Restos de papel picado, música. Unos pocos invitados que se despiden. La fiesta terminó. El la mira. Salen. Suben al tranvía. Se sientan. El le pasa la mano por encima del hombro. Acerca la boca al pelo largo, sedoso, revuelto de tanto bailar. Ella alisa el vestido negro. Acomoda el collar de perlas. Desliza suavemente una mano dentro del traje de él. Siente el latido agitado. Sonríe. Sólo se oye el ruido del coche sobre las vías, algún pájaro. Un canillita en la esquina. Tachos de basura vacíos. Luces que van apagándose de a una. Persianas bajas. Casas mudas. Saliendo del centro se ponen de pie. El barrio está más silencioso aún. Descienden. Caminan por la vereda desierta. El la abraza. La mujer alza la cabeza. El cuello se dibuja en la penumbra del amanecer. Ríe. Pero su risa es una mueca dolorida:
—Ella estaba ahí, ¿no?
II
Mirá, a mí la falta y eso que le dicen el instinto maternal no se me aparecen al mismo tiempo. Ya te lo dije: ni se me da por tejer, ni por preparar nada… ¿Me estás escuchando? A mí me agarra que me vuelvo loca, ¿sabés?, que me lo quiero sacar de encima lo antes posible… Una furia, eso, me agarra furia.
—Ya hay que ir a comer, che.
—Pará, pará un cachito que te cuento. ¿Sabés por qué nunca me dio por abortar? Porque sacárselo es lo más fácil que hay. Cualquiera conoce un abortero… y allá donde yo vivía, más. Además, porque… bueno… me pasa que me acuerdo patente, patente del momento en que me lo hicieron. Me queda grabado ese momento.
—Largá, che, me lo terminás de contar otro día…
—Mirá que estás famélica, siempre, vos.
III
Canta. Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada sobre todas tus heridas… Memoria de elefante, grita su madre desde la cocina. Pero canto tan mal, contesta. Ríen. Qué tangazo, vieja. Hoy me voy de baile, desliza como al pasar. Baile. Las manos de él ardiendo en su espalda. En su cintura. Marcando el próximo paso. Piernas entrecruzándose. Roces levísimos. Movimientos contenidos. La música cesa. La orquesta ataca, un instante después, el primer compás de Tinta roja. Miradas que se encuentran y saben dónde terminará la noche. Tango tras tango transformándose lentamente en beso tras beso. Cierra la canilla. Saca la tabla de la pileta. Se da vuelta. Escucha la música que da comienzo al radioteatro del mediodía. Seca las manos enrojecidas en el delantal y se dispone a tender. Falta tanto para la noche.
IV
¿Viste cuando los tacos de la víbora suenan en la oscuridad? Yo no los soporto. ¿Y cuando empieza a gritar: “No quiero oír ni un chistido”? Lo único que se puede hacer es esperar que se vaya. Y después, que se haga de día otra vez. Es así, nomás. Por suerte cuando me toca ayudar en la cocina la paso mejor. El otro día le puse al guiso un cacho de… mejor no te cuento… Mejor hablemos de lo que tenemos que hablar.
—¿Y de qué tenemos que hablar vos y yo?
—Mirá, primero me dio por los laxantes… me la pasaba en el baño. Tenía unas diarreas que ni te cuento.
—No, mejor no me cuentes nada. No me quiero enterar, ya tengo bastante con lo mío.
—Es que te tengo que contar… desde que llegué dije: “Esta mina me va a entender”. No sé por qué pero me dio que sí. Entonces… ¿por dónde iba? Ah, sí. Entonces me tomaba todo lo que encontraba por ahí: gotas, jarabe, pastillas… Y lo más gracioso era que todos me mi-raban con cariño: “¡Ay!, la futura mamá, mirá, pobrecita, con las náuseas del estado”. Y yo ponía cara de santa. ¡Que sé poner bien la cara de santa! Pero me moría de dolores. Lo que decía el papelito del remedio me lo aprendí de memoria, como el Padrenuestro. “El uso de este medicamento no es recomendado en el primer trimestre de embarazo. La ingestión debe ser suspendida si se presentan cólicos, dolores o diarreas. No consuma este preparado sin consultar a su médico”. Y cuando pensaba que no iba a dar resultado, entonces me lo repetía todo el tiempo… como si rezara.
—¡Basta, che! Sos una turra.
V
La luna atravesó todo el cuadrado de cielo. Se deslizó por entre las hojas de la higuera. Dibujó su estela húmeda contra las estrellas y desapareció. Sin horizonte. Cercenada por la pared. Otra vez él no vino. No pudo. Se olvidó. Surgió algo imprevisto. Trabajo. Problemas. Amigos con problemas. Lealtades que no la incluyen. Que la apartan. Que la transforman en la mitad de sí misma. Como la mitad de esa luna acuchillada por el certero filo de la medianera.
VI
Haya salido de donde haya salido, es así.
—¡Pará! ¿No te importa nada, no?
—No, no me importa nada… Y antes, lo único que quería era per-derlo… en un viaje al inodoro, en uno de esos retortijones que me agarraban. Mirá vos, tenía unos dolores que ni te cuento, unas diarreas de órdago… y lo que me salía, en vez de cara de dolor, eran sonrisas.
—¡Un hijo es un hijo, la puta que te parió! Si yo… ¡Ni loca estaba acá! ¡Ni loca!
—¿Sabés para qué sirve tener un hijo? Yo lo tuve… te lo puedo decir. Una vez que nacen, se crían de cualquier manera… resisten. Hay muy poca diferencia entre un pibe recién nacido y un colgajo de carne que un ciruja con el cuchillo bien afilado puede poner en su lugar con cuatro puntadas. Pero cada vez que yo pensaba que ese colgajo había salido de mi panza, me daba tanto asco. Más que asco. Repulsión. Bronca. Además es como te dije: ¡qué pañal ni que pañal! La mierda es mierda, no importa de dónde salió.
—¡Vos sí que no tendrías que haber nacido!
—Pero nací, y me las tuve que rebuscar como pude. Porque yo no la pasé nada bien, ¿sabés? Y vos que hablás tanto: que guacha, que hija de puta, que turra… De todo me decís. ¿Entonces vos por qué estás acá? ¿Eh?
—…
VII
La panza, adornada por una aureola de agua, se apoya contra el borde de la pileta, los pies abiertos y lejos, los brazos estirados a más no poder. Sola, increíblemente sola entre las voces del radioteatro y las miradas de reprobación. Apague la radio, vieja, que tocan Grisel… M'hijita, cada día la entiendo menos. Es que… lo bailábamos tan bien… Se esfuerza por no prestar atención a los cuchicheos: Lo vieron vestido como un dandy. Siempre se viste así. Subió a un coche. No puede ser. Acompañado. No. Salía de un edificio pituco. Estaría trabajando. Era de noche. Imposible. Varias veces. Basta. Una vez en el coche la abrazó. Basta, basta, basta.
VIII
¿Dónde anduviste?
—¡Qué te importa!
—¡Dále, che! Te estuve buscando… ¿sabés? Pregunté por vos… y nadie me supo decir.
—Mejor…
—Mirá: acá no es fácil desaparecer… Y vos no estabas ni en el patio, ni en el cuchitril, ni en el comedero. Y si vos no estás en el comedero… tiene que ser grave.
—¿Si te digo que estuve en la capilla te callás de una vez?
—No me digas que ahora te dio por rezar.
—Lo que pasa es que ayer fue… era una fecha… muy especial. Yo… necesitaba estar ahí…
—¿Sabés lo que necesitás, vos? Un macho… y, acá, el único macho que hay está, pobrecito, colgado de la cruz en la capilla…
—¡Ya sabía! Sos una bestia. ¿Quién me manda a mí a darte calce? Salí de acá. No te quiero ver más.
IX
El hospital, la sala de partos, el médico entrando para decirle… El cementerio, el eco de sus pasos en la galería de nichos. Calor. El tranvía se sacude. Las calles se suceden frente a la mirada perdida. Su madre intenta abrazarla. Deje, vieja, ya está. Los ojos se le llenan de lágrimas. No puede ser, murmura. Dígame, vieja, ¿tendríamos que haberlo bautizado?…
X
¿Se te pasó la mufa? Yo soy así, ¿sabés? Pienso algo y lo digo. Se me ocurre y ya está… Lo del otro día fue una broma, no me explico por qué te lo tomaste tan a la tremenda… che. No era para tanto.
—Salite de adelante, ¿querés? Ya te calé… y no quiero tener nada que ver con una salvaje como vos…
—Miramelá… Para que sepas, ya estuve averiguando por qué estás en este rebaño… Y no me parece que lo tuyo sea mejor que lo mío… Lo mío fue un acidente… en cambio vos te la pensaste bien… Para que sepas… trabajé toda la vida, no como vos…
—Me la pasé fregando ropa ajena, ¿te alcanza con eso? ¡Y callate! No quiero escucharte más…
—Pero me vas a tener que oír… ya te dije, se me puso que vos me ibas a entender… Y a mí cuando se me pone algo en la cabeza… no sabés cómo se me mete… Como cuando me quedé en estado de la nena… se me puso que tenía que trabajar en un baño turco, de esos de hombres, ¿viste? No le dije a nadie que estaba esperando… no se me notaba… Y conseguí el laburo nomás.
—Veo que la locura no se te pasó con el primero…
—Y yo lo que veo es que te va interesando lo que te digo, yo sabía… El vapor me bajaba la presión… entonces siempre estaba a un tris de caer redonda. Tenía unas palpitaciones… Y después del baño turco, tenía que ir con las toallas y acompañar a los tipos a la pileta de agua fría. Yo no me metía, pero imaginate el tornillo… pasar de un lugar a otro… Y de ahí al sauna. Se me secaba la nariz, la piel me tiraba… Una joya. Sumale que, para soportar, yo me tomaba la pastillita roja de subir la presión, y después la amarilla para bajarla… El médico era un santo inocente… siempre tenía algo que darme… La nena sobrevivió porque la encargada se dio cuenta de que yo estaba esperando… que si no…
—Perdoname que me meta… pero, ¿y tu marido?
—Estás perdonada, Caperucita. A vos te enrolla cualquiera… ¿qué marido? Una sola vez tuve algo que se parecía a un marido… por seis meses… y no me lo aguanté. Y además, te aclaro que no es el padre de ninguno de los dos pibes. Me di cuenta enseguida… los tipos son los animales más felices del planeta, tienen los calzoncillos y eso les alcanza para no ver más allá de donde se les abulta…
XI
La mano jugueteando con el vello. Te mataría si volvés a irte. Sonrisa. Pero chiquita, si yo soy el hombre de tu vida. Quedate para siempre, por favor. Bueno, pichona… Si me dejás otra vez, te mato. La uña se clava en la tetilla. ¿Qué te agarró? Silencio. ¿Te volviste loca? Es que… Caricia. Bueno, por lo menos quedate a dormir hoy… Pero, nena, qué va a pensar la gente… que soy un cafiolo.
XII
¿Sabés que hoy se va la de la ciento dieciocho?
—¿Y a mí qué me importa?
—¡Esa sí que la pasó bien! Se acomodó en cuanto entró. Con la víbora. Le sorbió los calcetines hasta que se la metió en el bolsillo… ¿Por qué te quedaste muda? Ya sé… estás esperando que me engan-che a batirte la mía, ¿no? Claro, pero no te animás a decirme… Vos también sos bastante capotosta… Así decía mi viejo: capotosta. Y te pegaba cada coscorrón que las ideas se te mezclaban todas… Más de una vez se me puso que yo quedé así por eso… Lo que no me explico es por qué vos… parecés una buena mina… Vos no tenés esa cosa fulera que tienen todas las de acá.
—¿Por qué “tienen”? ¿Y vos qué sos?
—No me hagás engranar, ¿eh? ¿No me escuchás cuando te hablo? Yo estoy acá por una equivocación. Lo mío fue un accidente. El gas que se jodió. Depués dijeron que la perilla del horno estaba abierta… que yo sabía… que hubo… ¿cómo dicen los cuervos?… premeditación, eso, premeditación. Pero yo te puedo contar la verdad. Estaban los dos ahí, dormidos… tranquilitos… Ese día los vi… parecían unos santos…
—Lindo momento para arrepentirte, vos.
—Yo no tengo nada de qué arrepentirme, ¿entendés?
XIII
Le devuelve el mate. Porque la mujer que está conmigo tiene que ser la más linda. Ella apoya la pava en el piso de la cocina. Va a haber gente importante. Le pido prestado el collar de perlas a Delia. Está muy dulce. ¿Y yo qué tengo que hacer en una fiesta pituca? ¿Tanto tiempo que nos conocemos y todavía no aprendiste a cebar como a mí me gusta? Ella se levanta, vacía la yerba en el tacho y tira el mate en la pileta. Te me ponés hecha una rosa, ¿sabés, mamita? No me digas más así… te vas a arrepentir. Vení para acá. La agarra de los hombros para besarla. Me volvés loco cuando te enojás. Soltame, che, que va en serio.
XIV
¡Qué hacés, mamá!
—¡Yo no soy tu vieja! Dios me libre…
—¡Huy! le agarró el ataque de… Era una forma de decir, mamita. Y de regalarte un piropo… si vos estás seca por adentro, ¡qué vas a ser madre! ¡Ni madre superiora de un convento podés ser vos!…
—No te pasés, ¿me oíste? Vos creés que te las sabés todas, hay que escucharte de la mañana a la noche con tu radioteatro, aguantarse las ganas de acogotarte de las barbaridades que decís… Pero una también tiene sus cosas…
—Bueno, che… tan tranquilita que parecías… una santa… y mirá cómo te ponés… Aunque, sabiendo lo que hiciste y de la manera que lo hiciste… no hay que extrañarse…
—¿Y qué sabés, vos? ¿Sabés lo que se siente cuando te enterás que no sos nada, que te podría cambiar como se cambia de camisa? ¡Qué vas a saber!
—Pará, pará… apagá la radio, mamá… que la hora de la novela ya pasó…
—…
—¿No te me vas a poner a llorar ahora, no?
XV
—Ella estaba ahí, ¿no?
No vuelve a hablar. Cruzan el patio. Algunos pedacitos de papel picado se desparraman a su paso. Entran a la pieza. Se deja acariciar. Un suspiro tras otro. Esta vez no se va. Cae el vestido. Un gemido tras otro. Se queda conmigo para siempre. Las manos buscan el portaligas. Un vaivén ininterrumpido. Furioso. La maraña de piernas y brazos deshaciéndose en la cama. Poco a poco. La respiración cada vez más acompasada de él. Contenida la de ella. Pasos leves hasta la cocina. Maldita puerta que hace ruido. El piso frío del patio. La canilla gotea. La luna suave entre las ramas de la higuera. Un grito ahogado. Y el destello de la hoja de metal iluminando la noche.
—Ella estaba ahí, ¿no?
II
Mirá, a mí la falta y eso que le dicen el instinto maternal no se me aparecen al mismo tiempo. Ya te lo dije: ni se me da por tejer, ni por preparar nada… ¿Me estás escuchando? A mí me agarra que me vuelvo loca, ¿sabés?, que me lo quiero sacar de encima lo antes posible… Una furia, eso, me agarra furia.
—Ya hay que ir a comer, che.
—Pará, pará un cachito que te cuento. ¿Sabés por qué nunca me dio por abortar? Porque sacárselo es lo más fácil que hay. Cualquiera conoce un abortero… y allá donde yo vivía, más. Además, porque… bueno… me pasa que me acuerdo patente, patente del momento en que me lo hicieron. Me queda grabado ese momento.
—Largá, che, me lo terminás de contar otro día…
—Mirá que estás famélica, siempre, vos.
III
Canta. Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada sobre todas tus heridas… Memoria de elefante, grita su madre desde la cocina. Pero canto tan mal, contesta. Ríen. Qué tangazo, vieja. Hoy me voy de baile, desliza como al pasar. Baile. Las manos de él ardiendo en su espalda. En su cintura. Marcando el próximo paso. Piernas entrecruzándose. Roces levísimos. Movimientos contenidos. La música cesa. La orquesta ataca, un instante después, el primer compás de Tinta roja. Miradas que se encuentran y saben dónde terminará la noche. Tango tras tango transformándose lentamente en beso tras beso. Cierra la canilla. Saca la tabla de la pileta. Se da vuelta. Escucha la música que da comienzo al radioteatro del mediodía. Seca las manos enrojecidas en el delantal y se dispone a tender. Falta tanto para la noche.
IV
¿Viste cuando los tacos de la víbora suenan en la oscuridad? Yo no los soporto. ¿Y cuando empieza a gritar: “No quiero oír ni un chistido”? Lo único que se puede hacer es esperar que se vaya. Y después, que se haga de día otra vez. Es así, nomás. Por suerte cuando me toca ayudar en la cocina la paso mejor. El otro día le puse al guiso un cacho de… mejor no te cuento… Mejor hablemos de lo que tenemos que hablar.
—¿Y de qué tenemos que hablar vos y yo?
—Mirá, primero me dio por los laxantes… me la pasaba en el baño. Tenía unas diarreas que ni te cuento.
—No, mejor no me cuentes nada. No me quiero enterar, ya tengo bastante con lo mío.
—Es que te tengo que contar… desde que llegué dije: “Esta mina me va a entender”. No sé por qué pero me dio que sí. Entonces… ¿por dónde iba? Ah, sí. Entonces me tomaba todo lo que encontraba por ahí: gotas, jarabe, pastillas… Y lo más gracioso era que todos me mi-raban con cariño: “¡Ay!, la futura mamá, mirá, pobrecita, con las náuseas del estado”. Y yo ponía cara de santa. ¡Que sé poner bien la cara de santa! Pero me moría de dolores. Lo que decía el papelito del remedio me lo aprendí de memoria, como el Padrenuestro. “El uso de este medicamento no es recomendado en el primer trimestre de embarazo. La ingestión debe ser suspendida si se presentan cólicos, dolores o diarreas. No consuma este preparado sin consultar a su médico”. Y cuando pensaba que no iba a dar resultado, entonces me lo repetía todo el tiempo… como si rezara.
—¡Basta, che! Sos una turra.
V
La luna atravesó todo el cuadrado de cielo. Se deslizó por entre las hojas de la higuera. Dibujó su estela húmeda contra las estrellas y desapareció. Sin horizonte. Cercenada por la pared. Otra vez él no vino. No pudo. Se olvidó. Surgió algo imprevisto. Trabajo. Problemas. Amigos con problemas. Lealtades que no la incluyen. Que la apartan. Que la transforman en la mitad de sí misma. Como la mitad de esa luna acuchillada por el certero filo de la medianera.
VI
Haya salido de donde haya salido, es así.
—¡Pará! ¿No te importa nada, no?
—No, no me importa nada… Y antes, lo único que quería era per-derlo… en un viaje al inodoro, en uno de esos retortijones que me agarraban. Mirá vos, tenía unos dolores que ni te cuento, unas diarreas de órdago… y lo que me salía, en vez de cara de dolor, eran sonrisas.
—¡Un hijo es un hijo, la puta que te parió! Si yo… ¡Ni loca estaba acá! ¡Ni loca!
—¿Sabés para qué sirve tener un hijo? Yo lo tuve… te lo puedo decir. Una vez que nacen, se crían de cualquier manera… resisten. Hay muy poca diferencia entre un pibe recién nacido y un colgajo de carne que un ciruja con el cuchillo bien afilado puede poner en su lugar con cuatro puntadas. Pero cada vez que yo pensaba que ese colgajo había salido de mi panza, me daba tanto asco. Más que asco. Repulsión. Bronca. Además es como te dije: ¡qué pañal ni que pañal! La mierda es mierda, no importa de dónde salió.
—¡Vos sí que no tendrías que haber nacido!
—Pero nací, y me las tuve que rebuscar como pude. Porque yo no la pasé nada bien, ¿sabés? Y vos que hablás tanto: que guacha, que hija de puta, que turra… De todo me decís. ¿Entonces vos por qué estás acá? ¿Eh?
—…
VII
La panza, adornada por una aureola de agua, se apoya contra el borde de la pileta, los pies abiertos y lejos, los brazos estirados a más no poder. Sola, increíblemente sola entre las voces del radioteatro y las miradas de reprobación. Apague la radio, vieja, que tocan Grisel… M'hijita, cada día la entiendo menos. Es que… lo bailábamos tan bien… Se esfuerza por no prestar atención a los cuchicheos: Lo vieron vestido como un dandy. Siempre se viste así. Subió a un coche. No puede ser. Acompañado. No. Salía de un edificio pituco. Estaría trabajando. Era de noche. Imposible. Varias veces. Basta. Una vez en el coche la abrazó. Basta, basta, basta.
VIII
¿Dónde anduviste?
—¡Qué te importa!
—¡Dále, che! Te estuve buscando… ¿sabés? Pregunté por vos… y nadie me supo decir.
—Mejor…
—Mirá: acá no es fácil desaparecer… Y vos no estabas ni en el patio, ni en el cuchitril, ni en el comedero. Y si vos no estás en el comedero… tiene que ser grave.
—¿Si te digo que estuve en la capilla te callás de una vez?
—No me digas que ahora te dio por rezar.
—Lo que pasa es que ayer fue… era una fecha… muy especial. Yo… necesitaba estar ahí…
—¿Sabés lo que necesitás, vos? Un macho… y, acá, el único macho que hay está, pobrecito, colgado de la cruz en la capilla…
—¡Ya sabía! Sos una bestia. ¿Quién me manda a mí a darte calce? Salí de acá. No te quiero ver más.
IX
El hospital, la sala de partos, el médico entrando para decirle… El cementerio, el eco de sus pasos en la galería de nichos. Calor. El tranvía se sacude. Las calles se suceden frente a la mirada perdida. Su madre intenta abrazarla. Deje, vieja, ya está. Los ojos se le llenan de lágrimas. No puede ser, murmura. Dígame, vieja, ¿tendríamos que haberlo bautizado?…
X
¿Se te pasó la mufa? Yo soy así, ¿sabés? Pienso algo y lo digo. Se me ocurre y ya está… Lo del otro día fue una broma, no me explico por qué te lo tomaste tan a la tremenda… che. No era para tanto.
—Salite de adelante, ¿querés? Ya te calé… y no quiero tener nada que ver con una salvaje como vos…
—Miramelá… Para que sepas, ya estuve averiguando por qué estás en este rebaño… Y no me parece que lo tuyo sea mejor que lo mío… Lo mío fue un acidente… en cambio vos te la pensaste bien… Para que sepas… trabajé toda la vida, no como vos…
—Me la pasé fregando ropa ajena, ¿te alcanza con eso? ¡Y callate! No quiero escucharte más…
—Pero me vas a tener que oír… ya te dije, se me puso que vos me ibas a entender… Y a mí cuando se me pone algo en la cabeza… no sabés cómo se me mete… Como cuando me quedé en estado de la nena… se me puso que tenía que trabajar en un baño turco, de esos de hombres, ¿viste? No le dije a nadie que estaba esperando… no se me notaba… Y conseguí el laburo nomás.
—Veo que la locura no se te pasó con el primero…
—Y yo lo que veo es que te va interesando lo que te digo, yo sabía… El vapor me bajaba la presión… entonces siempre estaba a un tris de caer redonda. Tenía unas palpitaciones… Y después del baño turco, tenía que ir con las toallas y acompañar a los tipos a la pileta de agua fría. Yo no me metía, pero imaginate el tornillo… pasar de un lugar a otro… Y de ahí al sauna. Se me secaba la nariz, la piel me tiraba… Una joya. Sumale que, para soportar, yo me tomaba la pastillita roja de subir la presión, y después la amarilla para bajarla… El médico era un santo inocente… siempre tenía algo que darme… La nena sobrevivió porque la encargada se dio cuenta de que yo estaba esperando… que si no…
—Perdoname que me meta… pero, ¿y tu marido?
—Estás perdonada, Caperucita. A vos te enrolla cualquiera… ¿qué marido? Una sola vez tuve algo que se parecía a un marido… por seis meses… y no me lo aguanté. Y además, te aclaro que no es el padre de ninguno de los dos pibes. Me di cuenta enseguida… los tipos son los animales más felices del planeta, tienen los calzoncillos y eso les alcanza para no ver más allá de donde se les abulta…
XI
La mano jugueteando con el vello. Te mataría si volvés a irte. Sonrisa. Pero chiquita, si yo soy el hombre de tu vida. Quedate para siempre, por favor. Bueno, pichona… Si me dejás otra vez, te mato. La uña se clava en la tetilla. ¿Qué te agarró? Silencio. ¿Te volviste loca? Es que… Caricia. Bueno, por lo menos quedate a dormir hoy… Pero, nena, qué va a pensar la gente… que soy un cafiolo.
XII
¿Sabés que hoy se va la de la ciento dieciocho?
—¿Y a mí qué me importa?
—¡Esa sí que la pasó bien! Se acomodó en cuanto entró. Con la víbora. Le sorbió los calcetines hasta que se la metió en el bolsillo… ¿Por qué te quedaste muda? Ya sé… estás esperando que me engan-che a batirte la mía, ¿no? Claro, pero no te animás a decirme… Vos también sos bastante capotosta… Así decía mi viejo: capotosta. Y te pegaba cada coscorrón que las ideas se te mezclaban todas… Más de una vez se me puso que yo quedé así por eso… Lo que no me explico es por qué vos… parecés una buena mina… Vos no tenés esa cosa fulera que tienen todas las de acá.
—¿Por qué “tienen”? ¿Y vos qué sos?
—No me hagás engranar, ¿eh? ¿No me escuchás cuando te hablo? Yo estoy acá por una equivocación. Lo mío fue un accidente. El gas que se jodió. Depués dijeron que la perilla del horno estaba abierta… que yo sabía… que hubo… ¿cómo dicen los cuervos?… premeditación, eso, premeditación. Pero yo te puedo contar la verdad. Estaban los dos ahí, dormidos… tranquilitos… Ese día los vi… parecían unos santos…
—Lindo momento para arrepentirte, vos.
—Yo no tengo nada de qué arrepentirme, ¿entendés?
XIII
Le devuelve el mate. Porque la mujer que está conmigo tiene que ser la más linda. Ella apoya la pava en el piso de la cocina. Va a haber gente importante. Le pido prestado el collar de perlas a Delia. Está muy dulce. ¿Y yo qué tengo que hacer en una fiesta pituca? ¿Tanto tiempo que nos conocemos y todavía no aprendiste a cebar como a mí me gusta? Ella se levanta, vacía la yerba en el tacho y tira el mate en la pileta. Te me ponés hecha una rosa, ¿sabés, mamita? No me digas más así… te vas a arrepentir. Vení para acá. La agarra de los hombros para besarla. Me volvés loco cuando te enojás. Soltame, che, que va en serio.
XIV
¡Qué hacés, mamá!
—¡Yo no soy tu vieja! Dios me libre…
—¡Huy! le agarró el ataque de… Era una forma de decir, mamita. Y de regalarte un piropo… si vos estás seca por adentro, ¡qué vas a ser madre! ¡Ni madre superiora de un convento podés ser vos!…
—No te pasés, ¿me oíste? Vos creés que te las sabés todas, hay que escucharte de la mañana a la noche con tu radioteatro, aguantarse las ganas de acogotarte de las barbaridades que decís… Pero una también tiene sus cosas…
—Bueno, che… tan tranquilita que parecías… una santa… y mirá cómo te ponés… Aunque, sabiendo lo que hiciste y de la manera que lo hiciste… no hay que extrañarse…
—¿Y qué sabés, vos? ¿Sabés lo que se siente cuando te enterás que no sos nada, que te podría cambiar como se cambia de camisa? ¡Qué vas a saber!
—Pará, pará… apagá la radio, mamá… que la hora de la novela ya pasó…
—…
—¿No te me vas a poner a llorar ahora, no?
XV
—Ella estaba ahí, ¿no?
No vuelve a hablar. Cruzan el patio. Algunos pedacitos de papel picado se desparraman a su paso. Entran a la pieza. Se deja acariciar. Un suspiro tras otro. Esta vez no se va. Cae el vestido. Un gemido tras otro. Se queda conmigo para siempre. Las manos buscan el portaligas. Un vaivén ininterrumpido. Furioso. La maraña de piernas y brazos deshaciéndose en la cama. Poco a poco. La respiración cada vez más acompasada de él. Contenida la de ella. Pasos leves hasta la cocina. Maldita puerta que hace ruido. El piso frío del patio. La canilla gotea. La luna suave entre las ramas de la higuera. Un grito ahogado. Y el destello de la hoja de metal iluminando la noche.
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