5/05/2007

Memorias del Fantasma: I – "Costa Pobre", el desembarco



Hace algunos años fui convocada en mi carácter de fantasma para realizar una tarea en un rincón de Sudamérica. El trabajo en cuestión tenía que ver con producir contenidos comunicacionales para el candidato a presidente del partido mayoritario de ese país.

Como ya me había desempeñado en esa área, creí que estaba en condiciones de realizarlo y volé –literalmente– a ocupar mi puesto. Grande fue mi sorpresa cuando, al descender del avión, junto a la escalerilla me esperaba un hombre de mediana edad. Muy correcto, avanzó directamente hacia mí y me señaló la lujosa camioneta 4x4 estacionada apenas a cinco metros de la aeronave. Vale la pena aclarar que el avión venía completo, que traía pasajeros de ambos sexos, que el señor no me dirigió la palabra, que yo no tenía identificación alguna y que resulté ser la única persona honrada con tal recibimiento.
Ceremoniosamente, abrió la puerta del vehículo y me invitó a sentarme en el asiento del acompañante, luego dio la vuelta y se instaló en el del conductor. Su indicación muda de que me ajustara el cinturón de seguridad –cosa que él no hizo– me dio una idea de lo preciosa que le resultaba la tarea que le había sido encomendada.
Una vez que abandonamos el predio del aeropuerto, se aclaró la garganta y pronunció las primeras palabras:
–El señor XX (que no era el candidato sino quien financiaba la campaña) me encargó llevarla al diario.
Aliviada, asentí con la cabeza. Al menos, el dato confirmaba que me había subido al automóvil correcto. A partir de ese instante, mientras atravesábamos la ciudad capital, se transformó en una suerte de parco guía turístico e hizo unas pocas referencias histórico geográficas: la Casa de Gobierno, la avenida principal, la estatua conmemorativa del prócer más importante…
En un momento, al levantar el brazo para hacerme un señalamiento, el saco liviano que tenía puesto –otro signo de cortesía, ya que la temperatura por esos lados siempre es alta– se abrió dejando ver una pistola.
Mi corazón se aceleró. Era la primera vez que veía un arma de fuego así, en vivo y en directo. Sin advertir mi turbación o fingiendo no advertirla, él continuó con el city tour. Poco a poco, fui recuperando la compostura. Unos minutos después salimos del centro de la ciudad y nos internamos en la periferia. La mayoría de las calles eran de tierra cubierta con piedras laja. Las construcciones, precarias. Y los vehículos tenían décadas prestando servicio. El panorama era ciertamente descorazonador y la visión del entorno me hacía cuestionarme el haber aceptado ese trabajo. De pronto, mi gentil chofer clavó los frenos frente a un enorme bache. Aun sostenida por el cinturón de seguridad, me desplacé hacia adelante al igual que todo lo que había en la camioneta. Entre otras cosas, algo que golpeó con fuerza el taco de mi bota. Mientras me reacomodaba, miré hacia abajo y vi el caño grueso y lustroso de algo que mi ignorancia identificó como una ametralladora. Esto debe ser lo que suelen llamar arma de guerra, pensé. Horrorizada, alcé la cabeza. El hombre me estaba mirando. Sonreía. Giró el volante y estacionó frente a un edificio enorme que se alzaba entre las casuchas. Detuvo el auto y me dijo:
–Bienvenida a Costa Pobre y al diario XX.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el cuento. Prefiero leer cuentos que los libros en metalenjuaje de los Srs. Adorno y Habermas que ocuparon horas valiosas de mi vida durante las clases de Filosofía del Derecho (pese a que obtuve 6.9 de nota en mi tésis (escala 1 a 7), je, je). Me encantó el remate, Costa Pobre, suena bien, demasiado bien.
En cuanto a nuestro cuentico, te comento que leí el Tercer Ojo de Lobsang Rampa a los 14 años, misma edad a la que ingresé a la secta "Centro de Estudios Tibetantos" y la que abandoné por no compartir la ideología del Gurú, el Parmasambaba. Años después me enteré que los líderes fueron perseguidos por el delito de trata de blancas... Plop!