándose de otros elementos que, poco a poco, la trasforman en una historia minúscula, una anécdota detallada pero con un encuadre feroz. Es en ese recorte donde se asienta su potencia.
En ocasiones, llegado ese punto todo desaparece: imagen, elementos complementarios, historia, foto. Ese primer momento en el que advierto la falta, me produce, por lo general, una profunda incertidumbre. ¿Debería haber hecho algo más para atraparla? ¿Se perdió para siempre? ¿Volverá con las mismas características o ese viaje inextricable la habrá despojado de su carácter vívido y carnal?
De todos modos, con el tiempo he aprendido a relajarme frente a la ausencia y a entregarme a la certeza de que algo la traerá de vuelta en el momento indicado con su forma o vestida de otros ropajes que inevitablemente serán los necesarios. Pienso que se ha escondido momentáneamente para continuar en la intimidad con un proceso de construcción y consolidación en el que, muy a mi pesar, no tengo participación alguna. Sumergida en una especie de caldero donde lo que se cocina se cocinará de todas maneras, sin incidencia alguna de mi mirada.
El regreso se manifiesta en mi cuerpo como un malestar indefinible a la altura del estómago. Desazón, desconcierto o angustia no alcanzan a dibujar por completo esa sensación. Desasosiego es, tal vez, la palabra que más se ajusta a una todavía incompleta descripción. Desasosiego e incomodidad. Una súbita hiperkinesis que me lleva a caminar de un lado a otro y la inquietud de mi estómago me remiten vagamente al pobre hombre para quien vomitar conejitos era algo absolutamente normal siempre y cuando los curiosos alumbramientos orales se produjeran respetando las cinco o seis semanas de intervalo. Entonces, como un perro que ha buscado, dando vueltas sobre sí mismo, un sitio para echarse, encuentro el lugar donde escribir, y el texto sobreviene, completo, suave y vivaz. Como un conejito.
Con el correr del tiempo, aleatoriamente minutos, horas o días, la imagen va rodeándose de otros elementos que, poco a poco, la trasforman en una historia minúscula, una anécdota detallada pero con un encuadre feroz. Es en ese recorte donde se asienta su potencia.
En ocasiones, llegado ese punto todo desaparece: imagen, elementos complementarios, historia, foto. Ese primer momento en el que advierto la falta, me produce, por lo general, una profunda incertidumbre. ¿Debería haber hecho algo más para atraparla? ¿Se perdió para siempre? ¿Volverá con las mismas características o ese viaje inextricable la habrá despojado de su carácter vívido y carnal?
De todos modos, con el tiempo he aprendido a relajarme frente a la ausencia y a entregarme a la certeza de que algo la traerá de vuelta en el momento indicado con su forma o vestida de otros ropajes que inevitablemente serán los necesarios. Pienso que se ha escondido momentáneamente para continuar en la intimidad con un proceso de construcción y consolidación en el que, muy a mi pesar, no tengo participación alguna. Sumergida en una especie de caldero donde lo que se cocina se cocinará de todas maneras, sin incidencia alguna de mi mirada.
El regreso se manifiesta en mi cuerpo como un malestar indefinible a la altura del estómago. Desazón, desconcierto o angustia no alcanzan a dibujar por completo esa sensación. Desasosiego es, tal vez, la palabra que más se ajusta a una todavía incompleta descripción. Desasosiego e incomodidad. Una súbita hiperkinesis que me lleva a caminar de un lado a otro y la inquietud de mi estómago me remiten vagamente al pobre hombre para quien vomitar conejitos era algo absolutamente normal siempre y cuando los curiosos alumbramientos orales se produjeran respetando las cinco o seis semanas de intervalo. Entonces, como un perro que ha buscado, dando vueltas sobre sí mismo, un sitio para echarse, encuentro el lugar donde escribir, y el texto sobreviene, completo, suave y vivaz. Como un conejito.
4/27/2007
Palimpsesto
Tras las letras
se esconden las voces.
Tras las voces,
pensamientos.
Y aun detrás de ellos,
entremezclados,
se dejan ver
los sentires.
Más allá,
lejos,
solos,
están los jirones
de carne
con los que se construye
el poema;
las terminaciones
nerviosas;
los impulsos
que abren surcos
en la memoria
y, como sin querer,
dibujan letras.
se esconden las voces.
Tras las voces,
pensamientos.
Y aun detrás de ellos,
entremezclados,
se dejan ver
los sentires.
Más allá,
lejos,
solos,
están los jirones
de carne
con los que se construye
el poema;
las terminaciones
nerviosas;
los impulsos
que abren surcos
en la memoria
y, como sin querer,
dibujan letras.
Primera magnolia
Eso llega para ponerla en el reino de las diferencias. Llega antes de tiempo. Llega para transformarla en algo que no quiere ser.
Su estilo silencioso y reconcentrado se agudiza. En la soledad de su cuarto se pregunta cómo ha podido sucederle. ¿Por qué? Pero no hay respuesta y entonces no tiene más remedio que aprender los ritmos de su cuerpo. Reconocer la leve náusea del el día previo, los retortijones y la peligrosa abundancia del segundo día, la minúscula gota del quinto. Cuidarse de las manchas, de las polleras. Evitar que se le note.
La invade la tristeza de la infancia prematura y brutalmente finalizada en ese charco de sangre que, a los poco más de diez años, le recuerda que no es como todas las demás chicas de su edad.
En una farragosa e inútil disertación, su madre, la ha puesto en conocimiento de todo lo relativo a ese nuevo estado. Ella no hizo otra cosa que mirarla en el más absoluto de los silencios. Sin preguntas para hacer o, mejor dicho, sabiendo que las preguntas que tiene para hacer no encontrarán respuesta en su madre ni en nadie. Sin alcanzar a entender por qué debería sentirse orgullosa de ser "señorita". Deseando que las miradas cómplices de sus abuelas y tías, que tanto la incomodan, se diluyan cuando la mensual rutina se instale y pase a ser costumbre.
Afuera, todo parece mantener la misma fisonomía y el ritmo habitual. Los árboles del jardín han crecido. La primera magnolia ofrece su perfume, apenas abierta. Los padres disfrutan de la tarde soleada. Su hermana ha dejado de ser un bebé para abocarse al descubrimiento del universo verde del pasto. El hermano más chico ensaya unos pasos torpes sobre las lajas del patio. Y ella le dice adiós a su pecho plano para empezar a luchar con el vello que le crece, descarado e incontrolable; con los apósitos y los analgésicos. Con ese cuerpo descarriado que ha decidio rebelarse y cambiar de condición.
Los primeros calores de la primavera ya se sienten en el aire. Desde la ventana de su cuarto, ella espía a la familia que, en el atardecer transparente y pegajoso, estrena la pileta de natación. Sabiendo que no es por estar perdiéndose el contacto con el agua helada, ella llora.
Su estilo silencioso y reconcentrado se agudiza. En la soledad de su cuarto se pregunta cómo ha podido sucederle. ¿Por qué? Pero no hay respuesta y entonces no tiene más remedio que aprender los ritmos de su cuerpo. Reconocer la leve náusea del el día previo, los retortijones y la peligrosa abundancia del segundo día, la minúscula gota del quinto. Cuidarse de las manchas, de las polleras. Evitar que se le note.
La invade la tristeza de la infancia prematura y brutalmente finalizada en ese charco de sangre que, a los poco más de diez años, le recuerda que no es como todas las demás chicas de su edad.
En una farragosa e inútil disertación, su madre, la ha puesto en conocimiento de todo lo relativo a ese nuevo estado. Ella no hizo otra cosa que mirarla en el más absoluto de los silencios. Sin preguntas para hacer o, mejor dicho, sabiendo que las preguntas que tiene para hacer no encontrarán respuesta en su madre ni en nadie. Sin alcanzar a entender por qué debería sentirse orgullosa de ser "señorita". Deseando que las miradas cómplices de sus abuelas y tías, que tanto la incomodan, se diluyan cuando la mensual rutina se instale y pase a ser costumbre.
Afuera, todo parece mantener la misma fisonomía y el ritmo habitual. Los árboles del jardín han crecido. La primera magnolia ofrece su perfume, apenas abierta. Los padres disfrutan de la tarde soleada. Su hermana ha dejado de ser un bebé para abocarse al descubrimiento del universo verde del pasto. El hermano más chico ensaya unos pasos torpes sobre las lajas del patio. Y ella le dice adiós a su pecho plano para empezar a luchar con el vello que le crece, descarado e incontrolable; con los apósitos y los analgésicos. Con ese cuerpo descarriado que ha decidio rebelarse y cambiar de condición.
Los primeros calores de la primavera ya se sienten en el aire. Desde la ventana de su cuarto, ella espía a la familia que, en el atardecer transparente y pegajoso, estrena la pileta de natación. Sabiendo que no es por estar perdiéndose el contacto con el agua helada, ella llora.
Cuando digo ella
Hay cosas que sólo pueden decirse en voz muy baja. Cosas que sólo pueden gritarse. Cosas que hay que contar en primera persona. Porque el yo contiene y significa. Cosas que sólo admiten la tercera persona que escuda y protege. Después está el vos. El tú. El que escucha. El que devuelve sonidos y letras. Palabras y gestos. Asintiendo, consintiendo. Conmovido o irritado. Pero nunca sordo. Nunca indiferente. Nunca ajeno.
¿Por qué digo todo esto? Porque no quiero que queden dudas de a quien nombro cuando digo ella. Cuando la nombro, me nombro. La alejo con el ella para poder nombrarla. Y en ese juego de acercamientos y alejamientos. De zoom y travelling. De primerísimo primer plano y de plano general, por fin la/me veo. Cuando digo ella.
¿Por qué digo todo esto? Porque no quiero que queden dudas de a quien nombro cuando digo ella. Cuando la nombro, me nombro. La alejo con el ella para poder nombrarla. Y en ese juego de acercamientos y alejamientos. De zoom y travelling. De primerísimo primer plano y de plano general, por fin la/me veo. Cuando digo ella.
4/25/2007
De vez en vez
De vez en vez
una música me toca.
Se tensan mis cuerdas,
vibran mis parches
y un enérgico soplido
se cuela entre mis células.
De tanto en tanto
mis vértebras respiran
acariciadas por un son,
mis órganos reverberan
y mi alma entona
una canción silenciosa.
De vez en vez
soy instrumento
al que la música vuelve
como la nube vuelve al lago,
la lagartija a su madriguera
y el viento a ningún lugar.
una música me toca.
Se tensan mis cuerdas,
vibran mis parches
y un enérgico soplido
se cuela entre mis células.
De tanto en tanto
mis vértebras respiran
acariciadas por un son,
mis órganos reverberan
y mi alma entona
una canción silenciosa.
De vez en vez
soy instrumento
al que la música vuelve
como la nube vuelve al lago,
la lagartija a su madriguera
y el viento a ningún lugar.
4/24/2007
Despojo
Alguien que no conoce el valor de los libros
pero sí sabe lo que significan para mí,
ha robado todos mis tesoros.
Se ha llevado las voces y las miradas,
los paisajes, las aventuras,
los pensamientos, las caricias,
las risas y los guiños
de quienes me acompañaban.
Me abandonó
a mi hambre y a mi sed.
Vació cada estante de mi alma
y me llenó de telarañas y de sombras.
Me cegó de pronto y ahora
intento atrapar los pájaros
que desesperan en mi cabeza.
Alguien que no conoce el valor de los libros
me ha dejado
escribiendo a tientas.
pero sí sabe lo que significan para mí,
ha robado todos mis tesoros.
Se ha llevado las voces y las miradas,
los paisajes, las aventuras,
los pensamientos, las caricias,
las risas y los guiños
de quienes me acompañaban.
Me abandonó
a mi hambre y a mi sed.
Vació cada estante de mi alma
y me llenó de telarañas y de sombras.
Me cegó de pronto y ahora
intento atrapar los pájaros
que desesperan en mi cabeza.
Alguien que no conoce el valor de los libros
me ha dejado
escribiendo a tientas.
Fuga en yo menor
Esta vocación de fugitiva,
este vicio de ausentarme
de mí misma
y de los otros.
Silenciarme
sin aviso previo.
Apagar la luz.
Abandonar la habitación.
Cerrar la puerta
sin ruido
dejando el aire
quieto.
Desdibujarme
y desaparecer.
Y estar siempre
volviendo
de ningún lado
a un nuevo lugar.
este vicio de ausentarme
de mí misma
y de los otros.
Silenciarme
sin aviso previo.
Apagar la luz.
Abandonar la habitación.
Cerrar la puerta
sin ruido
dejando el aire
quieto.
Desdibujarme
y desaparecer.
Y estar siempre
volviendo
de ningún lado
a un nuevo lugar.
Arte II – 2006
En cuanto a los materiales concretos, el arte se nutre de materia bruta que, mediante el proceso de creación, se convertirá en obra. Esta transformación, simple a primera vista, encierra sin embargo una enorme complejidad y requiere que el artista enfrente numerosos desafíos. Aunque difícilmente su objetivo haya sido el arte como fin en sí mismo, los primeros artistas plásticos, aquellos que imprimieron las huellas de sus manos en cavernas, debieron encontrar en la misma tierra que pisaban y sobre la que dormían, los colores que perduraran en el tiempo lo suficiente como para hacernos conocer su expresión. Más adelante, además de prestar atención a las formas, los pintores debieron desarrollar conocimientos de anatomía para reproducir la figura humana, de física para reflejar el movimiento, de geometría para plasmar la perspectiva y de alquimia para preparar sus óleos. El escultor ha recorrido un camino similar eligiendo los bloques, perfeccionando sus herramientas y ahondando en el estudio de las formas de la naturaleza, de la estructura ósea y muscular tanto de humanos como de animales.
Si el desafío del pintor es transformar en un cuadro el amasijo de colores de la paleta, el del escultor es desnudar la obra aprisionada en la piedra. Desbastar, pulir. Convertir lo brutal en sutil. La aspereza en suavidad. El bloque en filigrana. Los ojos del primero están entrenados para imaginar la luz que introduce la tercera dimensión en el universo bidimensional de la tela, aquello que separa la figura del fondo. Los del escultor, en cambio, hacen foco en el espacio ocupado por la obra y en el espacio que se recorta de ella. Su maestría reside, indudablemente, en el balance entre ambos, que debe ser febril, crispado y, a la vez, un remanso para quien la admira.
Para el escritor, el desafío es investir de un sentido trascendente las mismas palabras que se utilizan para comprar un kilo de papas. Devolverle brillo y profundidad al material bastardeado. Restaurarlo para que queden a la vista su belleza e intensidad. La obra del escritor, contrariamente a las del escultor y el pintor, cuya apreciación es de una inmediatez casi brutal, no puede ser estimada como un todo sino luego de finalizado el proceso de lectura. Es entonces cuando nos asomamos a una suerte de remembranza feliz de una experiencia acabada, resultado de la yuxtaposición, una larga operación aditiva que va construyendo la totalidad en base a pequeños eslabones enhebrados con infinita paciencia. La paciencia de Borges al dar cuenta, aun sabiéndose condenado por la sucesión, del poniente en Querétaro, de un astrolabio persa, de la inolvidable mujer de Inverness, de su rostro y del mío. En suma, de ese todo imposible contenido en el aleph.
Por otra parte, si la piedra siempre es piedra, y el lienzo y los óleos siempre son el lienzo y los óleos, una palabra no es siempre la misma palabra. El paso del tiempo, el desgaste por uso excesivo o el abandono que la condena al olvido son factores que inciden en su existencia, su forma y su contenido. Por naturaleza escurridiza y maleable, la palabra padece las arbitrariedades de la masa hablante que la eleva, la recorta, la carga de sentidos nuevos, la vacía, la desgasta, la arrincona en un estéril lugar en el diccionario, la hunde o la reflota según el caprichoso vaivén de sus necesidades.
El mármol ofrece no sólo el esplendor de sus formas cinceladas sino también el recuerdo de milenios atrapado en la oscuridad de la montaña. Ha sido posteridad desde siempre. La literatura, en cambio, necesitó de mucha más ayuda para convertirse en arte. Hubo de haber palabra, hubo de haber necesidad de relatar, hubo luego de haber tinta y papiro y pergamino y, finalmente, papel. Hubo de haber imprenta. Hoy, todavía, el soporte magnético condensa el esfuerzo diversificador reduciéndolo a ceros y unos. Y todo es tan fugaz y tan precario. Cuán diferente la serena majestad de la Victoria de Samotracia, aun mutilada y enigmática como es, de la minuciosa tarea de recrear la oralidad de los primeros poetas y narradores, de restablecer la complejidad de una lengua desaparecida, de imaginar sus sonidos y silencios. Qué distinto es el sentido de estas palabras de aquel que encierra el Quijote que, sin embargo, también se ha constituido en posteridad. El mármol es imposible de resignificar. La literatura ha de resignificarse obligadamente para perdurar. El escritor aviva el fuego de la forja para mantener viva a la palabra. Su incansable tarea es despertarla, desempolvarla, reanimar a la que agoniza, darle nuevos aires a la que se ha cristalizado. Transgredir la norma y el uso para hacer, con lo de siempre, otra cosa. Moldearla según la forma de su expresión. Afinarla según su música interior.
Si el desafío del pintor es transformar en un cuadro el amasijo de colores de la paleta, el del escultor es desnudar la obra aprisionada en la piedra. Desbastar, pulir. Convertir lo brutal en sutil. La aspereza en suavidad. El bloque en filigrana. Los ojos del primero están entrenados para imaginar la luz que introduce la tercera dimensión en el universo bidimensional de la tela, aquello que separa la figura del fondo. Los del escultor, en cambio, hacen foco en el espacio ocupado por la obra y en el espacio que se recorta de ella. Su maestría reside, indudablemente, en el balance entre ambos, que debe ser febril, crispado y, a la vez, un remanso para quien la admira.
Para el escritor, el desafío es investir de un sentido trascendente las mismas palabras que se utilizan para comprar un kilo de papas. Devolverle brillo y profundidad al material bastardeado. Restaurarlo para que queden a la vista su belleza e intensidad. La obra del escritor, contrariamente a las del escultor y el pintor, cuya apreciación es de una inmediatez casi brutal, no puede ser estimada como un todo sino luego de finalizado el proceso de lectura. Es entonces cuando nos asomamos a una suerte de remembranza feliz de una experiencia acabada, resultado de la yuxtaposición, una larga operación aditiva que va construyendo la totalidad en base a pequeños eslabones enhebrados con infinita paciencia. La paciencia de Borges al dar cuenta, aun sabiéndose condenado por la sucesión, del poniente en Querétaro, de un astrolabio persa, de la inolvidable mujer de Inverness, de su rostro y del mío. En suma, de ese todo imposible contenido en el aleph.
Por otra parte, si la piedra siempre es piedra, y el lienzo y los óleos siempre son el lienzo y los óleos, una palabra no es siempre la misma palabra. El paso del tiempo, el desgaste por uso excesivo o el abandono que la condena al olvido son factores que inciden en su existencia, su forma y su contenido. Por naturaleza escurridiza y maleable, la palabra padece las arbitrariedades de la masa hablante que la eleva, la recorta, la carga de sentidos nuevos, la vacía, la desgasta, la arrincona en un estéril lugar en el diccionario, la hunde o la reflota según el caprichoso vaivén de sus necesidades.
El mármol ofrece no sólo el esplendor de sus formas cinceladas sino también el recuerdo de milenios atrapado en la oscuridad de la montaña. Ha sido posteridad desde siempre. La literatura, en cambio, necesitó de mucha más ayuda para convertirse en arte. Hubo de haber palabra, hubo de haber necesidad de relatar, hubo luego de haber tinta y papiro y pergamino y, finalmente, papel. Hubo de haber imprenta. Hoy, todavía, el soporte magnético condensa el esfuerzo diversificador reduciéndolo a ceros y unos. Y todo es tan fugaz y tan precario. Cuán diferente la serena majestad de la Victoria de Samotracia, aun mutilada y enigmática como es, de la minuciosa tarea de recrear la oralidad de los primeros poetas y narradores, de restablecer la complejidad de una lengua desaparecida, de imaginar sus sonidos y silencios. Qué distinto es el sentido de estas palabras de aquel que encierra el Quijote que, sin embargo, también se ha constituido en posteridad. El mármol es imposible de resignificar. La literatura ha de resignificarse obligadamente para perdurar. El escritor aviva el fuego de la forja para mantener viva a la palabra. Su incansable tarea es despertarla, desempolvarla, reanimar a la que agoniza, darle nuevos aires a la que se ha cristalizado. Transgredir la norma y el uso para hacer, con lo de siempre, otra cosa. Moldearla según la forma de su expresión. Afinarla según su música interior.
4/23/2007
Arte I – 2006
¿Y si la predisposición a la creación artística sólo fuese una falla en el sistema destinada a cubrir cierta morbosa tendencia humana a depositar los innominables en el otro? Unos pocos condenados, los que traen esa falla, estarían entonces abocados a poner en términos de música, danza, literatura, escultura, pintura, teatro o cine los sentimientos más profundos, indigeribles, de la especie. Aquello que existe pero que no le pasa a nadie en la vida real. Lo feo, lo brutal, lo siniestro. Lo intenso, lo celebratorio, lo milagroso. Lo que desequilibra, sin importar el signo, el plácido discurrir de la medianía.
Los fallados serían, en esta hipótesis, un ejército de limpieza que elimina las angustias existenciales. Alquimistas capaces, merced al propio dolor, de transmutar las anomalías en novelas, lo que equivale a decir en una historia verosímil que sólo puede sucederle a otro. Oráculos que traducen las oscuras visiones de su interior, que son en realidad descarnadas miradas del exterior, en belleza, atravesando el temor a ser tildados de locos. Diciendo lo que los demás no se animan a decir. Personas más vulnerables que el promedio, con una cierta discapacidad que les impide instrumentar con fluidez el tránsito por lo cotidiano. Daltónicos. Dueños de una mirada que se asoma al incierto borde de lo indecible. Valientes. Inconscientes. Diferentes disfrazados de normalidad. Luchando muchas veces contra lo impar para esconderlo en un intento desesperado de pasar por la vida como seres comunes. Disimulando.
¿Y si el arte sólo fuese el resultado del procesamiento de los detritus de la cloaca humana? Aguas servidas que vuelven a ser potables luego de varios filtrados, del agregado de sustancias que facilitan la precipitación de desechos, del clorado. Combustible para poner en marcha motores y máquinas, obtenido a partir del reciclaje de basura. Transformando lo inútil en útil, lo feo en bello, lo real en irreal, lo imposible en posible.
¿Y si el arte sólo fuese una condena, una marca como lo son la miopía, el cáncer o la trisomía veintitrés? Una señal en el universo desoxirribonucleico. Una luz encendida que debía estar apagada y que ilumina con un resplandor nuevo, incandescente y apenas soportable, el rostro oculto de la humanidad.
Los fallados serían, en esta hipótesis, un ejército de limpieza que elimina las angustias existenciales. Alquimistas capaces, merced al propio dolor, de transmutar las anomalías en novelas, lo que equivale a decir en una historia verosímil que sólo puede sucederle a otro. Oráculos que traducen las oscuras visiones de su interior, que son en realidad descarnadas miradas del exterior, en belleza, atravesando el temor a ser tildados de locos. Diciendo lo que los demás no se animan a decir. Personas más vulnerables que el promedio, con una cierta discapacidad que les impide instrumentar con fluidez el tránsito por lo cotidiano. Daltónicos. Dueños de una mirada que se asoma al incierto borde de lo indecible. Valientes. Inconscientes. Diferentes disfrazados de normalidad. Luchando muchas veces contra lo impar para esconderlo en un intento desesperado de pasar por la vida como seres comunes. Disimulando.
¿Y si el arte sólo fuese el resultado del procesamiento de los detritus de la cloaca humana? Aguas servidas que vuelven a ser potables luego de varios filtrados, del agregado de sustancias que facilitan la precipitación de desechos, del clorado. Combustible para poner en marcha motores y máquinas, obtenido a partir del reciclaje de basura. Transformando lo inútil en útil, lo feo en bello, lo real en irreal, lo imposible en posible.
¿Y si el arte sólo fuese una condena, una marca como lo son la miopía, el cáncer o la trisomía veintitrés? Una señal en el universo desoxirribonucleico. Una luz encendida que debía estar apagada y que ilumina con un resplandor nuevo, incandescente y apenas soportable, el rostro oculto de la humanidad.
4/22/2007
Escribir
Viajar en el tiempo.
Contar una historia
que siempre es la propia
y siempre es la misma.
Darla vuelta.
Examinarla.
Elegir dónde ubicarse para mirar.
Separar el alma
del cuerpo, apenas.
A penas.
Hablar desde un lejano sentimiento
con una insoportable proximidad.
Recorrer a ojos vendados
un borde filoso.
Conocerlo, saber dónde corta,
saber que sangrará
y, sangrando,
insistir hasta que llegue al hueso.
Renunciar a la verdad
aun diciéndola.
Seducir y controlar.
Entregarse y esconderse.
Abrirse las tripas
con una sonrisa.
Llorar sin pena.
Llegar al punto
donde se unen
el dolor y la belleza
para dar a luz
un instante de arte.
Contar una historia
que siempre es la propia
y siempre es la misma.
Darla vuelta.
Examinarla.
Elegir dónde ubicarse para mirar.
Separar el alma
del cuerpo, apenas.
A penas.
Hablar desde un lejano sentimiento
con una insoportable proximidad.
Recorrer a ojos vendados
un borde filoso.
Conocerlo, saber dónde corta,
saber que sangrará
y, sangrando,
insistir hasta que llegue al hueso.
Renunciar a la verdad
aun diciéndola.
Seducir y controlar.
Entregarse y esconderse.
Abrirse las tripas
con una sonrisa.
Llorar sin pena.
Llegar al punto
donde se unen
el dolor y la belleza
para dar a luz
un instante de arte.
Naranjo en flor
Virgilio y Homero Expósito
que el agua blanda,
era más fresca que el río,
naranjo en flor.
Y en esa calle de estío,
calle perdida,
dejó un pedazo de vida
y se marchó...
Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento...
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento.
Después... ¿qué importa del después?
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado,
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz.
¿Qué le habrán hecho mis manos?
¿Qué le habrán hecho
para dejarme en el pecho
tanto dolor?
Dolor de vieja arboleda.
canción de esquina
con un pedazo de vida,
naranjo en flor.
Era más blanda que el agua,
que el agua blanda,
era más fresca que el río,
naranjo en flor.
Y en esa calle de estío,
calle perdida,
dejó un pedazo de vida
y se marchó...
Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento...
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento.
Después... ¿qué importa del después?
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado,
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz.
¿Qué le habrán hecho mis manos?
¿Qué le habrán hecho
para dejarme en el pecho
tanto dolor?
Dolor de vieja arboleda.
canción de esquina
con un pedazo de vida,
naranjo en flor.
4/21/2007
Memoria de la piel
Entre tu piel y la mía
hay un abismo
donde duermen
otras caricias,
otros besos.
Entre tu piel y mi piel
está la historia
de todos mis amores.
Capas superpuestas
de huellas invisibles
revolcadas en el barro
del olvido.
No intentes atravesar
lo inexpugnable.
No agites mi memoria.
No preguntes.
No quiero despertarme
en una cama
poblada de extraños
conocidos.
hay un abismo
donde duermen
otras caricias,
otros besos.
Entre tu piel y mi piel
está la historia
de todos mis amores.
Capas superpuestas
de huellas invisibles
revolcadas en el barro
del olvido.
No intentes atravesar
lo inexpugnable.
No agites mi memoria.
No preguntes.
No quiero despertarme
en una cama
poblada de extraños
conocidos.
4/20/2007
Argumento, razón o motivo
Para ser libre y
para echar raíces.
Para el viento
y para el tiempo.
Para alguien especial,
para todos,
para nadie, para mí.
Para ser mirada, para verme.
Para no enfermar, para curarme.
Para no perder la fe.
Para recordar y para olvidar.
Para volar
como una hoja en la tormenta.
Para ser agua, aire,
tierra y fuego.
Para avivar la pasión,
para aplacarla.
Para la comprensión,
para el asombro.
Para liberar al ave
que revolotea en mis entrañas.
Para sosegar a la fiera
que devora mi corazón.
Para vivir, para crecer.
Para tener cabeza
y para perderla.
Para tocar las nubes
y para hundirme en el barro.
Para encontrar el punto exacto
donde se confluyen
infierno y paraíso.
Para existir.
Para ser.
Escribo.
para echar raíces.
Para el viento
y para el tiempo.
Para alguien especial,
para todos,
para nadie, para mí.
Para ser mirada, para verme.
Para no enfermar, para curarme.
Para no perder la fe.
Para recordar y para olvidar.
Para volar
como una hoja en la tormenta.
Para ser agua, aire,
tierra y fuego.
Para avivar la pasión,
para aplacarla.
Para la comprensión,
para el asombro.
Para liberar al ave
que revolotea en mis entrañas.
Para sosegar a la fiera
que devora mi corazón.
Para vivir, para crecer.
Para tener cabeza
y para perderla.
Para tocar las nubes
y para hundirme en el barro.
Para encontrar el punto exacto
donde se confluyen
infierno y paraíso.
Para existir.
Para ser.
Escribo.
Poesía vertical 7 – Roberto Juarroz
Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
y se puede sin embargo volver,
ya nunca más se pisará como antes
y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.
Es el aprendizaje
que se convierte en lo aprendido,
el pleno aprendizaje
que después no se resigna
a que todo lo demás,
sobre todo el amor,
no haga lo mismo.
El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas.
y se puede sin embargo volver,
ya nunca más se pisará como antes
y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.
Es el aprendizaje
que se convierte en lo aprendido,
el pleno aprendizaje
que después no se resigna
a que todo lo demás,
sobre todo el amor,
no haga lo mismo.
El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas.
Autopsicografía - Fernando Pessoa
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe
en el dolor leído siente bien,
no los dos que él tuvo
mas sólo el que ellos no tienen.
Y así en los rieles
gira, entreteniendo la razón,
ese tren de cuerda
que se llama el corazón.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe
en el dolor leído siente bien,
no los dos que él tuvo
mas sólo el que ellos no tienen.
Y así en los rieles
gira, entreteniendo la razón,
ese tren de cuerda
que se llama el corazón.
Carta a Adolfo Casais Monteiro
Fernando Pessoa – 13 de enero de 1935
Traducción Sebastián Santisi(...) "Paso ahora a responder a su pregunta sobre el génesis de mis pseudónimos. Voy a ver si consigo responderle completamente.
"Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis pseudónimos es el hondo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histérico-neurasténico. Tiendo a esa segunda hipótesis porque hay en mí fenómenos de apatía que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen natural de mis pseudónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos -felizmente para mí y para los otros- mentalizáronse en mí; quiero decir, no se manifestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión hacia adentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuera mujer -en la mujer los fenómenos histéricos irrumpen como ataques y cosas parecidas- cada poema de Álvaro de Campos (el más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para la vecindad. Pero soy hombre -y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales–; así, todo acaba en silencio y poesía..." (...)
"Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis pseudónimos es el hondo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histérico-neurasténico. Tiendo a esa segunda hipótesis porque hay en mí fenómenos de apatía que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen natural de mis pseudónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos -felizmente para mí y para los otros- mentalizáronse en mí; quiero decir, no se manifestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión hacia adentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuera mujer -en la mujer los fenómenos histéricos irrumpen como ataques y cosas parecidas- cada poema de Álvaro de Campos (el más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para la vecindad. Pero soy hombre -y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales–; así, todo acaba en silencio y poesía..." (...)
4/19/2007
Soy mirada
Tus ojos leen
mi cansancio,
el largo peregrinaje
de mi vida,
esa búsqueda incierta.
Tus ojos leen
el brillo perdido
de los míos.
Los silencios
detrás de mis palabras.
La vacilación en mis manos.
Tus ojos leen
cada curva de mi cuerpo,
cada pliegue.
El humo del tiempo.
Tus ojos leen
y eso alcanza.
Existo en tu mirada.
4/17/2007
Sintaxis de los cuerpos
Sujeto a tu piel,
mi núcleo busca
tu verbo,
complemento indirecto,
objeto de placer.
Sujeto a tu piel,
mi núcleo
busca
la conjunción copulativa.
Urgido, te acaricia
y espera
que la circunstancia
-modo, tiempo, lugar-
desaparezca.
Y que persista la consecuencia,
incluida en la causa.
Sujeto a tu piel,
mi núcleo busca
tu verbo.
Yuxtapuesta,
apositiva,
subordinada
me entrego a ser,
sin predicados.
mi núcleo busca
tu verbo,
complemento indirecto,
objeto de placer.
Sujeto a tu piel,
mi núcleo
busca
la conjunción copulativa.
Urgido, te acaricia
y espera
que la circunstancia
-modo, tiempo, lugar-
desaparezca.
Y que persista la consecuencia,
incluida en la causa.
Sujeto a tu piel,
mi núcleo busca
tu verbo.
Yuxtapuesta,
apositiva,
subordinada
me entrego a ser,
sin predicados.
4/16/2007
Mi lengua
Mi patria es la lengua portuguesa
Fernando Pessoa
Fernando Pessoa
Este español que no se parece al español,
que tiene el clima del Río de la Plata.
Este amasijo vivaz y cambiante
que expone los rasgos de otras lenguas.
Esta música singular que yo no escucho
pero que otros me señalan,
es la lengua que me habla.
La matriz poderosa que corta
la masa informe del pensamiento
y le da sentido a mi palabra.
Y me da sentido.
Esta lengua que me habla,
me escribe,
me construye y me define
es ancla y faro.
Es ala y viento.
Es plataforma de despegue
y lugar donde volver.
A veces me pasa
A veces me pasa que intento mirar Buenos Aires con ojos de turista. Levantar la cabeza mientras camino por la calle y darle importancia a lo que siempre está ahí y, en el apuro de la vida cotidiana, no advierto. Prestar atención a la gente que transita la ciudad: los rostros, las expresiones, la manera de vestir, las actividades, el apuro y la impaciencia típicos de los porteños. Admirar los edificios, las referencias históricas, los cambios en la fisonomía de una ciudad en la que nací y vivo.
A veces me pasa que me apena no estar conciente de todo eso que está al alcance de mis ojos, es parte de mi identidad, desde la mañana hasta la noche, desde el primer día de mi vida hasta hoy e, indudablemente, hasta el último.
A veces me pasa que quiero dedicarle más tiempo, "saberla" más, conocerla en profundidad con esa clase de amor que ama aunque no comprenda.
A veces me pasa que me doy cuenta de que no es habitual vivir en una ciudad que tiene árboles en flor durante casi todo el año.
A veces me pasa que el día se me escapa entre quejas, embotellamientos, veredas rotas, semáforos que no andan, plazas en eterna reparación, irrespetuosas pegatinas y bares donde no se puede fumar.
A veces me pasa que no puedo evitar la tristeza de ver chicos y no tanto revolviendo la basura, gente buscando un portal donde pasar la noche a falta de casa o refugio digno.
A veces me pasa que, a fuerza de tanta hostilidad, miseria, mal humor, piquetes, inundaciones y otras desgracias, me enojo y pienso en irme aunque sé que sólo puedo ser yo aquí, en este lugar plagado de contradicciones, rico, escurridizo. Y es sólo aquí, también, donde este oficio de escribir que me eligió y no me dejó alternativa, encuentra un idioma, una cadencia, una música y el alimento necesario para desplegarse.
Entonces me pasa que, por fin, puedo ver Buenos Aires con esos ojos ajenos de la extranjería. Y me vuelvo a enamorar.
A veces me pasa que me apena no estar conciente de todo eso que está al alcance de mis ojos, es parte de mi identidad, desde la mañana hasta la noche, desde el primer día de mi vida hasta hoy e, indudablemente, hasta el último.
A veces me pasa que quiero dedicarle más tiempo, "saberla" más, conocerla en profundidad con esa clase de amor que ama aunque no comprenda.
A veces me pasa que me doy cuenta de que no es habitual vivir en una ciudad que tiene árboles en flor durante casi todo el año.
A veces me pasa que el día se me escapa entre quejas, embotellamientos, veredas rotas, semáforos que no andan, plazas en eterna reparación, irrespetuosas pegatinas y bares donde no se puede fumar.
A veces me pasa que no puedo evitar la tristeza de ver chicos y no tanto revolviendo la basura, gente buscando un portal donde pasar la noche a falta de casa o refugio digno.
A veces me pasa que, a fuerza de tanta hostilidad, miseria, mal humor, piquetes, inundaciones y otras desgracias, me enojo y pienso en irme aunque sé que sólo puedo ser yo aquí, en este lugar plagado de contradicciones, rico, escurridizo. Y es sólo aquí, también, donde este oficio de escribir que me eligió y no me dejó alternativa, encuentra un idioma, una cadencia, una música y el alimento necesario para desplegarse.
Entonces me pasa que, por fin, puedo ver Buenos Aires con esos ojos ajenos de la extranjería. Y me vuelvo a enamorar.
4/14/2007
Tinta roja
I
Restos de papel picado, música. Unos pocos invitados que se despiden. La fiesta terminó. El la mira. Salen. Suben al tranvía. Se sientan. El le pasa la mano por encima del hombro. Acerca la boca al pelo largo, sedoso, revuelto de tanto bailar. Ella alisa el vestido negro. Acomoda el collar de perlas. Desliza suavemente una mano dentro del traje de él. Siente el latido agitado. Sonríe. Sólo se oye el ruido del coche sobre las vías, algún pájaro. Un canillita en la esquina. Tachos de basura vacíos. Luces que van apagándose de a una. Persianas bajas. Casas mudas. Saliendo del centro se ponen de pie. El barrio está más silencioso aún. Descienden. Caminan por la vereda desierta. El la abraza. La mujer alza la cabeza. El cuello se dibuja en la penumbra del amanecer. Ríe. Pero su risa es una mueca dolorida:
—Ella estaba ahí, ¿no?
II
Mirá, a mí la falta y eso que le dicen el instinto maternal no se me aparecen al mismo tiempo. Ya te lo dije: ni se me da por tejer, ni por preparar nada… ¿Me estás escuchando? A mí me agarra que me vuelvo loca, ¿sabés?, que me lo quiero sacar de encima lo antes posible… Una furia, eso, me agarra furia.
—Ya hay que ir a comer, che.
—Pará, pará un cachito que te cuento. ¿Sabés por qué nunca me dio por abortar? Porque sacárselo es lo más fácil que hay. Cualquiera conoce un abortero… y allá donde yo vivía, más. Además, porque… bueno… me pasa que me acuerdo patente, patente del momento en que me lo hicieron. Me queda grabado ese momento.
—Largá, che, me lo terminás de contar otro día…
—Mirá que estás famélica, siempre, vos.
III
Canta. Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada sobre todas tus heridas… Memoria de elefante, grita su madre desde la cocina. Pero canto tan mal, contesta. Ríen. Qué tangazo, vieja. Hoy me voy de baile, desliza como al pasar. Baile. Las manos de él ardiendo en su espalda. En su cintura. Marcando el próximo paso. Piernas entrecruzándose. Roces levísimos. Movimientos contenidos. La música cesa. La orquesta ataca, un instante después, el primer compás de Tinta roja. Miradas que se encuentran y saben dónde terminará la noche. Tango tras tango transformándose lentamente en beso tras beso. Cierra la canilla. Saca la tabla de la pileta. Se da vuelta. Escucha la música que da comienzo al radioteatro del mediodía. Seca las manos enrojecidas en el delantal y se dispone a tender. Falta tanto para la noche.
IV
¿Viste cuando los tacos de la víbora suenan en la oscuridad? Yo no los soporto. ¿Y cuando empieza a gritar: “No quiero oír ni un chistido”? Lo único que se puede hacer es esperar que se vaya. Y después, que se haga de día otra vez. Es así, nomás. Por suerte cuando me toca ayudar en la cocina la paso mejor. El otro día le puse al guiso un cacho de… mejor no te cuento… Mejor hablemos de lo que tenemos que hablar.
—¿Y de qué tenemos que hablar vos y yo?
—Mirá, primero me dio por los laxantes… me la pasaba en el baño. Tenía unas diarreas que ni te cuento.
—No, mejor no me cuentes nada. No me quiero enterar, ya tengo bastante con lo mío.
—Es que te tengo que contar… desde que llegué dije: “Esta mina me va a entender”. No sé por qué pero me dio que sí. Entonces… ¿por dónde iba? Ah, sí. Entonces me tomaba todo lo que encontraba por ahí: gotas, jarabe, pastillas… Y lo más gracioso era que todos me mi-raban con cariño: “¡Ay!, la futura mamá, mirá, pobrecita, con las náuseas del estado”. Y yo ponía cara de santa. ¡Que sé poner bien la cara de santa! Pero me moría de dolores. Lo que decía el papelito del remedio me lo aprendí de memoria, como el Padrenuestro. “El uso de este medicamento no es recomendado en el primer trimestre de embarazo. La ingestión debe ser suspendida si se presentan cólicos, dolores o diarreas. No consuma este preparado sin consultar a su médico”. Y cuando pensaba que no iba a dar resultado, entonces me lo repetía todo el tiempo… como si rezara.
—¡Basta, che! Sos una turra.
V
La luna atravesó todo el cuadrado de cielo. Se deslizó por entre las hojas de la higuera. Dibujó su estela húmeda contra las estrellas y desapareció. Sin horizonte. Cercenada por la pared. Otra vez él no vino. No pudo. Se olvidó. Surgió algo imprevisto. Trabajo. Problemas. Amigos con problemas. Lealtades que no la incluyen. Que la apartan. Que la transforman en la mitad de sí misma. Como la mitad de esa luna acuchillada por el certero filo de la medianera.
VI
Haya salido de donde haya salido, es así.
—¡Pará! ¿No te importa nada, no?
—No, no me importa nada… Y antes, lo único que quería era per-derlo… en un viaje al inodoro, en uno de esos retortijones que me agarraban. Mirá vos, tenía unos dolores que ni te cuento, unas diarreas de órdago… y lo que me salía, en vez de cara de dolor, eran sonrisas.
—¡Un hijo es un hijo, la puta que te parió! Si yo… ¡Ni loca estaba acá! ¡Ni loca!
—¿Sabés para qué sirve tener un hijo? Yo lo tuve… te lo puedo decir. Una vez que nacen, se crían de cualquier manera… resisten. Hay muy poca diferencia entre un pibe recién nacido y un colgajo de carne que un ciruja con el cuchillo bien afilado puede poner en su lugar con cuatro puntadas. Pero cada vez que yo pensaba que ese colgajo había salido de mi panza, me daba tanto asco. Más que asco. Repulsión. Bronca. Además es como te dije: ¡qué pañal ni que pañal! La mierda es mierda, no importa de dónde salió.
—¡Vos sí que no tendrías que haber nacido!
—Pero nací, y me las tuve que rebuscar como pude. Porque yo no la pasé nada bien, ¿sabés? Y vos que hablás tanto: que guacha, que hija de puta, que turra… De todo me decís. ¿Entonces vos por qué estás acá? ¿Eh?
—…
VII
La panza, adornada por una aureola de agua, se apoya contra el borde de la pileta, los pies abiertos y lejos, los brazos estirados a más no poder. Sola, increíblemente sola entre las voces del radioteatro y las miradas de reprobación. Apague la radio, vieja, que tocan Grisel… M'hijita, cada día la entiendo menos. Es que… lo bailábamos tan bien… Se esfuerza por no prestar atención a los cuchicheos: Lo vieron vestido como un dandy. Siempre se viste así. Subió a un coche. No puede ser. Acompañado. No. Salía de un edificio pituco. Estaría trabajando. Era de noche. Imposible. Varias veces. Basta. Una vez en el coche la abrazó. Basta, basta, basta.
VIII
¿Dónde anduviste?
—¡Qué te importa!
—¡Dále, che! Te estuve buscando… ¿sabés? Pregunté por vos… y nadie me supo decir.
—Mejor…
—Mirá: acá no es fácil desaparecer… Y vos no estabas ni en el patio, ni en el cuchitril, ni en el comedero. Y si vos no estás en el comedero… tiene que ser grave.
—¿Si te digo que estuve en la capilla te callás de una vez?
—No me digas que ahora te dio por rezar.
—Lo que pasa es que ayer fue… era una fecha… muy especial. Yo… necesitaba estar ahí…
—¿Sabés lo que necesitás, vos? Un macho… y, acá, el único macho que hay está, pobrecito, colgado de la cruz en la capilla…
—¡Ya sabía! Sos una bestia. ¿Quién me manda a mí a darte calce? Salí de acá. No te quiero ver más.
IX
El hospital, la sala de partos, el médico entrando para decirle… El cementerio, el eco de sus pasos en la galería de nichos. Calor. El tranvía se sacude. Las calles se suceden frente a la mirada perdida. Su madre intenta abrazarla. Deje, vieja, ya está. Los ojos se le llenan de lágrimas. No puede ser, murmura. Dígame, vieja, ¿tendríamos que haberlo bautizado?…
X
¿Se te pasó la mufa? Yo soy así, ¿sabés? Pienso algo y lo digo. Se me ocurre y ya está… Lo del otro día fue una broma, no me explico por qué te lo tomaste tan a la tremenda… che. No era para tanto.
—Salite de adelante, ¿querés? Ya te calé… y no quiero tener nada que ver con una salvaje como vos…
—Miramelá… Para que sepas, ya estuve averiguando por qué estás en este rebaño… Y no me parece que lo tuyo sea mejor que lo mío… Lo mío fue un acidente… en cambio vos te la pensaste bien… Para que sepas… trabajé toda la vida, no como vos…
—Me la pasé fregando ropa ajena, ¿te alcanza con eso? ¡Y callate! No quiero escucharte más…
—Pero me vas a tener que oír… ya te dije, se me puso que vos me ibas a entender… Y a mí cuando se me pone algo en la cabeza… no sabés cómo se me mete… Como cuando me quedé en estado de la nena… se me puso que tenía que trabajar en un baño turco, de esos de hombres, ¿viste? No le dije a nadie que estaba esperando… no se me notaba… Y conseguí el laburo nomás.
—Veo que la locura no se te pasó con el primero…
—Y yo lo que veo es que te va interesando lo que te digo, yo sabía… El vapor me bajaba la presión… entonces siempre estaba a un tris de caer redonda. Tenía unas palpitaciones… Y después del baño turco, tenía que ir con las toallas y acompañar a los tipos a la pileta de agua fría. Yo no me metía, pero imaginate el tornillo… pasar de un lugar a otro… Y de ahí al sauna. Se me secaba la nariz, la piel me tiraba… Una joya. Sumale que, para soportar, yo me tomaba la pastillita roja de subir la presión, y después la amarilla para bajarla… El médico era un santo inocente… siempre tenía algo que darme… La nena sobrevivió porque la encargada se dio cuenta de que yo estaba esperando… que si no…
—Perdoname que me meta… pero, ¿y tu marido?
—Estás perdonada, Caperucita. A vos te enrolla cualquiera… ¿qué marido? Una sola vez tuve algo que se parecía a un marido… por seis meses… y no me lo aguanté. Y además, te aclaro que no es el padre de ninguno de los dos pibes. Me di cuenta enseguida… los tipos son los animales más felices del planeta, tienen los calzoncillos y eso les alcanza para no ver más allá de donde se les abulta…
XI
La mano jugueteando con el vello. Te mataría si volvés a irte. Sonrisa. Pero chiquita, si yo soy el hombre de tu vida. Quedate para siempre, por favor. Bueno, pichona… Si me dejás otra vez, te mato. La uña se clava en la tetilla. ¿Qué te agarró? Silencio. ¿Te volviste loca? Es que… Caricia. Bueno, por lo menos quedate a dormir hoy… Pero, nena, qué va a pensar la gente… que soy un cafiolo.
XII
¿Sabés que hoy se va la de la ciento dieciocho?
—¿Y a mí qué me importa?
—¡Esa sí que la pasó bien! Se acomodó en cuanto entró. Con la víbora. Le sorbió los calcetines hasta que se la metió en el bolsillo… ¿Por qué te quedaste muda? Ya sé… estás esperando que me engan-che a batirte la mía, ¿no? Claro, pero no te animás a decirme… Vos también sos bastante capotosta… Así decía mi viejo: capotosta. Y te pegaba cada coscorrón que las ideas se te mezclaban todas… Más de una vez se me puso que yo quedé así por eso… Lo que no me explico es por qué vos… parecés una buena mina… Vos no tenés esa cosa fulera que tienen todas las de acá.
—¿Por qué “tienen”? ¿Y vos qué sos?
—No me hagás engranar, ¿eh? ¿No me escuchás cuando te hablo? Yo estoy acá por una equivocación. Lo mío fue un accidente. El gas que se jodió. Depués dijeron que la perilla del horno estaba abierta… que yo sabía… que hubo… ¿cómo dicen los cuervos?… premeditación, eso, premeditación. Pero yo te puedo contar la verdad. Estaban los dos ahí, dormidos… tranquilitos… Ese día los vi… parecían unos santos…
—Lindo momento para arrepentirte, vos.
—Yo no tengo nada de qué arrepentirme, ¿entendés?
XIII
Le devuelve el mate. Porque la mujer que está conmigo tiene que ser la más linda. Ella apoya la pava en el piso de la cocina. Va a haber gente importante. Le pido prestado el collar de perlas a Delia. Está muy dulce. ¿Y yo qué tengo que hacer en una fiesta pituca? ¿Tanto tiempo que nos conocemos y todavía no aprendiste a cebar como a mí me gusta? Ella se levanta, vacía la yerba en el tacho y tira el mate en la pileta. Te me ponés hecha una rosa, ¿sabés, mamita? No me digas más así… te vas a arrepentir. Vení para acá. La agarra de los hombros para besarla. Me volvés loco cuando te enojás. Soltame, che, que va en serio.
XIV
¡Qué hacés, mamá!
—¡Yo no soy tu vieja! Dios me libre…
—¡Huy! le agarró el ataque de… Era una forma de decir, mamita. Y de regalarte un piropo… si vos estás seca por adentro, ¡qué vas a ser madre! ¡Ni madre superiora de un convento podés ser vos!…
—No te pasés, ¿me oíste? Vos creés que te las sabés todas, hay que escucharte de la mañana a la noche con tu radioteatro, aguantarse las ganas de acogotarte de las barbaridades que decís… Pero una también tiene sus cosas…
—Bueno, che… tan tranquilita que parecías… una santa… y mirá cómo te ponés… Aunque, sabiendo lo que hiciste y de la manera que lo hiciste… no hay que extrañarse…
—¿Y qué sabés, vos? ¿Sabés lo que se siente cuando te enterás que no sos nada, que te podría cambiar como se cambia de camisa? ¡Qué vas a saber!
—Pará, pará… apagá la radio, mamá… que la hora de la novela ya pasó…
—…
—¿No te me vas a poner a llorar ahora, no?
XV
—Ella estaba ahí, ¿no?
No vuelve a hablar. Cruzan el patio. Algunos pedacitos de papel picado se desparraman a su paso. Entran a la pieza. Se deja acariciar. Un suspiro tras otro. Esta vez no se va. Cae el vestido. Un gemido tras otro. Se queda conmigo para siempre. Las manos buscan el portaligas. Un vaivén ininterrumpido. Furioso. La maraña de piernas y brazos deshaciéndose en la cama. Poco a poco. La respiración cada vez más acompasada de él. Contenida la de ella. Pasos leves hasta la cocina. Maldita puerta que hace ruido. El piso frío del patio. La canilla gotea. La luna suave entre las ramas de la higuera. Un grito ahogado. Y el destello de la hoja de metal iluminando la noche.
—Ella estaba ahí, ¿no?
II
Mirá, a mí la falta y eso que le dicen el instinto maternal no se me aparecen al mismo tiempo. Ya te lo dije: ni se me da por tejer, ni por preparar nada… ¿Me estás escuchando? A mí me agarra que me vuelvo loca, ¿sabés?, que me lo quiero sacar de encima lo antes posible… Una furia, eso, me agarra furia.
—Ya hay que ir a comer, che.
—Pará, pará un cachito que te cuento. ¿Sabés por qué nunca me dio por abortar? Porque sacárselo es lo más fácil que hay. Cualquiera conoce un abortero… y allá donde yo vivía, más. Además, porque… bueno… me pasa que me acuerdo patente, patente del momento en que me lo hicieron. Me queda grabado ese momento.
—Largá, che, me lo terminás de contar otro día…
—Mirá que estás famélica, siempre, vos.
III
Canta. Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada sobre todas tus heridas… Memoria de elefante, grita su madre desde la cocina. Pero canto tan mal, contesta. Ríen. Qué tangazo, vieja. Hoy me voy de baile, desliza como al pasar. Baile. Las manos de él ardiendo en su espalda. En su cintura. Marcando el próximo paso. Piernas entrecruzándose. Roces levísimos. Movimientos contenidos. La música cesa. La orquesta ataca, un instante después, el primer compás de Tinta roja. Miradas que se encuentran y saben dónde terminará la noche. Tango tras tango transformándose lentamente en beso tras beso. Cierra la canilla. Saca la tabla de la pileta. Se da vuelta. Escucha la música que da comienzo al radioteatro del mediodía. Seca las manos enrojecidas en el delantal y se dispone a tender. Falta tanto para la noche.
IV
¿Viste cuando los tacos de la víbora suenan en la oscuridad? Yo no los soporto. ¿Y cuando empieza a gritar: “No quiero oír ni un chistido”? Lo único que se puede hacer es esperar que se vaya. Y después, que se haga de día otra vez. Es así, nomás. Por suerte cuando me toca ayudar en la cocina la paso mejor. El otro día le puse al guiso un cacho de… mejor no te cuento… Mejor hablemos de lo que tenemos que hablar.
—¿Y de qué tenemos que hablar vos y yo?
—Mirá, primero me dio por los laxantes… me la pasaba en el baño. Tenía unas diarreas que ni te cuento.
—No, mejor no me cuentes nada. No me quiero enterar, ya tengo bastante con lo mío.
—Es que te tengo que contar… desde que llegué dije: “Esta mina me va a entender”. No sé por qué pero me dio que sí. Entonces… ¿por dónde iba? Ah, sí. Entonces me tomaba todo lo que encontraba por ahí: gotas, jarabe, pastillas… Y lo más gracioso era que todos me mi-raban con cariño: “¡Ay!, la futura mamá, mirá, pobrecita, con las náuseas del estado”. Y yo ponía cara de santa. ¡Que sé poner bien la cara de santa! Pero me moría de dolores. Lo que decía el papelito del remedio me lo aprendí de memoria, como el Padrenuestro. “El uso de este medicamento no es recomendado en el primer trimestre de embarazo. La ingestión debe ser suspendida si se presentan cólicos, dolores o diarreas. No consuma este preparado sin consultar a su médico”. Y cuando pensaba que no iba a dar resultado, entonces me lo repetía todo el tiempo… como si rezara.
—¡Basta, che! Sos una turra.
V
La luna atravesó todo el cuadrado de cielo. Se deslizó por entre las hojas de la higuera. Dibujó su estela húmeda contra las estrellas y desapareció. Sin horizonte. Cercenada por la pared. Otra vez él no vino. No pudo. Se olvidó. Surgió algo imprevisto. Trabajo. Problemas. Amigos con problemas. Lealtades que no la incluyen. Que la apartan. Que la transforman en la mitad de sí misma. Como la mitad de esa luna acuchillada por el certero filo de la medianera.
VI
Haya salido de donde haya salido, es así.
—¡Pará! ¿No te importa nada, no?
—No, no me importa nada… Y antes, lo único que quería era per-derlo… en un viaje al inodoro, en uno de esos retortijones que me agarraban. Mirá vos, tenía unos dolores que ni te cuento, unas diarreas de órdago… y lo que me salía, en vez de cara de dolor, eran sonrisas.
—¡Un hijo es un hijo, la puta que te parió! Si yo… ¡Ni loca estaba acá! ¡Ni loca!
—¿Sabés para qué sirve tener un hijo? Yo lo tuve… te lo puedo decir. Una vez que nacen, se crían de cualquier manera… resisten. Hay muy poca diferencia entre un pibe recién nacido y un colgajo de carne que un ciruja con el cuchillo bien afilado puede poner en su lugar con cuatro puntadas. Pero cada vez que yo pensaba que ese colgajo había salido de mi panza, me daba tanto asco. Más que asco. Repulsión. Bronca. Además es como te dije: ¡qué pañal ni que pañal! La mierda es mierda, no importa de dónde salió.
—¡Vos sí que no tendrías que haber nacido!
—Pero nací, y me las tuve que rebuscar como pude. Porque yo no la pasé nada bien, ¿sabés? Y vos que hablás tanto: que guacha, que hija de puta, que turra… De todo me decís. ¿Entonces vos por qué estás acá? ¿Eh?
—…
VII
La panza, adornada por una aureola de agua, se apoya contra el borde de la pileta, los pies abiertos y lejos, los brazos estirados a más no poder. Sola, increíblemente sola entre las voces del radioteatro y las miradas de reprobación. Apague la radio, vieja, que tocan Grisel… M'hijita, cada día la entiendo menos. Es que… lo bailábamos tan bien… Se esfuerza por no prestar atención a los cuchicheos: Lo vieron vestido como un dandy. Siempre se viste así. Subió a un coche. No puede ser. Acompañado. No. Salía de un edificio pituco. Estaría trabajando. Era de noche. Imposible. Varias veces. Basta. Una vez en el coche la abrazó. Basta, basta, basta.
VIII
¿Dónde anduviste?
—¡Qué te importa!
—¡Dále, che! Te estuve buscando… ¿sabés? Pregunté por vos… y nadie me supo decir.
—Mejor…
—Mirá: acá no es fácil desaparecer… Y vos no estabas ni en el patio, ni en el cuchitril, ni en el comedero. Y si vos no estás en el comedero… tiene que ser grave.
—¿Si te digo que estuve en la capilla te callás de una vez?
—No me digas que ahora te dio por rezar.
—Lo que pasa es que ayer fue… era una fecha… muy especial. Yo… necesitaba estar ahí…
—¿Sabés lo que necesitás, vos? Un macho… y, acá, el único macho que hay está, pobrecito, colgado de la cruz en la capilla…
—¡Ya sabía! Sos una bestia. ¿Quién me manda a mí a darte calce? Salí de acá. No te quiero ver más.
IX
El hospital, la sala de partos, el médico entrando para decirle… El cementerio, el eco de sus pasos en la galería de nichos. Calor. El tranvía se sacude. Las calles se suceden frente a la mirada perdida. Su madre intenta abrazarla. Deje, vieja, ya está. Los ojos se le llenan de lágrimas. No puede ser, murmura. Dígame, vieja, ¿tendríamos que haberlo bautizado?…
X
¿Se te pasó la mufa? Yo soy así, ¿sabés? Pienso algo y lo digo. Se me ocurre y ya está… Lo del otro día fue una broma, no me explico por qué te lo tomaste tan a la tremenda… che. No era para tanto.
—Salite de adelante, ¿querés? Ya te calé… y no quiero tener nada que ver con una salvaje como vos…
—Miramelá… Para que sepas, ya estuve averiguando por qué estás en este rebaño… Y no me parece que lo tuyo sea mejor que lo mío… Lo mío fue un acidente… en cambio vos te la pensaste bien… Para que sepas… trabajé toda la vida, no como vos…
—Me la pasé fregando ropa ajena, ¿te alcanza con eso? ¡Y callate! No quiero escucharte más…
—Pero me vas a tener que oír… ya te dije, se me puso que vos me ibas a entender… Y a mí cuando se me pone algo en la cabeza… no sabés cómo se me mete… Como cuando me quedé en estado de la nena… se me puso que tenía que trabajar en un baño turco, de esos de hombres, ¿viste? No le dije a nadie que estaba esperando… no se me notaba… Y conseguí el laburo nomás.
—Veo que la locura no se te pasó con el primero…
—Y yo lo que veo es que te va interesando lo que te digo, yo sabía… El vapor me bajaba la presión… entonces siempre estaba a un tris de caer redonda. Tenía unas palpitaciones… Y después del baño turco, tenía que ir con las toallas y acompañar a los tipos a la pileta de agua fría. Yo no me metía, pero imaginate el tornillo… pasar de un lugar a otro… Y de ahí al sauna. Se me secaba la nariz, la piel me tiraba… Una joya. Sumale que, para soportar, yo me tomaba la pastillita roja de subir la presión, y después la amarilla para bajarla… El médico era un santo inocente… siempre tenía algo que darme… La nena sobrevivió porque la encargada se dio cuenta de que yo estaba esperando… que si no…
—Perdoname que me meta… pero, ¿y tu marido?
—Estás perdonada, Caperucita. A vos te enrolla cualquiera… ¿qué marido? Una sola vez tuve algo que se parecía a un marido… por seis meses… y no me lo aguanté. Y además, te aclaro que no es el padre de ninguno de los dos pibes. Me di cuenta enseguida… los tipos son los animales más felices del planeta, tienen los calzoncillos y eso les alcanza para no ver más allá de donde se les abulta…
XI
La mano jugueteando con el vello. Te mataría si volvés a irte. Sonrisa. Pero chiquita, si yo soy el hombre de tu vida. Quedate para siempre, por favor. Bueno, pichona… Si me dejás otra vez, te mato. La uña se clava en la tetilla. ¿Qué te agarró? Silencio. ¿Te volviste loca? Es que… Caricia. Bueno, por lo menos quedate a dormir hoy… Pero, nena, qué va a pensar la gente… que soy un cafiolo.
XII
¿Sabés que hoy se va la de la ciento dieciocho?
—¿Y a mí qué me importa?
—¡Esa sí que la pasó bien! Se acomodó en cuanto entró. Con la víbora. Le sorbió los calcetines hasta que se la metió en el bolsillo… ¿Por qué te quedaste muda? Ya sé… estás esperando que me engan-che a batirte la mía, ¿no? Claro, pero no te animás a decirme… Vos también sos bastante capotosta… Así decía mi viejo: capotosta. Y te pegaba cada coscorrón que las ideas se te mezclaban todas… Más de una vez se me puso que yo quedé así por eso… Lo que no me explico es por qué vos… parecés una buena mina… Vos no tenés esa cosa fulera que tienen todas las de acá.
—¿Por qué “tienen”? ¿Y vos qué sos?
—No me hagás engranar, ¿eh? ¿No me escuchás cuando te hablo? Yo estoy acá por una equivocación. Lo mío fue un accidente. El gas que se jodió. Depués dijeron que la perilla del horno estaba abierta… que yo sabía… que hubo… ¿cómo dicen los cuervos?… premeditación, eso, premeditación. Pero yo te puedo contar la verdad. Estaban los dos ahí, dormidos… tranquilitos… Ese día los vi… parecían unos santos…
—Lindo momento para arrepentirte, vos.
—Yo no tengo nada de qué arrepentirme, ¿entendés?
XIII
Le devuelve el mate. Porque la mujer que está conmigo tiene que ser la más linda. Ella apoya la pava en el piso de la cocina. Va a haber gente importante. Le pido prestado el collar de perlas a Delia. Está muy dulce. ¿Y yo qué tengo que hacer en una fiesta pituca? ¿Tanto tiempo que nos conocemos y todavía no aprendiste a cebar como a mí me gusta? Ella se levanta, vacía la yerba en el tacho y tira el mate en la pileta. Te me ponés hecha una rosa, ¿sabés, mamita? No me digas más así… te vas a arrepentir. Vení para acá. La agarra de los hombros para besarla. Me volvés loco cuando te enojás. Soltame, che, que va en serio.
XIV
¡Qué hacés, mamá!
—¡Yo no soy tu vieja! Dios me libre…
—¡Huy! le agarró el ataque de… Era una forma de decir, mamita. Y de regalarte un piropo… si vos estás seca por adentro, ¡qué vas a ser madre! ¡Ni madre superiora de un convento podés ser vos!…
—No te pasés, ¿me oíste? Vos creés que te las sabés todas, hay que escucharte de la mañana a la noche con tu radioteatro, aguantarse las ganas de acogotarte de las barbaridades que decís… Pero una también tiene sus cosas…
—Bueno, che… tan tranquilita que parecías… una santa… y mirá cómo te ponés… Aunque, sabiendo lo que hiciste y de la manera que lo hiciste… no hay que extrañarse…
—¿Y qué sabés, vos? ¿Sabés lo que se siente cuando te enterás que no sos nada, que te podría cambiar como se cambia de camisa? ¡Qué vas a saber!
—Pará, pará… apagá la radio, mamá… que la hora de la novela ya pasó…
—…
—¿No te me vas a poner a llorar ahora, no?
XV
—Ella estaba ahí, ¿no?
No vuelve a hablar. Cruzan el patio. Algunos pedacitos de papel picado se desparraman a su paso. Entran a la pieza. Se deja acariciar. Un suspiro tras otro. Esta vez no se va. Cae el vestido. Un gemido tras otro. Se queda conmigo para siempre. Las manos buscan el portaligas. Un vaivén ininterrumpido. Furioso. La maraña de piernas y brazos deshaciéndose en la cama. Poco a poco. La respiración cada vez más acompasada de él. Contenida la de ella. Pasos leves hasta la cocina. Maldita puerta que hace ruido. El piso frío del patio. La canilla gotea. La luna suave entre las ramas de la higuera. Un grito ahogado. Y el destello de la hoja de metal iluminando la noche.
4/13/2007
Sin red
Ser conciente del borde.
El borde: la línea
entre cielo
e infierno.
Eros y Tánatos
sin saber
de qué lado, en qué
sitio,
quién.
El borde: la línea
entre cielo
e infierno.
Eros y Tánatos
sin saber
de qué lado, en qué
sitio,
quién.
Nosotros dos
Christian Lucero
Fragmento
Fragmento
(...) Y aunque nunca Te lo diga
cuando me tocas
en aquel juego de manos
que parecen olas y
aunque nunca Me lo digas
cuando te miro
en aquel juego de miradas
que semejan gaviotas
lo que realmente importa
es que este sentimiento
se ha vuelto verdadero.
Secreto
Aguas luminosas en la oscuridad.
Aguas iluminadas
que corren
en torrentes silenciosos.
Aguas encerradas
que suben y bajan
en el alma
de piedra
de la montaña
que somos
vos y yo.
Así es el amor:
un río subterráneo.
Aguas iluminadas
que corren
en torrentes silenciosos.
Aguas encerradas
que suben y bajan
en el alma
de piedra
de la montaña
que somos
vos y yo.
Así es el amor:
un río subterráneo.
4/12/2007
Hernández en su pesadilla
Mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Las promesas prequirúrgicas hablan de unos hermosísimos hexágonos irregulares, más largos que anchos. Enormes esmeraldas engarzadas en oro. Piensa en el facetado, en el reflejo, en el conjunto y en el contraste. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en las carnes taladas. Las promesas prequirúrgicas no hablan de la visión. Tampoco pregunta, fascinada con la idea de los enormes ojos verdes. Se entrega a los bisturíes con la confianza de aquel a quien el sentido común le impide preguntar. Para la libertad sangro, lucho, pervivo, para la libertad. Ojos más grandes, mayor visión. Ojos más claros, más luz. Entrega sus ojos por codicia y por vanidad. Los cierra por última vez antes de la anestesia. Retornarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Cierra los ojos. Desaparece del mundo consciente para perderse en las tinieblas del sueño forzado. Descanso químico. Fuera del tiempo. Vuelve sin recuerdos de los procedimientos que tuvieron lugar en ella. Guarda en la memoria las imágenes de ayer sólo para compararlas con las futuras, más nítidas, más dibujadas, mas perfectas. Ha entregado sus viejos ojos a cambio de unos nuevos. Despierta al horror. Sin párpados y sin luz. Ojos eternamente abiertos al vacío. Comprende que deberá aprender a leer con los dedos, a aguzar el olfato y el oído. Comprende que las imágenes desmerecidas que guardó en la memoria serán las únicas que la acompañarán en el reaprendizaje de ese mundo negro. Comprende que jamás verá estos ojos verdes, transparentes e inútiles. Comprende que alguien verá el mundo con sus viejos ojos. Aún tengo la vida. Aún tengo la vida. Canta.
4/11/2007
Servidumbre
Duerme el animal
y, en sus sueños,
devora el alimento que le ofrezco.
Duerme la fiera
mientras, a sus pies,
vigilo ese descanso.
Atenta al rostro
que muda expresiones:
de la placidez a la crispación.
De la agonía al éxtasis.
De la ternura a la violencia.
Entre ronroneos,
gemidos
y ahogados rugidos.
Duerme el animal al que temo,
esclava de su hambre,
sierva de sus apetitos.
Duerme y, mientras tanto,
yo lo escribo
para que no me consuma.
y, en sus sueños,
devora el alimento que le ofrezco.
Duerme la fiera
mientras, a sus pies,
vigilo ese descanso.
Atenta al rostro
que muda expresiones:
de la placidez a la crispación.
De la agonía al éxtasis.
De la ternura a la violencia.
Entre ronroneos,
gemidos
y ahogados rugidos.
Duerme el animal al que temo,
esclava de su hambre,
sierva de sus apetitos.
Duerme y, mientras tanto,
yo lo escribo
para que no me consuma.
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