5/07/2007

Memorias del Fantasma: III – "Costa Pobre", fantasma yo y fantasma él

Una vez que el señor XX y su hijo me pusieron al tanto –creo que más con el objetivo de que tuviera bien clarito cómo tratar al “coronel” que a manera de excusa por el incidente– del lugar que una considerable cantidad de militares expulsados de la fuerza a raíz de un intento de golpe de Estado ocupaban como “chico de los mandados” junto a las familias más poderosas de “Costa Pobre”, cierta tranquilidad en la oficina me permitió comenzar a imaginar cuáles serían los ejes del discurso que tendría que escribir. De todos modos, como ya me había sucedido en campañas anteriores, para elaborar el texto definitivo yo esperaba tener contacto directo con el candidato. Más que una cuestión de cholulismo era una necesidad. El solo hecho de ver a la persona cuya voz tendría que emular, estrechar su mano, observar el comportamiento frente a colaboradores, la manera de vestirse, o advertir algún giro idiomático característico en su expresión, significaban una importante ventaja a la hora de darle verosimilitud a las palabras. Entonces pregunté cuándo tendría lugar la reunión con YY.
Padre e hijo se miraron casi con horror. Como en una comedia de enredos, caminaban de un lado al otro del despacho esquivándose y balbuceando.
–Ehhh, bueno, claro, es cierto… –dijo el padre mientras revolvía sus mechones falso rubio.
–Es que… –intentó el hijo hasta que la mirada refulgente del progenitor pasó a través de los cristales oscuros de sus anteojos para clavarse furibunda en la de su imprudente vástago.
–No. –cerró el mandamás. –Eso no es posible.
Traté de explicarles de manera suave y convincente las razones de mi interés. Mientras argumentaba, en mi cabeza tenía lugar una suerte de revolución. La parlante expresaba que el encuentro podía darle al texto un matiz de mayor autenticidad. La pensante se debatía en la angustia de descubrir que si ya era difícil conciliar el discurso de un candidato con aquello que los votantes querían escuchar y pasar por encima de las hordas de asesores, murmuradores y consejeros que sólo buscaban consolidar su lugar bajo el sol aunque esto representase alimentar el mesianismo intrínseco de casi cualquier postulante al cargo mayor, ahora, además tenía que lidiar con un nuevo intermediario que me vedaba el acceso a mi “fuente de inspiración”. Atenta al discurso de la pensante, la parlante introdujo este último concepto esperando, tal vez, que un toque de poesía conmoviera a los empresarios devenidos en intransigentes filtros.
Algo del efecto que deseaba debo haber logrado porque el padre levantó el teléfono y se puso en comunicación con un tal Francisco, a quien le ordenó –no podía ser de otra manera– que hiciera las gestiones necesarias para habilitar mi acceso al lugar donde se encontraba el candidato. El hecho de que, en vez de colgar el auricular, arrojara el aparato contra una pared me permitió sacar la indudable conclusión de que la respuesta había sido negativa. Evidentemente, yo no sería el único fantasma de esta campaña.
A los gritos, porque el horno ya no estaba para bollos y el teléfono había quedado lejos, le pidió a la secretaria, que portaba el curioso nombre de Galantina, que buscase en el archivo todos los videos en los que se veía a YY.
Solícita pero aparentemente acostumbrada a los exabruptos de su jefe máximo, la muchacha apareció minutos después con el material que, con absoluta resignación, vi sin dejar de observar de reojo cómo los minutos pasaban llevándome contra las cuerdas para cumplir con la promesa de tener el discurso listo a la noche.
No voy a mentir: los videos cubrieron bastante bien mis necesidades y, para la caída de la tarde yo tenía bastante claro cuál iba a ser el tono y el contenido del discurso.

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