A veces me pasa que intento mirar Buenos Aires con ojos de turista. Levantar la cabeza mientras camino por la calle y darle importancia a lo que siempre está ahí y, en el apuro de la vida cotidiana, no advierto. Prestar atención a la gente que transita la ciudad: los rostros, las expresiones, la manera de vestir, las actividades, el apuro y la impaciencia típicos de los porteños. Admirar los edificios, las referencias históricas, los cambios en la fisonomía de una ciudad en la que nací y vivo.
A veces me pasa que me apena no estar conciente de todo eso que está al alcance de mis ojos, es parte de mi identidad, desde la mañana hasta la noche, desde el primer día de mi vida hasta hoy e, indudablemente, hasta el último.
A veces me pasa que quiero dedicarle más tiempo, "saberla" más, conocerla en profundidad con esa clase de amor que ama aunque no comprenda.
A veces me pasa que me doy cuenta de que no es habitual vivir en una ciudad que tiene árboles en flor durante casi todo el año.
A veces me pasa que el día se me escapa entre quejas, embotellamientos, veredas rotas, semáforos que no andan, plazas en eterna reparación, irrespetuosas pegatinas y bares donde no se puede fumar.
A veces me pasa que no puedo evitar la tristeza de ver chicos y no tanto revolviendo la basura, gente buscando un portal donde pasar la noche a falta de casa o refugio digno.
A veces me pasa que, a fuerza de tanta hostilidad, miseria, mal humor, piquetes, inundaciones y otras desgracias, me enojo y pienso en irme aunque sé que sólo puedo ser yo aquí, en este lugar plagado de contradicciones, rico, escurridizo. Y es sólo aquí, también, donde este oficio de escribir que me eligió y no me dejó alternativa, encuentra un idioma, una cadencia, una música y el alimento necesario para desplegarse.
Entonces me pasa que, por fin, puedo ver Buenos Aires con esos ojos ajenos de la extranjería. Y me vuelvo a enamorar.
A veces me pasa que me apena no estar conciente de todo eso que está al alcance de mis ojos, es parte de mi identidad, desde la mañana hasta la noche, desde el primer día de mi vida hasta hoy e, indudablemente, hasta el último.
A veces me pasa que quiero dedicarle más tiempo, "saberla" más, conocerla en profundidad con esa clase de amor que ama aunque no comprenda.
A veces me pasa que me doy cuenta de que no es habitual vivir en una ciudad que tiene árboles en flor durante casi todo el año.
A veces me pasa que el día se me escapa entre quejas, embotellamientos, veredas rotas, semáforos que no andan, plazas en eterna reparación, irrespetuosas pegatinas y bares donde no se puede fumar.
A veces me pasa que no puedo evitar la tristeza de ver chicos y no tanto revolviendo la basura, gente buscando un portal donde pasar la noche a falta de casa o refugio digno.
A veces me pasa que, a fuerza de tanta hostilidad, miseria, mal humor, piquetes, inundaciones y otras desgracias, me enojo y pienso en irme aunque sé que sólo puedo ser yo aquí, en este lugar plagado de contradicciones, rico, escurridizo. Y es sólo aquí, también, donde este oficio de escribir que me eligió y no me dejó alternativa, encuentra un idioma, una cadencia, una música y el alimento necesario para desplegarse.
Entonces me pasa que, por fin, puedo ver Buenos Aires con esos ojos ajenos de la extranjería. Y me vuelvo a enamorar.
1 comentario:
me nace preguntarte, a propósito del amor por las ciudades: Conoces Valparaíso?
Christian
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