4/12/2007

Hernández en su pesadilla

Mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Las promesas prequirúrgicas hablan de unos hermosísimos hexágonos irregulares, más largos que anchos. Enormes esmeraldas engarzadas en oro. Piensa en el facetado, en el reflejo, en el conjunto y en el contraste. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en las carnes taladas. Las promesas prequirúrgicas no hablan de la visión. Tampoco pregunta, fascinada con la idea de los enormes ojos verdes. Se entrega a los bisturíes con la confianza de aquel a quien el sentido común le impide preguntar. Para la libertad sangro, lucho, pervivo, para la libertad. Ojos más grandes, mayor visión. Ojos más claros, más luz. Entrega sus ojos por codicia y por vanidad. Los cierra por última vez antes de la anestesia. Retornarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Cierra los ojos. Desaparece del mundo consciente para perderse en las tinieblas del sueño forzado. Descanso químico. Fuera del tiempo. Vuelve sin recuerdos de los procedimientos que tuvieron lugar en ella. Guarda en la memoria las imágenes de ayer sólo para compararlas con las futuras, más nítidas, más dibujadas, mas perfectas. Ha entregado sus viejos ojos a cambio de unos nuevos. Despierta al horror. Sin párpados y sin luz. Ojos eternamente abiertos al vacío. Comprende que deberá aprender a leer con los dedos, a aguzar el olfato y el oído. Comprende que las imágenes desmerecidas que guardó en la memoria serán las únicas que la acompañarán en el reaprendizaje de ese mundo negro. Comprende que jamás verá estos ojos verdes, transparentes e inútiles. Comprende que alguien verá el mundo con sus viejos ojos. Aún tengo la vida. Aún tengo la vida. Canta.

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