Primero es una imagen. Una suerte de foto de la memoria. Inexistente. Sutil captura de un ojo que, más que mirar, espía. Algo pequeño, un accidente de la realidad que puede ser fácilmente descartado y perderse en el transcurrir rutinario de los días pero que, sin embargo, elige insistir hasta que no tengo más remedio que prestarle atención.
Con el correr del tiempo, aleatoriamente minutos, horas o días, la imagen va rodeándose de otros elementos que, poco a poco, la trasforman en una historia minúscula, una anécdota detallada pero con un encuadre feroz. Es en ese recorte donde se asienta su potencia.
En ocasiones, llegado ese punto todo desaparece: imagen, elementos complementarios, historia, foto. Ese primer momento en el que advierto la falta, me produce, por lo general, una profunda incertidumbre. ¿Debería haber hecho algo más para atraparla? ¿Se perdió para siempre? ¿Volverá con las mismas características o ese viaje inextricable la habrá despojado de su carácter vívido y carnal?
De todos modos, con el tiempo he aprendido a relajarme frente a la ausencia y a entregarme a la certeza de que algo la traerá de vuelta en el momento indicado con su forma o vestida de otros ropajes que inevitablemente serán los necesarios. Pienso que se ha escondido momentáneamente para continuar en la intimidad con un proceso de construcción y consolidación en el que, muy a mi pesar, no tengo participación alguna. Sumergida en una especie de caldero donde lo que se cocina se cocinará de todas maneras, sin incidencia alguna de mi mirada.
El regreso se manifiesta en mi cuerpo como un malestar indefinible a la altura del estómago. Desazón, desconcierto o angustia no alcanzan a dibujar por completo esa sensación. Desasosiego es, tal vez, la palabra que más se ajusta a una todavía incompleta descripción. Desasosiego e incomodidad. Una súbita hiperkinesis que me lleva a caminar de un lado a otro y la inquietud de mi estómago me remiten vagamente al pobre hombre para quien vomitar conejitos era algo absolutamente normal siempre y cuando los curiosos alumbramientos orales se produjeran respetando las cinco o seis semanas de intervalo. Entonces, como un perro que ha buscado, dando vueltas sobre sí mismo, un sitio para echarse, encuentro el lugar donde escribir, y el texto sobreviene, completo, suave y vivaz. Como un conejito.
Con el correr del tiempo, aleatoriamente minutos, horas o días, la imagen va rodeándose de otros elementos que, poco a poco, la trasforman en una historia minúscula, una anécdota detallada pero con un encuadre feroz. Es en ese recorte donde se asienta su potencia.
En ocasiones, llegado ese punto todo desaparece: imagen, elementos complementarios, historia, foto. Ese primer momento en el que advierto la falta, me produce, por lo general, una profunda incertidumbre. ¿Debería haber hecho algo más para atraparla? ¿Se perdió para siempre? ¿Volverá con las mismas características o ese viaje inextricable la habrá despojado de su carácter vívido y carnal?
De todos modos, con el tiempo he aprendido a relajarme frente a la ausencia y a entregarme a la certeza de que algo la traerá de vuelta en el momento indicado con su forma o vestida de otros ropajes que inevitablemente serán los necesarios. Pienso que se ha escondido momentáneamente para continuar en la intimidad con un proceso de construcción y consolidación en el que, muy a mi pesar, no tengo participación alguna. Sumergida en una especie de caldero donde lo que se cocina se cocinará de todas maneras, sin incidencia alguna de mi mirada.
El regreso se manifiesta en mi cuerpo como un malestar indefinible a la altura del estómago. Desazón, desconcierto o angustia no alcanzan a dibujar por completo esa sensación. Desasosiego es, tal vez, la palabra que más se ajusta a una todavía incompleta descripción. Desasosiego e incomodidad. Una súbita hiperkinesis que me lleva a caminar de un lado a otro y la inquietud de mi estómago me remiten vagamente al pobre hombre para quien vomitar conejitos era algo absolutamente normal siempre y cuando los curiosos alumbramientos orales se produjeran respetando las cinco o seis semanas de intervalo. Entonces, como un perro que ha buscado, dando vueltas sobre sí mismo, un sitio para echarse, encuentro el lugar donde escribir, y el texto sobreviene, completo, suave y vivaz. Como un conejito.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario