Esa mañana me presenté en la casa-oficina donde me esperaba un escritorio tranquilo y con todo lo que podía necesitar para desempeñar mi tarea. Como el “director” aún no había llegado y yo no tenía directivas precisas para comenzar a trabajar, pasé un largo rato ordenando las cosas a mi modo, incluidos los pensamientos que, desde el final de la entrevista, dos días antes, habían seguido la misma trayectoria que una veintena de caballos desbocados en el exiguo terreno de mi cabeza. No era para menos. Acostumbrada a manejar mis tiempos, a decidir el momento de una reunión, a mirar de reojo el ritmo de mi casa, una de las cosas que me habían parecido interesantes acerca de este puesto era la flexibilidad horaria. Claro que, a esas alturas, yo no tenía la más peregrina idea de cuán flexible podía llegar a ser. Finalmente, cerca de mediodía, después de haber llamado varias veces para decir “estoy llegando” –tampoco supe, hasta que la experiencia me lo demostró, el grado de elasticidad de ese simple gerundio–, el “director” apareció ante mí con una pila de papeles que depositó ruidosamente sobre el escritorio.
–Bueno, –me dijo –, acá está casi todo el material que tendrías que leer. Si encontrás alguna dificultad para comprender, estoy en mi oficina. No dudes en preguntarme.
Le devolví la sonrisa y tomé el primer documento, sólo separado de los demás por un broche común. El título, “Tracking de la semana 18 – Investigación cuantitativa”, no prometía mucho. Al dar vuelta la página, surgió ante mis ojos la primera de los cientos de miles de estadísticas que vería en los meses siguientes. Con ese gesto comenzó mi entrenamiento intensivo para la construcción de un partido político.
Menos de una semana tuve para interiorizarme de las investigaciones que se habían estado llevando a cabo. En pocos días aprendí cómo leer una encuesta, qué variables eran las más significativas, la importancia de la ficha técnica. Supe de preguntas abiertas o cerradas, de segmentación, de barrido, de cortes. De investigaciones cuantitativas y cualitativas. De focus groups, de telemarketing proactivo, de mensajes taylor made. De períodos ventana, de migración del voto, de nichos. Y no escribí ni una letra. Y del partido, ni noticias.
El ritmo de producción de información era febril. De manera sistemática, de martes a domingo, se medía la intención de voto tomando como parámetros edad, sexo, barrio o distrito o ciudad, nivel socioeconómico y nivel de educación, es decir las variables duras. Además, se interrogaba acerca de quién era el sostén del hogar, la cantidad de miembros de una familia que trabajaban, cuáles eran para el entrevistado los problemas más relevantes de la sociedad y cuál era la noticia que más lo había impactado en los últimos siete días. El lunes se procesaban los resultados. Cada quince días recibíamos las investigaciones cualitativas que iban dibujando las que deberían ser las virtudes del candidato y también los defectos o vicios que tendría que evitar. Del mismo modo, se relevaban series de palabras relacionadas con la actividad política y el ejercicio de funciones legislativas y ejecutivas.
Mientras yo intentaba procesar la información y me preguntaba para qué demonios me servía y cuándo comenzaría la tarea para la que me habían contratado, el “director” se la pasaba de reunión en reunión, de modo que sólo lo vi esporádicamente, en los intervalos entre un “estoy llegando” y otro.
Un lunes, antes de que me fuera a casa, entró a mi oficina para decirme que al día siguiente ambos teníamos que asistir a la reunión de los martes. Cuando le pregunté de qué se trataría el encuentro, me dijo:
–La plana mayor del partido (no pregunté qué partido, así que nunca me pude enterar) se reúne todos los martes con los analistas y asesores (tampoco pregunté analistas de qué ni asesores de quién) para la lectura de las encuestas (de eso sí venía sabiendo un poquito), la interpretación de los resultados y el debate de ideas (bueno, al menos, había más de una idea para debatir).
No conforme con lo intrincado de la explicación que no había contestado mi pregunta, volví a intentar, esta vez con algo más directo:
–¿Y yo qué tengo que hacer ahí?
–Buenooo… esteeee… ejemmm…vos te sentás ahí, observás y anotás.
Sentarme, observar y anotar, pensé. No parecía difícil. Además, me estaban pagando una fortuna para no haber hecho otra cosa que ser lectora de encuestas y, ahora, una especie de taquígrafa del encuentro.
–Bueno, –me dijo –, acá está casi todo el material que tendrías que leer. Si encontrás alguna dificultad para comprender, estoy en mi oficina. No dudes en preguntarme.
Le devolví la sonrisa y tomé el primer documento, sólo separado de los demás por un broche común. El título, “Tracking de la semana 18 – Investigación cuantitativa”, no prometía mucho. Al dar vuelta la página, surgió ante mis ojos la primera de los cientos de miles de estadísticas que vería en los meses siguientes. Con ese gesto comenzó mi entrenamiento intensivo para la construcción de un partido político.
Menos de una semana tuve para interiorizarme de las investigaciones que se habían estado llevando a cabo. En pocos días aprendí cómo leer una encuesta, qué variables eran las más significativas, la importancia de la ficha técnica. Supe de preguntas abiertas o cerradas, de segmentación, de barrido, de cortes. De investigaciones cuantitativas y cualitativas. De focus groups, de telemarketing proactivo, de mensajes taylor made. De períodos ventana, de migración del voto, de nichos. Y no escribí ni una letra. Y del partido, ni noticias.
El ritmo de producción de información era febril. De manera sistemática, de martes a domingo, se medía la intención de voto tomando como parámetros edad, sexo, barrio o distrito o ciudad, nivel socioeconómico y nivel de educación, es decir las variables duras. Además, se interrogaba acerca de quién era el sostén del hogar, la cantidad de miembros de una familia que trabajaban, cuáles eran para el entrevistado los problemas más relevantes de la sociedad y cuál era la noticia que más lo había impactado en los últimos siete días. El lunes se procesaban los resultados. Cada quince días recibíamos las investigaciones cualitativas que iban dibujando las que deberían ser las virtudes del candidato y también los defectos o vicios que tendría que evitar. Del mismo modo, se relevaban series de palabras relacionadas con la actividad política y el ejercicio de funciones legislativas y ejecutivas.
Mientras yo intentaba procesar la información y me preguntaba para qué demonios me servía y cuándo comenzaría la tarea para la que me habían contratado, el “director” se la pasaba de reunión en reunión, de modo que sólo lo vi esporádicamente, en los intervalos entre un “estoy llegando” y otro.
Un lunes, antes de que me fuera a casa, entró a mi oficina para decirme que al día siguiente ambos teníamos que asistir a la reunión de los martes. Cuando le pregunté de qué se trataría el encuentro, me dijo:
–La plana mayor del partido (no pregunté qué partido, así que nunca me pude enterar) se reúne todos los martes con los analistas y asesores (tampoco pregunté analistas de qué ni asesores de quién) para la lectura de las encuestas (de eso sí venía sabiendo un poquito), la interpretación de los resultados y el debate de ideas (bueno, al menos, había más de una idea para debatir).
No conforme con lo intrincado de la explicación que no había contestado mi pregunta, volví a intentar, esta vez con algo más directo:
–¿Y yo qué tengo que hacer ahí?
–Buenooo… esteeee… ejemmm…vos te sentás ahí, observás y anotás.
Sentarme, observar y anotar, pensé. No parecía difícil. Además, me estaban pagando una fortuna para no haber hecho otra cosa que ser lectora de encuestas y, ahora, una especie de taquígrafa del encuentro.
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