5/15/2007

Memorias del Fantasma: Fábula con moraleja múltiple y consolatoria

La tarea del fantasma no es siempre la misma sino que se rige por distintos grados de compromiso con el texto y con el autor en cuestión. Así, para trazar una escala que facilite la comprensión, el grado 4, o de mayor compromiso, puede tratarse de la construcción del texto completo a partir de una idea de quien reivindicará la autoría, lo que incluye desde la estructura hasta el estilo; el grado 3, la reescritura de un material dado de acuerdo a una estrategia de viabilidad editorial diseñada por el fantasma; el grado 2, la simple –aunque no tan simple– edición de la obra de acuerdo a parámetros preacordados; y el grado 1, para autores prolíficos y/o multigénero, el cumplimiento de un rol que podría identificarse con el de "albacea" de la producción y que comúnmente se llama "llevar la obra de...". Cada tarea implica diversos estadios de intervención y conlleva sus propios dilemas éticos tanto para quien contrata como para el contratado.
Mientras realizaba mi trabajo de fantasma en grado 3 para una conocida escritora, fui convocada para colaborar con la constitución de un nuevo partido político –historia que será objeto de otro post. Quien facilitó mi acceso a este nuevo grupo de trabajo fue una amiga, también escritora, que ya formaba parte del mismo. Como ambas tareas no se superponían decidí, puesto que las condiciones estaban dadas, seguir adelante con las dos.
Un día estábamos mi amiga y yo en un descanso del ritmo vertiginoso que imponía la lectura de encuestas, grupos de opinión y análisis de las últimas noticias para la definición de la plataforma partidaria de la nueva fuerza política, cuando, en un tono que no dejaba lugar a dudas sobre la reserva que se requería, le transmití mi sorpresa por haber descubierto que en el libro que estaba reescribiendo, una caótica acumulación de relatos sin estructura referidos a la vida en el pueblo natal de la "autora", había descubierto un texto que desde el primer momento me había sonado conocido. Demasiado conocido. El comentario hecho al pasar tuvo el destino que tenía que tener: el olvido.
Sin embargo, un par de semanas más tarde, el azar hizo que llegase a mis manos el texto de un escritor norteamericano. Durante la lectura de los cuentos, de un tono ágil y vivaz como toda la obra de ese autor, me topé, tristemente, con el relato que explicaba por qué el otro me había resultado tan familiar. Se trataba de una burda copia.
La situación me alteró profundamente: alguien me pagaba para que reescribiera algo de lo cual reivindicaba la autoría pero que ya había sido escrito por otra persona, con lo cual el solitario trabajo del escritor había dejado de ser solitario para convertirse en una especie de promiscuo ménage à trois. Desde mi posición de fantasma, yo ya tenía demasiado rollo pensando que esa bazofia potenciada vendería al menos diez mil ejemplares como para, además, hacerme cargo de la corrección ilegal de un clásico de la literatura. La palabra plagio me atormentaba.
En ese estado de total desconcierto llegué una mañana a la sede del incipiente partido político. Mi amiga escritora ya estaba allí y, dándose cuenta de mi consternación, me interrogó acerca de los motivos. En pocas palabras, esta vez solicitándole la necesaria reserva del caso, le comenté lo que me había sucedido. Se mostró no sólo solidaria sino más bien enojada con la actitud de la "autora" y no se privó de hacerme la recomendación de que me corriera de ese lugar lo más pronto posible.
Le agradecí sinceramente su consejo y me aboqué a la tarea de esa jornada.
Dos días después recibí un llamado telefónico. El por esos tiempos novedoso sistema de identificación de llamadas me mostró el nombre de la "autora". Al atender, ajena a lo que se me avecinaba, escuché la voz furibunda citándome a una reunión que tendría lugar unas horas más tarde para después cortar la comunicación sin darme tiempo a articular palabra.
Pedí permiso para retirarme antes de la sede del partido y concurrí puntualmente al bar donde había sido citada. La "autora" ya estaba allí, no menos furiosa que cuando me había llamado. Con voz sibilante me acusó de chismosa, envidiosa, irrespetuosa e irresponsable. Me dijo que quién creía que era yo para acusarla de plagio cuando hacía un trabajo tan sucio como el que hacía –olvidándose convenientemente que yo hacía lo que ella no sabía cómo hacer y, encima, por esa tarea tan indigna, ella me pagaba una considerable suma de dinero. Para terminar, como correpondía a semejante ofensa, prescindió de mis servicios para siempre. Poco me costó entender que algo de lo que yo le había confiado a mi amiga se había filtrado poniéndome en esa odiosa posición. Me faltaba saber cómo. Y también me faltaba recriminarle a la indiscreta su actitud.
Al día siguiente, de vuelta en mi ahora único trabajo, la encaré sin siquiera saludarla:
–¿Cómo es que "fulana" se enteró de lo que te comenté?
Mi confidente apenas pudo balbucear una excusa. A fuerza de presionar, logré sacarle la verdad: en una charla con otra amiga, reconocidísima escritora, cometió la infidencia sin recordar –o haciéndose la que no recordaba– que ambas mujeres, la inculpada y la anoticiada, no sólo eran colegas sino también grandes amigas. Como justificación a esa conducta impropia mencionó que se sentía indignada por la actitud de quien llamó "esa mechera literaria". Además, la acusó de "narcisista e incompetente".
Varias enseñanzas me dejó este episodio. La primera fue que la condición de intelectual no inhibe la de chismoso. La segunda, que allí donde hay involucradas más de dos mujeres, la inminencia del desastre no debería ser ignorada. La tercera, que en estos tiempos en los cuales el plagio se justifica con benevolencia, términos rimbombantes y citas de autoridad, bajo el irónico nombre de "homenaje" (ver Carta de Puán respecto de "Bolivia construcciones"), es imprescindible tener buenos amigos en el círculo de la teoría literaria o una sólida formación en el tema (cosas que la "autora" seguramente no tenía). La cuarta y consolatoria, que si por pudor no me iba a recomendar por mi excelente desempeño, al menos tampoco lo haría por mi imperdonable desliz.

3 comentarios:

lpa dijo...

Qué bueno que me topé con esto. Conocí a una "fantasma" y sé de historias que involucran hasta a modelos devenidas en actrices y "escritoras". Lo que aprendiste te llegó tarde, pero te llegó ;-)
Adelante! Seguiré leyendo...

Anónimo dijo...

Lau, Lau, Lau, cómo te las arrglas para trabajar con esas arpías literatas!

E.G.Molinari dijo...
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