5/18/2007

Cuerpos desconocidos

Se preguntó qué hacía allí. Estaba en un hotel mediocre, bajo la ducha, todavía temblando de emoción. Desde el final del primer abrazo, habían transcurrido más de diez horas. Vertiginosas, intensas. Entre el desenfreno y la ternura. Impensadas. Leves. Ajenas a lo que sucedía afuera de esa habitación con las persianas bajas. Es cierto que había sido ella la que tomó la delantera. Se había sentido casi obligada por ser mayor y, supuestamente, más experimentada. Es cierto que, mientras su mano se dirigía con decisión a la bragueta de él, ella dudaba. Sorprendida de sí misma, por primera vez seguía sus impulsos. Iba tras su instinto y su instinto la desnudaba como una hembra en busca de un macho. Es cierto, también, que un instante después, apretada entre un colchón y un cuerpo a descubrir, ya no tenía el control de la situación. Se dejó llevar. Se entregó. Sin pensar, sin especular, sin dudar. Lo dejó hacer. Casi temiendo que si lo interrumpía se quebrara la magia. Se terminara el sueño. El la penetró una y otra vez. Descansando sobre ella por un instante para volver a comenzar. Exhausta, ella cerraba los ojos y se adormecía para despertar una vez más, encendida y feliz. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Entonces él empezó a escudriñarla con fascinación. Cada centímetro de su cuerpo. Cada peca. Cada detalle. Le dijo que era hermosa. Le acarició los pies, viejo complejo de su adolescencia, cuando las jovencitas no entraban a duras penas en zapatos treinta y nueve sino en honrosos y delicados treinta y seis o treinta y siete. Pegó su nariz a la piel blanca y suave intentando guardar ese olor para reconocerla aunque fuese a ciegas. Le acarició la cabeza y le revolvió el pelo, a ella a quien la peluquería le resultaba una tortura y que interrumpía con violencia a cualquiera que intentara tocarle el pelo. Le masajeó la espalda con delicadeza, desde la nuca al coxis. Desde el coxis a la nuca. Volvió a decirle que era hermosa. Transformó el contacto casi animal que habían tenido unos minutos antes en un mar de ternura. Le habló con voz dulce y, mientras le hablaba, se entregó otra vez al deseo y al instinto. No hubo, por muchas horas, más hambre que la del cuerpo del otro, más sed que la de caricias, más necesidad que la de marcar el territorio de la pasión. Acordaban dormir para recuperar el aliento pero no lo lograban. El necesitaba marcarla, vaciarse. Y ella estaba ávida de placer. Se olieron, se lamieron, se miraron sin tocarse, se tocaron sin mirarse. Se besaron. Se hicieron el amor. Se aparearon. Se acariciaron. Se revolcaron. Se sintieron, ambos, acompañados. Uno solo. O dos, pero perfectamente ajustados uno al otro. Contenido y continente. Cóncavo y convexo. Macho y hembra acariciándose con las palabras. Hombre y mujer dialogando con los cuerpos.

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